Nada es casualidad, uno mismo construye su destino
Benso Bonadimani es uno de los tres socios fundadores de Bersa. En busca de un futuro, llegó de Italia y una sucesión de hechos increíbles lo llevó a ser uno de los principales empresarios del rubro de nuestro país. Una historia de vida para ser escuchada en primera persona. Nota publicada en Aire Libre 10 – Junio 2013.
Si hay alguien que debe creer en que las casualidades pueden entrelazarse una con otra hasta tejer los destinos de una vida ese es Benso Bonadimani. Llegó de Italia a los 17 años y con más pasión que conocimientos, creó la fábrica Bersa junto a dos compatriotas. Una pasión que hoy, 55 años después, sigue más viva que nunca. Una historia que merece ser escuchada con todos los detalles que sólo un italiano de pura cepa puede brindarnos.
Muchas veces un guiño de la suerte cambió su rumbo. Y, sin embargo, algo permanece inalterable a largo de sus 75 años. Esfuerzo, creatividad, tenacidad y una enorme dosis de extroversión y simpatía forman parte del ADN de este italiano oriundo de Cologna Véneta que, junto con dos socios, creó la fábrica que concentra la producción de pistolas y produce 100.000 por año.
“El 14 de abril se cumplieron 55 años de luchas –dice refiriéndose a la fábrica-. Fue una lucha agradable. Hacer lo que a uno le gusta es muy importante. A los 19 años empecé con una cierta inconciencia… Conociendo a gente del ambiente pero sin saber exactamente cómo iba a seguir mi vida. Tuve una especie de suerte. Yo no creo mucho en el destino, más bien creo que el destino lo va construyendo uno”, confiesa.
Esa “especie de suerte”, como él la llama lo acompañó en los giros fundamentales que dio su vida y lo pusieron al frente de esta empresa que ya fabricó dos millones de pistolas, 500.000 de ellas a distintas fuerzas policiales. Bersa produce 100.000 armas por año y exporta el 60% de su producción.
Cuando llegó a Buenos Aires, lo único que le preocupaba a aquel joven Benso de 17 años era trabajar. Y progresar. Buscando un futuro, había llegado de Italia, unos años después de que su papá muriera, a la casa de un tío en Ramos Mejía, hermano de su madre. Ella y sus dos hermanos quedaron en su pueblo natal. Llegaron un año después. “Yo empecé sin prefijarme algo. La idea era tener una empresa, siempre me gustaron los fierros, no exactamente las armas pero sí todo lo que es la mecánica”, recuerda.
Ese tío tenía una empresa metalúrgica que fabricaba baterías para autos y le dio una pequeña ayuda que, vista con la perspectiva de los años, resultó enorme: le enseñó los primeros pasos de lo que significa manejar una industria. Dos años después se dio cuenta que se encontraba más a gusto con sus amigos que con su tío. Una cuestión generacional. Esos dos amigos serían la clave de su futuro.
Se trataba de Ercole Montini, oriundo de Brescia, y Savino Caselli, nacido en Turín. Ambos trabajaban en la fábrica de máquinas de escribir Olivetti. Caselli era el jefe del Taller de Matricería y tenía diez años más que Benso. Montini, 20 años mayor, era un experimentado tecnico. Sin experiencia alguna, lo de Benso eran las ganas. “El entusiasmo mío era el trabajo. Tenía la pasión de hacer algo. Estamos hablando de los años 50 donde acá hacía falta y se vendia todo”, aclara.
Como si fuera necesario otro guiño de las casualidades, un enorme mapa de Italia cubre la pared del bar de Puerto Madero donde se desarrolla la entrevista. ¿Hace falta algo más? Hay otro. La música de Eros Ramazzotti suena a todo volumen. Pone una condición inamovible para la entrevista: hay que tutearlo.
“Para hacer unas changas después de hora, mi mamá nos prestó unos ahorros y decidimos alquilar un lugar en Ramos Mejía. Era un galpón en el fondo de un terreno, el dueño nos lo alquiló con la condición de que a la noche levantáramos los ladrillos para que entraran a dormir las gallinas”, se ríe. “Montini tenía una changa después de su trabajo y copiaba pequeñas piezas que le encargaba una persona. Exactamente no sabíamos qué piezas eran, pero decidimos sumarnos. En aquel entonces era accesible, no digo fácil, conseguir un crédito para comprar máquinas: así compramos un torno, una fresadora y una agujereadora, los tres elementos más importantes de un taller. Empezamos a hacer estas piezas que, a la larga, descubrimos que eran piezas de repuestos de armas. En realidad eran piezas de una pistola que se llamaba Ballester Molina –detalla-, una fábrica que fue expropiada por el gobierno en el ‘51 y al haber dejado de fabricarlos hacian falta repuestos.”
Montini y Caselli llegaban al taller después de las 17 y le enseñaban a Benso lo que tenía que hacer. “Al día siguiente yo lo hacía y ¡a las cinco de la tarde se daban cuenta de los desastres que yo había hecho! Prueba y error, así empecé”, dice. Y así seguiría. Quédese para enterarse.
“Al año de hacer estas piezas el cliente falleció. Nos encontramos sin proveedor y buscamos qué hacer… Hacíamos tornillos, bulones, engranajes, todo lo que yo podía hacer con mi pobre experiencia comercial. Caselli, que era un contratado de la Olivetti y cada dos años tenía derecho a un viaje a Italia, trajo de allá una pistola Beretta, que era una de las mejores de aquella época. Como él tenía mucha experiencia, la desarmó toda, dibujó todas las piecitas e le hizo algunas modificaciones. En el 59 hubo una gran huelga metalúrgica muy larga, como de dos meses. Trajimos a los mejores matriceros artesanos de la Olivetti para que hicieran las piezas. Salieron espectaculares y así hicimos cinco o seis pistolas. ¡Algunas disparaban!”, se emociona.
Entonces tendría otro golpe de suerte. “Caselli poseía una Siambreta y atrás del asiento tenía un baúl. Envolví las pistolas en el diario La Razón, fui por la avenida Rivadavia y entré en la primera armería que encontré. Pregunté por el dueño y vino. ‘Vos quién sos’, me preguntó. ‘¿Bonadimani? ¿Sos italiano? Yo también’, me dijo. Pensó y me respondió: ‘Yo iba al colegio en Italia con un Bonadimani pero… era una chica. ¡Era mi hermana! Habían sido compañeros en Italia, en un pueblito rural. Él se llamaba Baraldo, todavía existe esa empresa. Nos pidieron más pistolas pero para hacer una cantidad, le dije, hace falta plata: se necesitan máquinas, hay que comprar herramientas, contratar gente. ‘Vamos a hablar con mi papá’, me dijo. Era don Angel Baraldo, una persona muy emblemática, un patriarca en el pueblo”, cuenta entusiasmado.
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Las casualidades siguen. “¿Cómo era tu nombre?’, me preguntó don Angel. ‘¿Bonadimani? Yo conozco un Bonadimani… ¿Sos hijo de Gino? Hizo el servicio militar conmigo.’ Nos prestó plata e hicimos un contrato de exclusividad por diez años. Así empezó la fabricación de las armas. Seguimos en el mismo gallinero pero con más máquinas y empleados, después agregamos otros modelos de armas, hicimos escopetas y un rifle.”
A esas armas las bautizaron Bersa. La “B” de Benso, la “ER” de Ercole y “SA” de Savino Caselli. “¡Hasta ese momento nadie nunca había tirado un tiro y fabricábamos pistolas!”, se ríe.
Pocos años después, sus dos socios se habían desvinculado de Olivetti y ya trabajaban full time en la fábrica. Además, se habían mudado a un edificio propio donde llegamos a tener 90 empleados.
“La empresa Baraldo hizo un trabajo espectacular como distribuidor exclusivo. Tenían sus clientes y había unas 20 marcas diferentes de revólveres, pistolas, escopetas y rifles. En ese entonces me dijeron que teníamos que inscribirnos como fabricantes de armas en el Comando de Arsenales del Ejército. En los ‘70, cuando se vencía el contrato con los Baraldo, empezaron los problemas sociales y se prohibió la venta de armas por un decreto del ministerio de Defensa. Si no las podíamos vender, ¿para qué las íbamos a fabricar?”, se pregunta Benso.
Sin posibilidades de vender las armas en el mercado local, viajó a una feria en Italia y a ver qué podían fabricar: “Teníamos que ir abandonando las armas y pasar a otro rubro”, afirma.
Luis Dóndoli, otro compatriota y matricero, se había sumado como socio a Bersa. Viajó con Benso a Milán, donde tropezaría con otra artimaña del destino. “Caminamos durante tres días y no encontrábamos nada para hacer. Uno de los últimos días, me llama una chica por la calle. ¡Era una compañera de colegio de mi pueblo! Habían pasado más de 15 años desde la última vez que nos habíamos visto. Ella se había casado y me invitó a cenar esa noche a casa. El marido de esta amiga mía, Laura, me preguntó qué hacía en la Argentina. ‘Hasta hace poco hacíamos pistolas pero ya no podemos hacer más’, le dije. Me dijo que tenía un amigo que era el importador de armas número uno de Europa, por qué no lo iba a ver. Yo tenía las pistolas en la valija, envueltas en La Razón. Las había llevado para mostrarselas a mis amigos de infancia. E importador vió las pistolas… ‘Bella, me dijo… ¿Quanto costa?’ Hice cuentas… 35, 40 dólares le dije. Mandame mil, me contestó. ¡Me quedé helado! ¡No teníamos qué hacer y había que fabricar mil pistolas!”
Ahí empezó a escribirse un nuevo capítulo en la historia de Bersa. Tuvieron que hacer trámites para empezar a exportar, no existían antecedentes para exportar armas.. En 1972 viajó el primer envío. “Hoy, después de 45 años, todavía no lo creo”, confiesa. Hoy exportan el 60% de su producción a los Estados Unidos, un 20% a distintos países de Latimoamérica y 30% de la producción queda en el mercado local.
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Otro hito sería, en 1974, cuando Benso viajó a su primera feria mundial. “Compré un stand y fue mi primer exposición en Milán. En un sótano de un hotel estaban todas las armas del mundo, principalmente de Europa. Y ahí estaba Bersa”, dice orgulloso. En las sucesivas ferias fue conociendo gente de varios continentes.
Por aquellos tiempos, Benso estaba por casarse. Cuenta cómo conoció a su primera mujer y, como casi todo en su vida, parece de película. “Uno de mis proveedores de acero era un hijo de italianos que me hacía piezas. En el 69, tuve un accidente automovilístico muy grande, me sacaron el registro por tres años y le pedí a este amigo, que vivía en la Capital, que me “prestara” su domicilio para sacar de nuevo el registro. En aquel entonces el certificado de domicilio se entregaba en el domicilio, me llamó una chica para decirme que ya había llegado. Cuando lo fui a buscar encontré una chica hermosa. La hija de Mauricio. ¡Ni sabía que tenía una hija! ¿Qué hacés?, le pregunté. Estudio italiano, me contestó. ¡Yo te puedo enseñar! Un año y medio después me casé.”
Con el correr de la charla, Benso habla de sus primeros años. No tuvo una infancia fácil. Una vez viuda, su mamá se las arreglaba cosiendo medias de nylon y él vivió pupilo cuatro años en un colegio salesiano. Sólo veía a su mamá y a sus dos hermanos para Pascuas, Navidad y en las vacaciones.
-¿Qué te enseñaron esos años tan duros?
-Aprendí mucho… Y fueron los cuatro años más felices de mi vida. En 1963 volví a ese colegio y me dijeron que si volví era porqué debía ser un chico muy inquieto. Y así era: estaba mucho tiempo castigado.
Vivir de viaje
Sabe que su personalidad y los conocimientos que fue sumando son –y fueron- su carta fuerte. “Uno de los secretos, una de las llaves de una empresa no es tanto lo que produce sino el mercado que tiene -desliza Benso-. Eso es lo que vale. Hoy podés tener una fábrica mejor que la mía pero si no poseés y dominás el mercado no te sirve de nada.”
Y así como la empresa le dio muchísimo, sabe que él también cedió lo suyo. Están a mano. “Me separé porque mis viajes significaban ausencias. Viajaba mucho, por todo el mundo. En aquellos años no había Internet. La feria anual ayudaba pero las visitas eran fundamentales. Todo el tiempo viajaba a África, Europa, por Sudamérica”, dice.
“En el ‘93 me separé, en el ‘96 tenía un amigo que tenía una hija… y me casé con ella. Otra vez. Ella era muy joven. Nos enamoramos, yo de su juventud y ella… de mí. Nos separamos hace diez años”, cuenta. Benso tiene tres hijos: Lucas Mariano, de 37 años de su primer mujer, Valentina, de 16, y Benso Andrea, de 15. El mayor estudio para ingeniero y fue chef. Hoy es su gran ladero en Bersa. “En la fábrica empezó ensuciándose las manos, no empezó de funcionario”, aclara. “Le empezó a gustar y a medida que le iba gustando empezó a crecer en la empresa, la parte técnica estaba a cubierta por los hijos de los otros socios, así que me siguió a mí en las cuestiones de negocios y las relaciones públicas. Hoy es el número 1 de la fábrica, la parte comercial está en sus manos”, explica. Lucas es padre de su único nieto: Bruno, de cinco años.
-¿Tus hijos heredaron tu pasión?
-Los más chicos son chicos todavía. El mayor heredó la extroversión, aunque le falta mas experiencia. Yo si veo una chica, la piropeo. Ayer vi a una chica sentada afuera del garaje y le pregunté: ¿el avión se movía mucho? ¿Qué avión?, me dijo ella. El que te trajo del cielo, le contesté –dice entre risas-. Con Lucas nos llevamos como padre e hijo. Y en la empresa… nos llevamos bien porque tiene que ser así pero tenemos nuestras diferencias que se transforman en peleas y debate. Llega un momento en que nos preguntamos si vamos a empujar los dos para en mismo lado o cada uno para el suyo.
-¿Cómo se mantiene una empresa tantos años?
-Para mantenerse tantos años una empresa tenés que ser tolerante con los proveedores, los operarios y los clientes. Si te ponés duro con cualquiera de los tres, tenés que cerrar. Es como un matrimonio. Llega un momento en el que la llave para seguir es la tolerancia. Yo tengo que tolerar los defectos de ella y ella los míos. El amor es una linda palabra y el físico deslumbra pero lo que vale es lo que tenés adentro que no se cae nunca sino que se enriquece.
Benso habla y habla. Parece estar en todo. Salta de su historia a su presente, da consejos, responde y hace preguntas. “Yo me siento un maestro”, asegura.
-¿Un maestro?
-Soy materia de consulta de mucha gente. Se lo digo a mis hijos, se lo digo a mis operarios, se lo digo a mis clientes y proveedores: ustedes tienen que confiar en mí. No me escondan nada. Cuando tenemos un problema, hay que hablar. Esa es la receta para que algo dure. A mis hijos, a mis operarios, a mis proveedores y clientes les digo el dialogo es fundamental y que para mí crecer es mantenerse. Y les pongo el ejemplo del jugador de tenis.
-Contame cómo es eso.
-¿Cómo se mantiene un número 4? Le tiene que ganar a todos los otros y se mantiene. Si quiere ser número 1 tiene que crecer, tiene que ganarle al 3, al 2 y al 1. Una empresa es igual. Puede estar muy bien física, mental y técnicamente y sube… pero para seguir manteniéndose hay que seguir ganándole todo el tiempo al 3, al 2 y al 1. Mantenerse es crecer. Y lo empleo en todo: con mi familia, con las amistades, con la empresa, con mis aventuras. No es fácil. Pero esto que te cuento no lo supe desde el principio, es un aprendizaje. Prueba y error.
-¿Todavía hay en tu vida ensayo y error?
-Por supuesto. Siempre hay alguien que te pone a prueba, que se equivoca, que lo pongo a prueba yo, se equivoca, me equivoco. Es como la cocina. Si todos los días hacés lo mismo, llega un día que lo hacés bien. Yo hago una sopa que todo el mundo me envidia, pero ¿sabés cuántas sopas de porotos tiré? Sólo yo lo sé. Con la empresa pasa lo mismo. Con la vida de uno pasa lo mismo.
Benso es un bon vivant. Sabe de la buena vida y le gusta vivir bien. Amante de los autos, conoce el mundo entero y disfruta de todos los pequeños -y los grandes- placeres que le dio la vida.
“Cumplí 75 años el mes pasado. Me parece mentira. No lo demuestro y más cuando empiezan a conocerme, pero yo digo que es sólo la carrocería… no levantes el capot. Yo sé lo que hay debajo del capot. No se ve pero yo lo sé. Hay que saberlo.”
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-¿Cómo sos?
-Por los demás descubrí que soy simpático, extrovertido, que la gente me quiere. Me siento satisfecho.
-¿Qué te gusta hacer? ¿Seguís yendo a la fábrica todos los días?
-Para mí la fábrica es… (Piensa y piensa) Es todo. Largué la religión por la fábrica, mis mujeres me dejaron por la fábrica, largué el deporte por la fábrica. Andaba a caballo, jugaba al tenis y al fútbol, largué todo. Fui uno de los primeros esquiadores de la Argentina y esquié en todas las pistas del mundo. La fábrica no me lo permitía pero yo lo hacía igual. Crucé el cabo de Hornos en barco en un velero de diez metros, crucé el Canal de la Mancha en globo. Siempre trabajaba pero no dejé de ir al Macchu Pichu, a la Muralla de China, a Milán, a Amsterdam, a Madrid, a París, al Vaticano.
-Las fabricás, ¿pero te gustan las armas?
-Sí, me gustan. Fui cazador, en los ‘60 esperaba el 1° de mayo para salir a cazar. La caza mayor la hice pero me deprime. Cuando maté el primer ciervo me sentí mal. Yo soy de pluma, hacía caza menor. Con los años, la caza empezó a ser un trabajo. ¿Qué es lo lindo de un viaje?,- se pregunta-. La preparación, la adrenalina que te viene de armarlo. La diversión está en los preparativos. Después empieza la rutina. Cuando la preparación se convierte en una rutina, ya perdió gracia.
-¿Y los autos?
-Los autos lo apasionan. Tengo tres. Manejo Audi. En diez años compré 14… y los fui vendiendo, claro. El que vendí ayer era un Audi que hicieron especialmente para mí: hicieron 500, el único que vino a la Argentina fue para mí.
Ayer y mañana
Resulta increíble cómo el pasado y el presente conviven en este hombre que no aparenta en absoluto la edad que tiene. Será quizás porque hay muchas cosas de aquel joven Benso que siguen vivas en el Benso de hoy. Y hay otras que se esfuerza por mantener con vida.
Aquel joven Benso llegó a la Argentina sin hablar castellano. Pero tampoco hablaba italiano. “Para entendernos, todos los italianos aprendimos acá a hablar italiano. Fue para entendernos cada uno hablaba su dialecto. Cuando voy a Italia me preguntan, ¿qué acento tenés vos? Y… es italiano-argentino, les digo.” Benso ejercita su dialecto todos los días con sus hermanos, paisanos y algún tío que todavía vive.
Tiene una cita impostergable con su tierra. Todos los años, desde 1971, viaja a su pueblo una o dos veces al año. “No falté nunca: cuando no fui dos, fui una. Este año todavía no fui pero ya voy a ir”, dice.
-¿Cómo te cuidás?
-Deportes ya no hago. Me cuido con una dieta mía. Nunca fui a un psicólogo. Tengo un médico de cabecera que es mi amigo. Ibamos a los asaltos juntos. Con él hablamos de la muerte en el sentido de que vemos a muchos amigos que necesitan de los parientes para comer, manejarse, moverse. Uno está enfermo y vuelve loco al entorno. El y yo no queremos eso y pensamos en matarnos. Hablamos durante horas a ver cómo podemos morir sin molestar, de distintas maneras de matarnos sin ensuciar, sin que venga la policía. Los enfermos no tienen la lucidez suficiente y se aferran a la vida sin darse cuenta que tienen todo un entorno que vive para ellos. Queremos tener la lucidez suficiente para matarnos.
-Compleja teoría…
-Yo no puedo resistir que alguien esté conmigo soportándome. Ni un hijo, ni un amigo, ni una mujer. Yo vivo solo. Me acostumbré tanto a mi soledad que no quiero a nadie conmigo. Antes de cambiar, estoy solo. Yo, solo. “Tuve tres mujeres en serio, me dejaron. Pero algunas me dieron motivos para pensar que quieren volver. Me llaman para vernos y les digo que no. Acqua passata non torna piú. Ahí peco de presumido y vanidoso pero es la verdad. Lo siento asi.
-Aquel Benso que llegó a la Argentina hace 55 años, ¿pensaba llegar hasta acá?
-Ni loco. Para nada. El Benso que llegó pensaba en trabajar.
-¿Y este Benso en qué piensa?
-Mmm… en lo mismo. Hasta que pueda. El entusiasmo es igual, lo que no es igual es la fuerza física y animica y la dedicación. La llama está. Naturalmente no es una fogata. Ahora es un fuego.
“En todos los órdenes de la vida es lo mismo. Uno tiene el mismo estilo, la misma manera de pensar. Con tus hijos, en tu trabajo, con tus clientes, tus proveedores, tus colegas, los que te dan servicio. Tenés que tener coherencia. Yo tengo fama de loco… pero un loco que se apropia de algo y lo desarrolla y trata de regarlo, de hacerlo crecer”, dice poniéndose serio. Y agrega rápido: “Si hay algo que tenés que saber es que nunca me apasioné con fanatismo. Si hay cola para ir a comer, no hago cola. Si hay cola para ir al cine, no entro. Nunca ma apasioné por ningún cantante, por ningún actor. Iba a la cancha de Boca porque me hice de Boca pero un día se agarraron a trompadas y casi la ligo. No fui nunca más, qué diversión es esa. ¿La adrenalina del gol? Lo miro por televisión. La pasión mía es controlada, es tolerante no es desmedida y fanática.
-Creo que una fogata de ese estilo se extingue sola.
-Es probable… Aprendí a cuidarme. Me hago mi tiempo para cuidarme. Es una inversión… en mí.
La charla con Benso parece que no fuera a tener fin. Aunque su celular suena y suena, él siempre tiene algo más para decir, para contar. Después de todo, una vida tan intensamente vivida y con tantas anécdotas increíbles no se puede agotar en una sola entrevista.
-¿Sentís que tenés algo pendiente?
-Tendría que ser más conservador. Es mi promesa a futuro.
Chiste o verdad, una de las grandes cualidades de Benso es esa: tiene un gran pasado y, sin embargo, nunca deja de pensar en el futuro.
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Mauro Gomila
Que buena historia de vida..