Rarezas del gran escritor Estadounidense.
Mucho antes de escribir “El viejo y el mar”, narró con destreza incomparable distintos aspectos de la pesca y la caza en Europa. Aquí, textos poco conocidos del Premio Nobel cuando recién empezaba como periodista de un diario canadiense.
Por Cosme Trapazzo para Info Aicacyp 37
Cuando parece que ya se ha dicho todo y de todas las maneras posibles sobre un tema, siempre aparece un texto que da la impresión de haber estado escondido esperando su momento para regalarnos otra mirada. Algo así ocurre con el gran escritor cubano Ernest Hemingway y las actividades al aire libre, en especial la pesca.
Se sabe que este Premio Nobel de Literatura (1954) saltó a la fama con su inolvidable relato de 1952, “El viejo y el mar”, donde cuenta las peripecias de un anciano pescador que decidido a revivir sus viejas épocas de gloria se lanza al agua con su bote. Allí, batalla con un “pez enorme” al que finalmente consigue doblegar. Le había llegado a decir, en un momento de la ardua pelea bajo el sol: “Pez, yo te quiero y te respeto muchísimo, pero acabaré con tu vida antes de que termine este día”. Así lo haría pero, como es conocido, en su traslado hasta la costa, su presa sería devorada paso a paso por un cardumen de tiburones hambrientos. La novela, hoy un clásico de la literatura universal, ha tenido varias adaptaciones en el cine, siendo una de las más recordadas la protagonizada por Spencer Tracy en 1958.
A raíz de las repercusiones del texto, muchos han indagado sobre la relación de Hemingway (1899-1961) con el mar, que dado su lugar de nacimiento, siempre tuvo una significación especial en su vida. Cuentan sus biógrafos que a los 5 años recibió de parte de su familia su primera caña y que fue instruido con los fundamentos básicos de la pesca. También cuentan que desde 1928 se instaló en la Florida, a dedicarse a la literatura, y que en 1934 encargó a la Boston Wheeler Brothers de Brooklyn la construcción de su propia embarcación, a la que bautizaría “Pilar”, en honor a la virgen de Zaragoza. En el “Pilar”, que hoy se exhibe en el museo Hemingway de La Habana, se inspiraron muchas de las imágenes que describe “El viejo y el mar”.
Hemingway había alcanzado tal destreza en la pesca, que en 1935 ganó el famoso campeonato en Bimini, y llegó a ser nombrado vicepresidente de la Asociación Pescadores de Aguas Saladas de Norteamérica por sus aportes y colaboraciones a la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia sobre clasificaciones y ejemplares raros.
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Pero mucho antes de todo esto, a principios de la década del 20, Ernest Hemingway se ganaba la vida como corresponsal en Europa de la publicación canadiense “Toronto Star”, tanto en sus ediciones diarias como semanales. Y fue allí donde aparecen sus primeros escritos, netamente periodísticos –pero no por eso menos bellos- referidos en especial a la pesca, pero también al camping o a la caza. Porque si bien no tenía fama ni galardones, como dice Rodrigo Fresán en el prólogo de “Dateline Toronto”, el libro que recopila esas notas, este Hemingway “aún no es Hemingway, pero sólo quiere ser una sola cosa: Hemingway”. Compartimos a continuación extractos de tres artículos, para deleite de los amantes de las actividades al aire libre y de la literatura.
• El 26 de junio de 1920, Hemingway escribe un artículo titulado “El campismo”, con consejos para los que se animen a vacacionar en carpa, un texto que bien podría haber aparecido en nuestros días en cualquier sitio de campamentos.
Allí dice:
“Miles de personas acamparán en el bosque este verano para paliar el elevado coste de la vida. El hombre que cobra el sueldo de dos semanas mientras está de vacaciones puede dedicar estas dos semanas a pescar y hacer campismo y ahorrar el sueldo de una semana entera. Puede dormir cómodamente todas las noches, comer bien todos los días y volver a la ciudad descansado y en buenas condiciones físicas.
No obstante, si va al bosque con una sartén, ignorante sobre jejenes y mosquinos y falto de conocimiento culinario, es casi seguro que su regreso sea muy diferente. Volverá tan picado por los mosquitos que su cogote parecerá un mapa de relieve del Cáucaso. Tendrá el estómago hecho polvo tras una valiente batalla para asimilar manjares medio cocidos o chamuscados y no habrá pasado una noche decente durante toda la excursión.”
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• El 18 de febrero de 1922, titula “La pesca del atún en España”.
Narra: “Una pintoresca iglesia gris de doble campanario y un fuerte chato y sombrío sobre la colina en que está construida la ciudad dominan la bahía azul donde los buenos pescadores acuden cuando la nieve bordea los ríos norteños y las truchas se agolpan en profundos remansos bajo una capa de hielo. Porque en la ría azul pululan los peces.
Contiene bancos de extraños peces planos e irisados, bancos de la caballa española, larga y estrecha, y de grandes y robustos róbalos con nombres de sonido suave e insólito. Pero sobre todo contiene al rey de todos los peces, al emperador del Valhalla de los pescadores.
El pescador sale a la ría en un barco marrón de vela latina, que se inclina ebria y resueltamente, y navega rozando el agua. Coloca como cebo una especie plateada de salmonete y deja arrastrar el anzuelo. (…) Los pescadores españoles le llevan a uno a pescar con ellos por un dólar al día. Hay muchos atunes que pican. La pesca destroza la espalda y los tendones; es un trabajo de hombres incluso con una caña que parece el mango de una azada. Pero si un pesca un gran atún después de una lucha de seis horas, una lucha entre hombre y pez hasta que los músculos duelen por la tensión ininterrumpida y por fin lo arrastra junto al bote, se sentirá purificado y podrá entrar con la cabeza alta en presencia de los dioses mayores, que le dispensarán una buena acogida.”
• El 3 de noviembre de 1923, lo ocupa “La caza en Europa”, en un artículo meramente descriptivo de la pasión de muchos habitantes del Viejo Continente por esta actividad:
“La caza es el gran deporte nacional de Francia, Bélgica, Italia, Alemania, Checoslovaquia y otros puntos más al este. Se llama caza, o la chasse, y significa disparar. Ahora mismo tendrían ustedes una enorme dificultad para subir a cualquier tren local que abandonase París en cualquier dirección el sábado o el domingo a causa de los miles de cazadores que, con la escopeta al hombro, viajan al campo el fin de semana.
(…) Por toda Europa se está extendiendo un animal de caza realmente peligroso: el jabalí, que todos los años mata a cazadores incautos. (…) Durante la guerra, cuando casi nadie fue de caza, los animales se multiplicaron por toda Europa y uno de los más abundantes fue el jabalí.”
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