Un cuento de Leonardo Killian
Me acordé de María Inés y de aquel verano en Gesell. Estaba por entrar a la colimba y ella era una quinceañera a la que conocí en un fogón con guitarras y canciones de Sui Géneris.
Yo había ido de mochilero con unos vagos amigos y ella era la hija de un psicoanalista que tenía un chalecito frente al Pinar.
Busqué en el facebook y encontré ocho mujeres con su nombre.
“Podría estar usando el apellido de casada” pensé, pero afinando la búsqueda saqué el número premiado.
Allí estaba. Con su naricita respingada y aunque tenía el pelo teñido y de las pecas no quedara ni el recuerdo, la mirada no había cambiado.
Vi que si bien, aparecían dos hijos, en la “situación sentimental” el casillero estaba vacío.
Me serví una cerveza y me animé.
“Hola María Inés, no creo que me recuerdes….etc.…”
Me estaba por ir a dormir cuando sonó la campanilla…
“Hola. ¿Cómo estas, tanto tiempo? ¿Te acordás de mí todavía? Je je je”
Una charla intrascendente hasta “¿Qué vas a hacer en enero?”
“Me voy con unas amigas a Gesell ¿te acordás….?”
“Como me voy a olvidar” “Mirá que casualidad, yo pensaba tomarme unos días en Pinamar” mentí con todas las ganas
“¿Querés que nos encontremos allá?” “¿Adonde vas a parar?”
“El 5 de enero voy a estar en la 1 y 105…llevá la guitarra”
Reservé en Pinamar esa misma noche.
Del mismo autor: Universo Paralelo
Lo llamé a Leandro y le conté de la aventura. Lo tomó muy bien “haces bien viejo, no te olvides de las pastillas” remató el muy turro.
El 4 a la mañana ya estaba en viaje y al mediodía ya estaba en la 11. Manejaba tan ansioso como un pibe. Me había recortado la barba, me compré un par de bermudas que hacían juego con la remera que me regaló el pibe para las fiestas y, después de muchos años, me volví a comprar zapatillas y una gorra con la que me sentía bastante ridículo.
El hotel no estaba mal. Me duché, me puse mi atuendo veraniego y la llamé.
Estaba en la 3 y 107 comiendo con las amigas. Se podía escuchar el ruido de fondo y unas risitas cómplices.
“A la tardecita te llamo” me dijo.
Quedamos en encontrarnos a una cuadra. En la 2 y 107 donde en aquellos años dorados estaba Juan Sebastián Bar donde tocaran Moris y los primeros hippies.
Antes de la media hora ya estaba entrando a Gesell.
El bar ya no existía y no reconocí nada de lo que había alrededor. Aunque quedamos a las seis, llegué quince minutos antes. La ansiedad me comía la cabeza.
A las seis y cuarto una mujer con una larga camisola y sandalias, con el pelo mas largo que el que mostraba facebook me sonrió mientras apuraba el paso.
“Estas igual” mintió
“Vos estas mucho mas linda” le dije sinceramente
A media cuadra había un barcito desierto y, junto a dos cafés, desgranamos nuestras vidas. Eran casi
las nueve y me dijo “salimos a caminar, la noche está muy linda y quiero ver el mar”
Hacía cuarenta años había hecho ese mismo recorrido tomado de la mano y cantando a dúo un tema de Almendra que yo había olvidado por completo, hasta que María Inés se puso a tararear entre pitada y pitada de un cigarrillo que compartimos….”ojos de papel…quédate hasta el día…” y que continuó con una balsa que nos llevaba a naufragar.
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Sentí que el tiempo volaba, pero hacia atrás.
Éramos dos chicos ingenuos que solamente se dieron unos besos ya lejos de los amigos y de la familia, detrás de unos médanos muy parecidos a los que nos acercábamos.
Después, los encuentros rápidos, furtivos, temerosos y las promesas de vernos a la vuelta en Buenos Aires. Los teléfonos anotados en papeles. Dos o tres cartas que no pasaron de aquel invierno del 72´.
Al llegar a la playa, un farol municipal alumbraba la primera sorpresa. De la cartera artesanal que colgaba del hombro, sacó una carta tan amarilla como esa luz mortecina.
“Las guardé” me dijo
La vida me dio golpes duros, como a todos a esta edad, pero en ese momento temblé como una hoja.
No se como evité una lágrima que peleaba por salir a agradecer tanto amor juvenil y, aunque la guardó rápidamente alcancé a ver la letra.
Luego, los abrazos, los besos…”ahora no tenemos apuro” dijimos a dúo y reímos.
Buscamos unas ramas y encendimos un fuego sobre la arena húmeda. No había guitarras pero cantamos todo lo que la memoria nos permitía con aquel oso que volvía al bosque ya viejo pero libre.
No se que hora era cuando pegamos la vuelta.
“Tantos años y nunca hicimos el amor, no nos conocemos…” intenté sin mirarla.
Intuí una sonrisa pero no me contestó.
En una esquina que ya no sabía si era del ayer o de ese momento, nos dimos un beso infinito.
“¿Cómo hubiera sido?”
“No se” contesté mientras caminábamos por la Buenos Aires con los negocios cerrados.
El aire era perfectamente límpido y parecía que todas las estrellas de la vía láctea brillaban sobre Gesell.
Al doblar en la 105 y sin parar de caminar me preguntó en un susurro
“¿Cuándo te diste cuenta?”
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Sentí que la cara era una braza
Yo tampoco la miré.
“No era mi letra”
“Además, era mucho mas baja que vos”
Sentí que sonreía
“El era miope y tan flaco que lo llevaba el viento…”
“Bueno, no estoy tan gordo…” dije algo amoscado.
“¿Entonces porqué?”
“Porque eran los días, los días de oro, y el sol miraba sin preguntar” canté imitando a Moris.
“Si. Debe ser por eso”
Nos besamos en la mejilla y la vi entrar al hotel sin voltearse.
Volví a Pinamar, me cambié y salí de madrugada para Buenos Aires.
La ruta estaba vacía y todavía era noche cerrada. Unos chicos pasaron en sus motos y eso fue todo.
Me acordé de un tema de Sinatra que alguna vez Sandro grabó en castellano y traté de cantar lo mejor posible. No recordaba la letra pero hablaba de dos extraños en la noche.
Cuando pasé por Madariaga todavía seguía con Sinatra.
(*) Leonardo Killian en Profesor de Historia y personal del CONICET en el Instituto de Arqueología de la UBA. Practica arquería. Tiene tres campeonatos nacionales de FATARCO y tres de la AATA.
Escribió las novelas “La sombra del general” y “La Hermandad del Arco” y dos libros de cuentos “El gato canoso” y “Cuentos y anticuentos” y editó junto al Dr.Hector Cirigliano “El Camino del Arco”
email: elgatocanoso@yahoo.com.ar
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