Vinos, sueños y nostalgias al aire libre.
El presidente de la bodega Casa Bianchi es fanático de las actividades al aire libre. Sostén de una fuerte tradición familiar, el empresario practica tiro, ama pescar truchas en Villa La Angostura y recuerda los días de cacería en su Mendoza natal.
Por Cosme Trapazzo
“Yo nací con una caña y un arma en la mano.” Así de contundente, Raúl Bianchi, presidente de la bodega familiar del mismo apellido, resume su pasión por las actividades al aire libre. Y la palabra pasión no es un lugar común: manejar toda la noche para llegar a Villa La Angostura a pescar desde el amanecer todo un fin de semana, y volver de madrugada para estar en la oficina el lunes a la mañana, sólo es posible si el amor por la interacción con la naturaleza es intenso y se basa en una tradición familiar marcada por los años.
Toda su vida ha sido así, al aire libre y en familia. De chico, cuando la que cazaba era su abuela. Después, cuando el padre marcaba el rumbo del bote. Más tarde, cuando le tocó enseñarles a pescar a su esposa y a su hija. Bianchi no ha hecho otra cosa que profundizar una forma de vida tan de la familia como el propio negocio vitivinícola de “Casa Bianchi”, una de las bodegas líderes de capital 100% nacional, fundada en 1928 por don Valentín.
Raúl Bianchi cumplió 52 años en marzo y ya no es el que era, dice. Se ha vuelto más remolón para salir a la ruta y está cansado de las críticas ecologistas. Por eso prefirió volcarse al tiro deportivo, sobre todo a la hélice, cuenta. El año pasado participó en el mundial, en Portugal, y este año, si la crisis se lo permite, tiene planeado competir en Grecia.
La enésima vez que menciona a su padre, recuerda: “Tenía un encono personal con los jabalíes”. Una vez, junto a un cura amigo, tras cazar “unos chanchitos” en un maizal, la mala praxis como ahumador le echó a perder cuatro jamones. El religioso, entonces, le acercó una variedad de recetas para que no volviera a ocurrir. Alguna incluso detallaba que lo esencial es usar whisky en el procedimiento. Hoy, Raúl, se da el gusto de comandar un emprendimiento propio, Secretos del Monte, un ahumadero de carnes de ciervo, salmón y jabalí, producidas en criaderos y conservadas en frigoríficos. “Es preferible sacrificar algo del sabor salvaje, en beneficio de una sanidad certificada”, reconoce.
Amante de la pesca, el tiro deportivo y la caza, en el fondo, añade entre risas, él no ha sido otra cosa que un “cazador gastronómico”. Y estar al frente de una bodega y un ahumadero, no es gratis, bromea: “Todo esto me trae aparejado el aumento de kilos, porque donde voy tengo que chupar vino y comer jamones”.
¿Cómo se vivía la caza en su familia?
Mi abuela era cazadora de martineta, tenía perro perdicero, al igual que mi abuelo. Ellos hacían de la cacería una economía. Hacían escabeches. Todo lo que caía en la trampa, la nona lo regenteaba. Y los domingos, según la cantidad de pajaritos que había, era la gran polenteada… Se ponían en línea: uno lo sacaba de la jaula, el otro lo tiraba del cogote, el otro lo pelaba, otro sacaba las tripitas y otro iba haciendo las salsas.
¿Y la pesca?
Mi padre fue un gran pescador y un gran buscador de récord de pesca. Siempre con truchas. En 1968 sacó en Mendoza una arco iris de 8,6 kilos, que creo que sigue siendo el récord. Y pescamos y seguimos pescando todo lo que es la zona de Villa La Angostura. Siempre buscando la marrón de los sueños. Sacó truchas de 9 kilos, y hemos sacado muchas truchas de 7 o 7,5 kilos.
Entonces usted no “descubrió” estas actividades, las mamó desde siempre.
En mis épocas, teníamos una pasión extrema. Salíamos a las doce y un minuto de San Rafael, viajábamos toda la noche, pescábamos la salida del sol, todo el sábado y todo el domingo, y el domingo volvíamos a viajar de nuevo, para estar de vuelta el lunes a las 11 o 12 del mediodía. Eso, cuatro o cinco veces al año. Después, enero es sagrado en Villa La Angostura. Tenemos una lancha en la Villa inclusive.
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¿Y en la actualidad?
Ahora los tiempos se nos limitan. Cada vez somos menos hábiles para manejar a altas horas. Y me volqué muy mucho a los concursos de tiro. Dejé la cacería de lado. Cacé muy mucho en mi vida. Me alejé del tiro deportivo a mediados de los ochenta y lo volví a retomar en el 97 o 98. Ahora recorro el país tirando. Tiramos por todo el interior. Y lo llevo en la sangre. Mi padre tiraba a paloma viva, pero ahora yo soy del plástico.
Imagino que igual lo disfruta.
Me hice tirador de platos o de hélice porque a mi no me gusta llegar a una reunión y que me encrespen con el tema de la cacería y de la pesca. Como soy bastante mal llevado, suelo contestar mal. Yo creo que el hombre apareció sobre la faz de la tierra, valiéndose de lo que el Señor le brindo para que él se sirviera, no para que abusara. Mi padre nunca devolvió una trucha al agua, jamás. Había sacado una marrón de 7 kilos y medio, y después sacó un salmoncito, que fue el único que vimos en el Nahuel Huapi en la historia de nuestra vida, en 40 años de pesca, no pesaba más de un kilo, y no pudimos hacérselo devolver al agua.
¿Usted practica pesca con devolución?
Cuando mi padre pescaba abundaba el recurso y no había tantos pescadores. Yo estuve hace poco en La Angostura, y el sábado a la tarde, había 17 embarcaciones trolleando entre la boca del Rincón y la boca de Última Esperanza. Cuando íbamos con mi padre no había nadie, si nos cruzábamos con otra lancha nos saludábamos. Era otra época, otra especie. Yo empecé a pescar con mosca hace muchos años y junto con la pesca de la mosca aprendí a devolver la trucha, para volverla a sacar. Porque en realidad uno devuelve el pez al agua para que cuando vaya al viaje siguiente pueda volver a sacarlo y un poco más grande. Poder sacar cuatro o cinco ejemplares y divertirse.
¿Falta control?
Para gran asombro mío, y se lo digo con lástima, en Semana Santa teníamos la luna, y cuando yo salí del lago, a eso de las ocho y media, ingresaban cuatro o cinco lanchas. Nadie controló nada. Eso forma parte de otro estilo. Los que se subían a la lancha no eran señores sin plata que necesitaban hacerse una moneda. Eran personas que venían a hacerse un extra. Eso molesta.
¿Cuáles han sido sus mejores trofeos?
Yo soy cazador gastronómico (risas). A mí me baja una tropa y yo me elijo una chanchita, gordita. Al menos que me baje un padrillo con los colmillos soñados… Tengo 20 juegos de colmillos, de 19, 20 o 23 centímetros… Yo cacé mucho con perros… tenía mi tropa… Pero nunca tuve la oportunidad de cazar un padrillo de más centímetros… mi mejor padrillo, que era un chanchito que no pesaba más de 110 kilos, tenía 23,8 centímetros.
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Como empresario, ¿vincula la caza y la pesca con los negocios?
Nuestros distribuidores en Estados Unidos son enfermos de la cacería. Cazan con arco y flecha, van al África… La gente que nos distribuye en Noruega, en tanto, también son pescadores. Entonces organizamos excursiones. Con los americanos hemos organizado dos veces para que vengan a los colorados, pero después se suspendió por diversos motivos. Son excursiones donde a la noche se está más distendido, se conversa. Hablás sobre exportaciones, sobre volúmenes, sobre crecimiento, publicidad. Durante el día pescás, y cultivás una amistad. En la vida es necesario hacer negocios y ganar plata, pero en algún momento hay que bajar el telón, divirtámonos, tomemos un buen trago, salgamos a cenar, y también a pescar o a cazar.
¿La industria del aire libre resulta atractiva para hacer inversiones?
Cada vez más. Es una industria que crece muy fuertemente porque cada vez hay menos espacios salvajes para ir a cazar, cada vez hay menos posibilidades de cazar, y cada vez está peor visto. Hay gente que dice “yo no como nada que tenga ojos”. Cada vez hay más naturistas, más ecologistas. Yo los respeto, me parece fantástico. Ahora, ¿se imagina como me miran si cuento que practico tiro a paloma viva? Y yo soy una persona pública. Pensar que mi padre fue a tirar a mundiales en Italia de paloma viva. Hay que tener cuidado cuando uno habla de estas cosas. En cambio con la pesca es todo lindo, si uno pesca es mejor, los lugares y entornos son paradisíacos, la naturaleza te atrapa. No así la cacería, que es arriesgada.
Por lo que escucho, su “lugar en el mundo” es Villa La Angostura.
Nosotros hemos ido de vacaciones a Villa La Angostura toda la vida. Y tenemos una lancha en la villa. Deben ser muy pocos los lugares que tienen las truchas de Villa La Angostura. Yo te puedo asegurar que al lado del bote hemos tenido truchas de 14 kilos, que nos ganaron, sí, nos ganaron. Dicen que siempre la mejor trucha se va. Ir a pescar a Villa La Angostura no es un paseo, pero hay muchas comodidades: avión, colectivo y las rutas son una maravilla.
Imagine una noche de truchas en Villa La Angostura: ¿cuál es el vino ideal?
Yo lamentablemente soy tomador de vino blanco y champán. El champán y el chardonnay nuestro de Famiglia, nunca faltan en un viaje a La Angostura. Y después, cuando te atropellan con un corderito patagónico, le ponemos un Enzo o un Particular. Pero yo soy muy del blanco, y para comer truchas. En las épocas en que Parques Nacionales no hacía tanto problema por cocinar en el campamento, y uno sacaba una fontinalis importante, ahí nomás en la orilla se limpiaba y se cocinaba. Yo siempre llevo en mi equipo de pesca además algunas latas de mariscos y un rollo de aluminio, y cocinaba todo junto en un pocito. Quizás almorzábamos la trucha a las 6 de la tarde. Eso no tiene precio. No existe en ningún lugar del mundo. Es el sueño…
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