El responsable de la centenaria Scudería Bucci que hizo y hace historia en el automovilismo criollo, encuentra en el deporte del silencio su espacio para el relax y la armonía interna. Un relato sobre dos pasiones solidarias, la pesca y los fierros, que afianzan lazos familiares y sociales.
Pablo Bucci es heredero de una riquísima historia familiar vinculada al automovilismo y el diseño de prototipos de automóviles que asombraron al mundo. Y lo siguen haciendo, puesto que en el pasado mes de octubre se inauguró el Museo Bucci en el pueblo santafesino de Zenón Pereyra, un pequeño conglomerado rural de 1500 habitantes que, a raíz de esta patriada, ahora tiene un atractivo turístico de importancia regional y nacional.
Descendiente del legendario diseñador y piloto Domingo Bucci –imbatible en la primera mitad del siglo XX- y de los genios creativos que fueron sus hijos Clemar y Rholand, atesora en su ADN valores que tienen mucho que ver con la solidaridad, el dar al otro y el vencer el “no se puede” trazándose metas a conseguir a pesar de los obstáculos.
Y este jinete a caballo entre dos mundos (el de la medicina, su ocupación profesional, y el del automovilismo, su hobby-pasión), encuentra su remanso para rumiar cuestiones internas en la pesca deportiva, actividad que heredó de su abuelo materno y que hoy transmite a sus hijos. Un deporte que comparte con el automovilismo palabras como amistad, paciencia, solidaridad y pasión.
-Pablo, háganos un repaso por estos 100 años de historia de la Scudería Bucci, que sigue escribiendo páginas gloriosas con autos que no solo son prototipos sino que realmente funcionan y son orgullo de la industria automotriz criolla.
-El giro comercial no está en esta etapa, pero sí son autos que podrían fabricarse en serie. Te cuento algo de nuestra historia: Mi bisabuelo empezó en 1913 construyendo un Bleriot -un avión de madera entelado-, con un señor llamado Brigidaire. Ese Bleriot lo voló y hacía eventos con acrobacia…
Estamos hablando de 1913, muy poco después de que los hermanos Wright empezaran a volar. Lo hizo en Zenón Pereyra, pueblito de Santa Fe donde nacieron mis abuelos después. Mi bisabuela le dijo a Domingo que no se iba a casar con él si seguía volando y entonces mi bisabuelo dejó los aviones y se dedicó a construir autos. Hizo autos para él y para otros pilotos, ganando casi todos los grandes premios hasta 1933: de 67 carreras ganó 58. Y como hacía autos Hudson para él y otros pilotos, su objetivo era armar una escudería.
Pero desafortunadamente muere en 1933 en una carrera en Arrecifes, dejando dos chicos huérfanos, que tenían 12 años, llamados Clemar y Rholand. Estos chicos van creciendo allí en Zenón Pereyra, salen a trabajar y llegan a convertirse en industriales metalúrgicos. Fabricaban autopartes para Chrysler, Ford, etc, haciendo tasas y paragolpes.
Entre medio, Clemar empezó a ser piloto, corrió en Mitget y en ganó el Gran Premio Argentino en 1947. Ese años e convierte en el primer argentino en ir a correr en Europa en carreras de Grand Prix y cuando vuelve, en 1947, el Presidente Perón lo consulta porque quería armar un equipo oficial argentino de competición. El recomienda a Juan Manuel Fangio, a Oscar Gálvez y a Puóppolo para que vayan a correr a Europa. En 1953 hace un auto llamado Bucci Special, un auto considerado pieza única por la FIA y está hoy en la colección de un Californiano, donde sigue dando que hablar, pues ganó un premio en 2005. En el 69 hace un auto llamado Dogo, que por desgracia no se dieron las condiciones para construirlo en serie. No es que en la fábrica de los Bucci hacían autos para decoración, sino con propósitos industriales, pero las distintas coyunturas hicieron que no pudieran fabricarse en serie. Siguen los hermanos Clemar y Rholand fabricando autopartes como socios (Rolando encargándose de la parte mecánica y Clemar como piloto y creativo que hacía los diseños) hasta que se abre la importación y se funden prolijamente hacia 1980, cerrando Bucci Hermanos.
-Los vaivenes político-económicos afectando el desarrollo industrial obligaron a muchas industrias locales a cerrar en ese tiempo, también en la náutica. ¿Cómo siguieron adelante después de ese momento en donde bajaron la persiana y estuvieron años parados?
-Pasados los años el hijo de Clemar, Clemar Bucci hijo, convence al padre para hacer una réplica de los Flecha de Plata y hacen varios de éstos autos, de aluminio, y algunos de ellos fueron prestados al Museo Fangio. Estos Flecha de Plata corrían en 1954 pero Clemar quería hacerlos en los 80 porque toda la vida corrió contra esos autos y tenía una pasión por la marca Mercedes Benz. Lo notable es que, a los 87, cuando muchos creen que vas a estar para un geriátrico, él tenía proyectos por concretar. Vuelve entonces a soñar con hacer un auto de fibra de carbono, súper- deportivo. Consigue las partes, compra otras en Europa, tenía un motor y una caja y empezado el desarrollo de diseño con un equipo de gente en el cual yo formaba parte. Pero por desgracia Don Clemar muere a los 90 años sin poder ver construido el auto. Como nieto de Rholand y sobrino nieto de Clemar, me pongo al frente del proyecto, decido continuarlo y nos juntamos todos a formar la Scudería Bucci. Tomé esa decisión en 2011.
-¿Cómo fue seguir ese modelo que estaba en pañales cuando fallece su mentor?
-Cuando muere Clemar estábamos en la etapa del chasis. Colamos el aluminio, hicimos las llantas, se hicieron las luces, los guiños, así como las 82 piezas de cada reloj, el tacómetro y el velocímetro, las butacas, el parabrisas, espejos retrovisores digitales con dos cámaras para que el piloto no tenga que mirar a los lados a la velocidad que va un súper deportivo (300 km/hora), ensamblamos el auto en talleres prestados por la familia Granelli, en Chacarita. El Bucci Special tiene un motor de 12 cilindros y 600 caballos, una caja puente de cima boloñesa de 7 marchas hidráulica. Y así, con gran esfuerzo pudimos terminar el Bucci Special, que fue presentado en el Salón Internacional del Automóvil, en Buenos Aires, donde nos invitó especialmente el Presidente del Salón.
-Me imagino el orgullo que habrán sentido…
Sí, pudimos mostrar con orgullo el Bucci Special terminado en Buenos Aires. Pero lo más importante fue que el Salón Internacional del Automóvil rindió tributo a Clemar Bucci, un ser cuya edad cronológica no tenía que ver con su espíritu. El era un hot rod, con un corazón de V8 nuevo y la carrocería de un hombre de 90. Fue emocionante.
-¿Qué destino tuvo luego el Bucci Special?
– Se decidió que el auto había logrado lo máximo a lo que podía aspirar un automóvil y entonces decidí llevarlo al pueblo de mi abuelo, Zenón Pereyra. Lo expuse allí, frente los chicos del pueblo y gran parte de sus 1500 habitantes que vinieron a verlo. Les dije a los chicos que ellos tenían la obligación de soñar y cuando sean grandes tratar de cumplir sus sueños. Les conté que chicos como ellos, nacidos en ese pueblo, con esas adversidades y siendo huérfanos, eran los que habían logrado hacer ese automóvil, a partir de un sueño. Nos emocionamos todos, y me di cuenta entonces que había que hacer algo más, que algo tan frívolo como un súper deportivo se estaba convirtiendo en una herramienta de prosperidad.
Hablamos con el Intendente de Zenón Pereyra, él a su vez habló con el Vice Gobernador, una familia nos donó una casa por 9 años, el Vice Gobernador nos dio fondos para reciclar e impermeabilizar los techos y unas manos de pintura, el Intendente del Pueblo declaró a éste proyecto como de Interés Turístico para el pueblo, y así, el pasado 19 de octubre inauguramos el Museo Bucci. Este museo tiene el propósito de generar prosperidad, un flujo turístico, y cuenta la historia de 100 años de automovilismo deportivo, y 100 años de una empresa familiar que genera autos para Grand Prix, para competencia en Fórmula 1, y que hizo prototipos de autos que soñaba con fabricar en serie. Hicimos todo esto con la seriedad y la pasión que tuvo siempre la familia Bucci.
-Pasión es precisamente lo que tenemos en la pesca. ¿Cómo se entrelaza este mundo “fierrero” con el deporte del silencio?
-Yo tuve dos abuelos, uno que era el de los fierros, pero el materno era fanático perdido de la pesca. Trabajaba en una curtiembre y religiosamente se iba a la costanera al terminar el trabajo. Y los fines de semana, nos íbamos a pescar al Delta. Yo en ese entonces, con 23 años, me había comprado un semirígido y salíamos juntos desde una guardería de zona norte con él rumbo a los Bajos del Temor, El Marciano, Playa Honda, pescábamos entre el Barca Grande y el Barquita y parábamos en Don Posada, recreo con habitaciones de chapa y baño compartido al que llamábamos por radio y nos preparaban unas ricas pastas caseras.
Compartíamos un día o todo el fin de semana y, para mí, era un cable a tierra. Ir a pescar con mi abuelo era desconectarme de todo como si me hubiera ido 15 días de vacaciones. Pasábamos las mejores tardes juntos.
-Precisamente algo que hace la pesca es unir generaciones, y resguardar un refugio de saberes en los adultos, que no es poca cosa en estos tiempos tan tecnológicos donde los pibes nos superan en muchas áreas.
-Hasta hace unos pocos meses fui socio de un hermoso club de la zona de Olivos, en el cual íbamos con mis dos hijos a pescar y aprovechar para potenciar ese espacio de hombres para conversar y desconectarte de la vorágine diaria. Quería que ellos aprendieran lo que yo aprendí. Cuando estás arriba de un bote cinco o seis horas empezás a largar lo que te está pasando, a conversar profundamente. Y eso es lo importante para mí de la pesca, que sea un cable a tierra.
-Usted destaca sobre todo el “beneficio terapéutico” de la pesca mas allá de las capturas en sí…
-La pesca es como un boomerang, cuando largaste la pesca al rato, si necesitas disfrutar de la paz y recuperar la armonía, eso vuelve. Ahora con todo esto de los autos, del trajín que llevó hacer el Museo, desde noviembre del año pasado no estoy yendo a pescar y lo estoy necesitando. Por eso estoy planeando unas vacaciones familiares en Villa La Angostura, y aprovechar para que mis hijos tengan su primera incursión con la mosca. Es una actividad muy divertida y a veces grata. La pesca son momentos, más allá de que uno pesque o no pesque se lleva momentos. Se lleva el asado, el pan, el vino, el queso la gaseosa y ve transcurrir el día de a minutos y no de a horas.
-Y mientras disfruta el espectáculo de la naturaleza…
– Lo que pasa en ese momento pasa en cámara lenta, sea que salte una tarucha, sea lo que fuere. Con mi abuelo Tito íbamos a dormir a la siesta al arroyo Pajarito, y luego cerrábamos la tarde pescando. El tenía 80 años cuando íbamos a pescar, nos comimos varias roscas y él no sabía nadar, pero igual subía al bote con total seguridad a pescar desde muy temprano. Fue muy fuerte esa conexión con mi abuelo, íbamos a Carmelo, Nueva Palmira, fuimos a la Salada Grande, fuimos a Los Quiroga en Santiago del Estero, donde vimos saltar los sábalos por millares al punto que los podías agarrar de la cola con un anzuelo sin carnada… me llevó por todos lados.
Los momentos de pesca no solo bajan la ansiedad. No está solo la naturaleza humana del cazador o pescador que busca la presa y la consigue. Lo importante es el instante en que uno comparte con alguien, o a veces estar solo, porque uno lo necesita. A veces solo basta el escuchar el agua, el sentir el sol en la cara que te da vitamina D… eso se suma a un montón de sensaciones placenteras que te dan armonía y te ponen de buen humor. A veces también es solo decir “necesito este espacio para un cable a tierra”.
-Tomó decisiones empresariales o personales en una circunstancia de pesca?
Mirá, las mejores decisiones de la pesca las tuve cuando le preguntaba a una persona al que nadie le preguntaría ni la hora, y que pescaba con una latita, cómo estaba la pesca, con qué encarnaba y dónde tirar. En ese momento ese es un ser muy importante que te da la información precisa para pasar una tarde divertida y no una tarde sin pescar nada. En la pesca vale la opinión de todos y todos son interlocutores válidos. Llegar a una laguna, un río, no disponer de información y que la persona que está allí te pase datos, es vital. Es como en las empresas, donde hay información que aconseja qué hacer, pero si vos querés podés tomar una decisión diferente por capricho, pero no vas a sacar provecho. Es como tirar de fondo cuando el pique está a flote. Pero si escuchás esa información, te tomás tu tiempo para analizar y te nutrís de esa persona, sabés que ese día va a ser fantástico porque no le vas a errar por mucho.
-¿Suele ir de pesca con socios, colegas o amigos?.
– En general voy con amigos, aunque de manera menos frecuente en estos últimos años. Es por eso, que este año, planifiqué ir al sur con la familia para devolver ese tiempo que le saqué con estos años de trabajo.
-¿Sueña con algún viaje de pesca especial o alguna especie en particular?
-No fui a pescar al exterior. El Marlín creo que es el sueño de todos, sentir un pez como ese debe ser fantástico, pero el dorado lo quiero volver a pescar. Desde que lo pesque en Santiago del Estero no lo volví a pescar y quisiera volver a repetir esa experiencia.
“Si podés cambiar algo tenés la obligación moral de hacerlo”
Lejos de conformarse con todo lo logrado, Pablo Bucci espera que el entusiasmo despertado por un automóvil super deportivo sea motor de cambio de un pueblo. Por eso, más allá de haber inaugurado un museo con el Bucci Special como estrella, quiere que la llave de ese auto encienda los motores de la pasión en la comunidad de Zenón Pereyra.
-El Bucci Special llegó muy lejos…ya tiene museo y todo. ¿Qué sigue?
– Y por suerte esto sirve para atraer turistas, para que se hayan mejorado caminos de acceso (se llega a Zenón Pereyra por la autopista 19 que va de Santa Fe a San Francisco, Córdoba y de ahí la 20). El año que viene, la Fundación Museo Bucci -porque armamos una fundación a raíz de todo esto- va a inaugurar la Escuela de Oficios para que chicos de pueblo, muchos de ellos hoy fuera de la escolaridad, pero que saben utilizar herramientas, tengan un oficio, sea de pintor de autos, de chapistas, etc. El segundo propósito es montar un Instituto de Diseño Industrial en el pueblo, para que chicos del pueblo y de otros lados, puedan venir a Zenón Pereyra a especializarse. La historia de la familia es activa desde lo industrial, en lo deportivo y en lo social. Yo soy un empleado, pero tengo la pasión por el automovilismo que siente todo mi equipo.
-¿Porqué esa necesidad de avanzar en lo social a partir de un diseño automotriz?
-Porque si te diste cuenta que podés cambiar algo, tenés la obligación moral de hacerlo. Yo no tenía relación con este pueblo hasta hace pocos años, pero ir allí a exponer el auto, ver a estos chicos y hablar con ellos, nos dio la pauta de que podíamos hacer algo más para la gente a partir de un auto con alma.
-¿Usted es ingeniero automotriz?
No, yo soy ingenioso (ríe), pero en mi equipo hay diseñadores industriales, chapistas y mecánicos. Todo se hizo con pasión.
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