Libertad, buena vista y el mejor cielo
- El equipo se modernizó, los campings se han multiplicado y ofrecen más servicios, pero los fanáticos de la carpa siguen reivindicando los mismos valores de siempre: la cercanía con la naturaleza y la desconexión.
Por Julio Céliz – Para La Nación Suplemento Turismo
2 de marzo de 2014. Pasar las vacaciones en carpa no es para cualquiera. En el camping uno es protagonista desde que llega hasta que se va: buscar y preparar el terreno adecuado para la carpa, armarla, hacer el fuego, cocinar, lavar la vajilla… Pero también implica decirle adiós al más mínimo contacto con el cemento para entregarse de lleno a la naturaleza.
Es cierto, no tanto tiempo atrás, muchas veces la única opción que existía de acercarse a ciertos destinos, sobre todo los ubicados en zonas más agrestes, eran los campings, que ofrecían ese diferencial de estar ahí, a metros de un lago escondido en el Sur, por ejemplo. Hoy la situación es otra, con una oferta hotelera y de complejos de cabañas que se extendió a casi todos los rincones del país.
Sea cual fuere el motivo (opción u obligación), el camping mantiene su vigencia. Y es una modalidad de viaje que, para sus cultores, se debería experimentar al menos una vez en la vida. Algo así como plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo y… armar una carpa. Una experiencia intransferible.
¿Cuántos son?
Si bien no hay cifras oficiales sobre la cantidad de personas que hace camping en el país, desde uno de los sitios Web más importantes, www.solocampings.com.ar, estiman que rondan los 3 millones. “Tenemos una guía con cerca de 2000 campings de todo el país, que el año último contabilizó 2 millones de visitantes únicos; sólo en diciembre último ingresaron 340.000 personas”, explican los responsables del sitio, con más de 54.000 seguidores en Facebook.
Entre los apasionados de las carpas está Patricio Sutton, director de Red Comunidades Rurales (organización que articula esfuerzos y moviliza recursos para acompañar el desarrollo de los pobladores rurales más desprotegidos). Casi no hay rincón del país en el que no haya clavado una estaca. Y recuerda a su hijo, Nicolás, con pañales y sin caminar aún, tomando la mamadera dentro de la carpa. Hoy, Nicolás tiene 19 años y anda de refugio en refugio por la Patagonia, para abonar esa idea de que la pasión por el camping se transmite de generación en generación.
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Sutton está convencido de la importancia que tiene salir del hábitat cotidiano, urbano y de confort para vivenciar la naturaleza. “Sobreponerse a las dificultades que muchas veces propone el camping, salir de la carpa para caminar y ver animales, delfines, toninas, ciervos, zorros o lo que sea en estado salvaje; sentir el cansancio por trepar un sendero de montaña o remar horas en un kayak en un lago desierto. Son experiencias para toda la vida, que si se hacen en familia y de chico, mucho mejor”, asegura.
Unos de sus recuerdos imborrables lo lleva a Cabo Blanco, 80 kilómetros al norte de Puerto Deseado, donde hizo con su familia camping libre, en medio de la nada. “Con Lucila (ahora de 15 años) y Nicolás hicimos una caminata que nos llevó hasta un antiguo campamento tehuelche, donde encontramos puntas de flechas. Lo primero que les dije fue no se puede tocar nada. Contemplamos, disfrutamos y regresamos al campamento llenos de vida”, cuenta Patricio.
La primera vez
Si bien no es una ciencia, acampar implica un aprendizaje; no se trata sólo de cargar la carpa. Los más duchos en materia de estacas y parantes sugieren para la primera vez acampar por unos pocos días en un camping cercano y, de ser posible, hacerlo con alguien de cierta experiencia.
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Luis Duacastella, ingeniero, de 38 años, sabe de lo que habla: ya pasaron más de dos décadas desde que se calzó una mochila por primera vez para no abandonarla más. “Es impagable correr el cierre de la carpa y pisar césped descalzo o escuchar el viento nocturno y comprender que sólo una telita te separa de la intemperie. En la carpa no vivencias la naturaleza, sos parte de ella”, asegura este vecino de Caballito, que con el tiempo debió hacer algunos pactos.
El viaje a dedo, más tarde el ómnibus y los amigos de la juventud dejaron paso al auto, a su esposa, Sol, y, desde hace dos años, a su hija, Julieta. Y así también llegaron más exigencias vinculadas con el confort. “Este año vamos a ir a Traslasierra, Córdoba; la mitad de los días a un camping y el resto a una cabaña. Es un pacto -dice sonriente-. Me gusta la camaradería del camping. Una noche en el Sur fuimos entre todos los acampantes a comprar un cordero a un ranchito y lo hicimos en un triángulo con una estaca. Algo así sólo se da en un camping”, argumenta convencido.
Miguel Bobzin está en la misma sintonía. Lo que más disfruta es darle con el martillo a la estaca y armar su propio hogar veraniego. Para él, todo comenzó recorriendo el país en carpa con su padre, que competía en campeonatos de planeadores. Fue un berretín que se convirtió en pasión durante el profesorado de Educación Física. “Me gusta mucho Bariloche, con su catálogo interminable de refugios y senderos. Es apasionante salir de la carpa y tomar caminos que te llevan a sitios a los que sólo se accede a pie”, dice Miguel, de 36 años.
San Antonio de Areco, Entre Ríos, Baradero, son los lugares que elige para las escapadas familiares. Lo que no puede faltar es un río cerca. “Hoy hasta el pueblo más chico tiene al menos un camping. Es cuestión de buscar. Además, ahora no se puede asociar al camping con el sufrimiento. Hay carpas en las que podés estar como en tu casa, en las que entrás parado; son muy cómodas, con varios dormitorios, comedor. La privacidad y el confort están garantizados”, dice Miguel, que tiene otro hobby: la alta montaña.
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Allí, sí, el confort queda relegado. Su principal destino es el Cordón del Plata, Mendoza. “Es ideal, porque podés elegir montañas que van de los 3000 a los 6000 metros. Ahí la carpa juega otro rol, es tu hábitat móvil y te debe permitir un fácil traslado, día tras día, hasta llegar a la cumbre.”
A levantar campamento
La sensación de libertad es lo que los acampantes más valoran. Esa posibilidad de levantar el campamento cuando el lugar no convence y, listo, cambiar a la otra margen del lago o directamente a otro paisaje. Claro que hay una logística, una preparación, que va desde la vajilla hasta los elementos que no pueden faltar, como colchonetas, linternas, calentadores… Una lista extensa, que para los más urbanos hasta puede incluir una antena de televisión satelital y cocinas portátiles que envidiaría más de un hogar.
Las categorías básicas de camping son tres: libres, obviamente gratuitos y sin servicios; agrestes, con algunas comodidades y en lugares más bien apartados, y los organizados, ideales para los que necesitan más estímulos o actividades, ya sean instalaciones deportivas, piscinas o excursiones organizadas.
Nuevos amigos
Eso es lo que pone en la balanza Gabriela Rossi, una artesana de La Plata que veranea con su hija, Emilia, de 8 años, y hace unos años descubrió el camping del Automóvil Club Argentino de San Clemente, a una cuadra del centro y con acceso directo a la playa.
“Para una mamá sola con una nena, a veces se complica pasarla en un departamento. En el camping del ACA, en cambio, hay animadores que dos veces al día pasan a buscar a los chicos por la carpa, organizan juegos en la playa, bailes, bicicleteadas. Y para los más grandes hay un bingo, cabalgatas, gimnasio y hasta pasan películas; imposible aburrirse. Además, del camping siempre vuelvo con los teléfonos de nuevos amigos”, asegura Gabriela, que no sufre por no poder hacer ruido pasadas las 23, una exigencia en la mayoría de los complejos familiares. Todo lo contrario: “La idea es acostarse y levantarse temprano. Así disfrutás mucho más del día”.
No siempre la carpa es una elección que pasa por lo económico. Muchas veces lo que más pesa son esas ollas humeantes apoyadas sobre maderas de la zona y esa noción de desenchufe total, pese a que el Wi-Fi avanza sin pausa en cada vez más complejos.
“Llevo alguna radio y las cartas; el que pierde el truco lava los platos de esa noche”, dice sonriente Duacastella. “No me olvido el teléfono celular, por una cuestión de seguridad, pero jamás chequeó los mails. Cuando volvemos de las vacaciones los amigos me comentan: ¿viste que murió tal o cual? Y no, ni enterado. La desconexión es total.”
¿Sabías que el 10,1% de los argentinos se va de camping?
Eduardo Boczar, de 42 años, hizo turismo en casi todas las formas posibles, en lo que se refiere a infraestructura, desde hoteles hasta cabañas. Pero la carpa es algo que lo cautiva. La primera vez fue a los 15 años, con amigos de la secundaria, en Las Grutas, Río Negro. Con el tiempo se inclinó por las montañas patagónicas de Neuquén hacia el Sur, conmovido por el verde de los bosques y el azul intenso de los lagos. Cuando puede lleva la bicicleta; casi nunca olvida los binoculares.
“Soy un apasionado de la astronomía y la oscuridad del camping me permite salir de la carpa y tener las estrellas con todo su esplendor”, sostiene Eduardo, pampeano, pero vecino porteño hace más de 20 años. “Mi debilidad por la montaña viene de chico, tal vez por una añoranza de lo que no tuve en la infancia”, especula este profesor de matemática, que a la hora del camping muchas veces suele dejar el auto en Buenos Aires.
“Casi todos los destinos turísticos de la Patagonia tienen senderos que te llevan a lugares increíbles, a una cascada, a un lago. No me interesa llegar a destino y hacer con el auto 500 kilómetros en diez días. Eso no es descanso”, comenta Eduardo. Muchos de los que cultivan esta forma de vacacionar practican la siguiente ecuación: tenemos 350 días para dormir en una cama, rodeados de confort, pero también de cemento y ruido. Los quince restantes deben destinarse a los fogones con guitarreadas, a la vera de un lago, sin reloj y con carpas bajo las estrellas.
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Miguel
Quiero pasar unos dias en.el camping del aca en chascomus
Quisiera saber como.son.las infraestructura, precios