Palomeros: para los extranjeros, la meca de la caza de aves está en la Argentina.
Unos 10.000 turistas llegan por año al norte cordobés, donde la práctica está autorizada; desembolsan entre 1000 y 1200 dólares por día; críticas de los ambientalistas. Nota de Gabriela Origlia para LA NACION.
Por momentos, el cielo del norte de esta provincia queda oculto por palomas. Son cientos de miles, una plaga que se transformó en un gran negocio. Unos 10.000 turistas extranjeros desembarcan por año en los 20 exclusivos lodges que les ofrecen desde los cartuchos y las armas con licencia hasta el alojamiento y la mejor gastronomía. Para la gente son los “palomeros”, aunque técnicamente se lo conoce como “turismo cinegético”.
La actividad -a la que los pobladores buscan sumarse porque paga en dólares- genera críticas de los ambientalistas por el plomo contaminante que queda en el ambiente. Una investigación de Diego Gurvich, de la Universidad Nacional de Córdoba, calcula que en el departamento de Totoral yacen unos 300.000 kilos de residuos de plomo al año. La ley cordobesa permite matar a la paloma dorada de cualquier manera porque se la considera una plaga. Por eso, no hay temporada ni cupo.
Estancias de estilo colonial y parques de cuidado diseño albergan a los cazadores, que pagan entre 1000 y 1200 dólares por dos días con 1250 cartuchos y licencia de arma.
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La paloma dorada abunda en el centro del país y anida en cualquier ámbito, por lo que en los montes se pueden encontrar unos dos millones cada 40 horas, según la Cámara de Turismo Cinegético provincial.
Córdoba es un sitio non-stop shooting. Es decir, los cazadores pueden disparar hasta cansarse. “Es la meca de la actividad por la cantidad de aves y por la accesibilidad”, dice a LA NACION el titular de la Cámara Argentina de Turismo Cinegético, Octavio Crespo.
“Hay muchos gringos y chilenos. Dejan propinas interesantes, pero no gastan mucho por fuera de lo que traen contratado”, cuenta a LA NACION un joven “picaboy” de Sinsacate, una localidad al norte de la capital provincial. “Picaboy” es la deformación lingüística de la expresión anglosajona pick up boy, que los cazadores usan con sus “asistentes de campo”. Son los que levantan las palomas y cargan las armas. En un buen día pueden ganar hasta US$ 250 en propinas. Lo mínimo son 50 dólares.
En los últimos tiempos, por comodidad y para evitar los engorrosos trámites aduaneros, los cazadores viajan sin armas. Algunas agencias europeas de turismo ofrecen pasar seis días de caza por unos 2500 dólares. Aparte corren las licencias de caza (US$ 55 diarios), los cartuchos (US$ 12 la caja de 25) y el alquiler de escopetas (US$ 190 la semana). Por supuesto, se requiere seguro.
Los cazadores dejan sus impresiones en los libros de visita de los lodges. John Daniels, que viajó desde Washington, señaló que la excursión “no podría haber sido mejor; la casa de campo y el personal, todo, nos hizo sentir especial”. El californiano Jim Devos se asombró “por la cantidad de palomas; no se puede apreciar completamente hasta que el sol asoma en el campo”.
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El debate
Aunque todas las empresas dedicadas al negocio tienen sitios web en los que abundan fotos de los grupos y videos de las excursiones, sus propietarios prefieren el silencio. LA NACION contactó a varios, que pidieron hablar en estricto off the record. “La caza genera resistencia, mucha gente se molesta y no piensa en los efectos económicos y laborales que el turismo cinegético genera”, argumenta Crespo.
Los “palomeros” que llegan a Córdoba provienen de Estados Unidos (75%), Europa y Chile. “No hay argentinos entre los que contratan”, indica a LA NACION el propietario de una compañía.
La actividad de los operadores cinegéticos está fuertemente regulada. Están inscriptos en el Registro Nacional de Armas (Renar) y en el Ministerio de Ambiente de la provincia. Son garantes de las armas que los cazadores ingresan y que no pueden permanecer en el país más de 90 días.
La Asociación Civil Pájaros Caídos apuesta por una campaña que busca prohibir la caza de palomas. “Es una práctica retrógrada, repudiada por personas sensibles que defienden los derechos de los animales”, argumenta la ONG.
Sobre los cuestionamientos de los ambientalistas, Crespo sostiene que cumplen un protocolo determinado por el Ministerio de Ambiente, que realiza monitoreos en los campos. “Los niveles registrados de plomo no presentan riesgos para la salud”, afirma. La posibilidad de reemplazar las municiones de plomo por las de acero, como en algunos países escandinavos, “todavía no es factible”, dice.
Uruguay, Bolivia y, en menor medida, Paraguay son los centros “palomeros” que compiten con Córdoba. Los operadores sostienen que son países “menos culposos” a la hora de promocionar la actividad, que en la Argentina corre por cuenta exclusiva del sector privado.
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