Las Golondrinas amarillas y el Terma Adventure Race.
Todo lo que sube baja, se sabe, pero hay descensos que pueden sacudir el esqueleto y activar la vibra de manera revolucionaria. Habíamos trepado como cabras la primera de las grandes subidas de Terma Adventure Race y el futuro, como siempre en esta vida, era totalmente incierto. En fila india gateábamos entre las rocas del Precámbrico, que conocí en enero en el Cruce Tandilia.
Una vez más asomaban entre los granitos, cardos salvajes, algunos helechos verdes y amarillos, y el sol que abrazaba a los corredores sin vergüenza ni pedir permiso. Se sabe ya, en estas carreras de aventura, una mano extendida para ayudar a cruzar una roca, una palabra de aliento, un chiste (aunque sea negro) es bienvenido cuando el esfuerzo por trepar y seguir aprieta.
La sorpresa llegó cuando pisamos la cima que tuvo cara y ceca. Al mirar hacia atrás, el campo enorme , pacífico y luminoso de Tandil se lucía orgulloso y en silencio a nuestros pies. Un cielo de un azul que molestaba de tan bello e inmenso. Las ganas irrefrenables de sonreír y agradecer ante tanta naturaleza. Pero la cosa empezó a ponerse inquietante de a poco del otro lado de la piedra más elevada. Descubrir algo o alguien de a poquito siempre seduce, pero devorar ese hecho sin poner freno al corazón es una experiencia reveladora que pocas veces sucede.
Se apareció delante mío esa bajada que me hizo saltar toda mi humanidad y desplegarla en cada piedra del camino sin límite. El corazón me estallaba y la respiración estaba a tope. Me dejé ir simplemente. Sentía un sacudón que salía desde el centro de la Tierra y subía por mis pies, recorriendo e invadiendo mi cuerpo, me hacía brillar el corazón. La única precaución que tomé fue mirar bien el piso -unos metros más adelante como dice siempre El Profe Perotti- y llevar la concentración a los pies para aferrarme – si se puede decir- cada vez que la suela de mis Nike tocaba el terreno. Una pequeña trastabillada o piedrita o mínimo accidente a máxima velocidad podía salir caro.
Pero ahí estaba la palabra adrenalina extendida como gran cartel delante de mis ojos, en mi boca, en mi piel. Parecía que se había salido del diccionario y bailaba frente a mi. Me tomó como un gancho hacia adelante y me hizo volar barranca abajo. Sentía que el pecho se me abría y que de tan rápido que bajaba estaba por delante del resto de mi cuerpo. Los ojos apenas me alcanzaban para adorar semejante explosión de verde, la película me pasaba en cámara acelerada y para atrás, me sentía en un tren de máxima velocidad pero impulsado por mi misma. Todas las tristezas, callos y dolores del alma se me fueron desprendiendo de la piel e iban a parar al piso con las piedras del camino. Saltaban de mis células a medida que mi tren se metía acelerado en cada sendero estrecho, en el bosque de eucaliptos que me saludaba, y yo que no podía parar, mis zapatillas volaban, mi cabeza también.
Cuando por fin llegué al llano, liviana y colorada, sonrisa de feliz cumpleaños, me tomé medio Gatorade y sin frenar demasiado repasé mi corta vida en esta carrera. Había salido unas dos horas antes, al comienzo de la posta dos y acababa de completar la tres. En el primer tramo, Isabel Manganini me había pasado el chip. Yo la esperaba al costado del camino con el resto de las geniales Golondrinas, el equipo que conformamos para esta carrera. Ver la cara de felicidad de Isa, cerebro de esta organización voladora, llegando para desatar su chip y pasármelo, fue maravilloso. Todas Las Golondrinas ayudando: Gabi Bianchi sacaba la foto, Lu Goris colaboraba con Isa y conmigo para el cambio de la tarjeta magnética. Parecíamos un equipo de Fórmula Uno en boxes. Todas atentas, todas sincronizadas. Todas por todas. Feliz experiencia.
Cuando al fin salí a la ruta, el inicio de la posta dos, lo primero fue toparme con la bella y talentosa Merchu López Etchenique que siempre sonríe detrás de la lente. Fue gritarle mientras empezaba mi carrera y Merchu disparaba su teleobjetivo. La sensación de agarrar el camino entre las rocas, con los corredores amarillos a mis costados, el sol que pegaba de frente, la alegría me desbordaba. Creo que hasta me puse a hablar sola contándole al Universo mi felicidad.
Ni bien mi mente se estabilizó, tomé conciencia. No era cuestión de dormirme con el tiempo, no podía fallarle a Las Golondrinas y había que dar lo mejor, también por ellas, o quizá específicamente por ellas. Correr sola es una cosa y correr sabiendo que sos parte de un equipo que te espera para sumar, es otra. Sentía de verdad que llevaba una antorcha olímpica, algo preciado para entregarle y confiarle a mis compañeras. Esa sensación iluminada me acompañó todo el trayecto de las posta dos, hasta que de repente volví a verlas a Las Golondrinas, felices, al comienzo de la posta tres. Gabi me esperaba con sonrisa y su mirada pacífica. Me tiré al piso roja de emoción. Y el equipo de Fórmula Uno volvió a operar: fotos y desatar el chip para pasárselo a la siguiente. Beso, suerte y Gabi salió disparada.
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Había quedado con Los Profes y las chicas, que yo iba también a correr además la posta tres, pero sólo como entrenamiento, es decir sin chip. Por un segundo me relajé y me olvidé de mi promesa. En ese instante caí en la cuenta de que tenía que seguir corriendo y tuve que respirar hondo y tomar valor. Puse lo que hay que poner, y sin pensarlo demasiado, volví al camino.
Ya está dicho, el final de la posta tres, en bajada, fue exultante. Quería seguir corriendo porque el shock de adrenalina me había dejado manija. Me cuidé porque aprendí a respetar los desafíos y los tiempos del propio cuerpo. Me fui hasta la llegada para reunirme con el resto del equipo y verlas llegar a Gabi (que también hizo el tramo cuatro sin chip), y a Lu que venía radiante con la antorcha de la felicidad final: 28 kilómetros cumplidos entre las cuatro.
Nos abrazamos con medallas Las Golondrinas amarillas. Y nos reímos juntas repasando cómo nos costó entender la logística de las postas. Nos habíamos pasado las 48 horas previas tratando armar una estrategia para pasarnos el chip y llevar a las restantes a la posta siguiente. Ni los esfuerzos denodados del DT
Dani Rodríguez sirvieron para calmarnos. Ni su brillante idea de graficarnos la cuestión con cuatro runas (las piedritas de Isa que nos representaban a cada una) y un celular (que “hacía” de nuestro auto para trasladarnos). Pero ahí estábamos en el punto de llegada, todas juntas, transpiradas y felices. La música sonaba fuerte y bailábamos en el parque de Tandil junto al castillo de la largada. Eramos las reinas de la fiesta.
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