En la zona de exclusión que rodea la central nuclear de Fukushima se ha disparado sin control la población de jabalíes.
Cinco años después del accidente, jabalíes con radiación se dispersan por la región norte de Japón devastando la agricultura local. Los animales son abatidos para evitar la contaminación, pero las fosas y las incineradoras no dan abasto.
Cuando en marzo de 2011 un terremoto y posterior tsunami arrasaron la costa noreste de Japón, nadie esperaba que el desastre se pudiera agravar aún más. Como consecuencia de la intensidad del seísmo, de 8,9 grados en la escala de Richter, la central nuclear de Fukushima se vio gravemente afectada y el accidente, el peor registrado desde el de Chernóbil (Ucrania) en 1986, provocó la emisión de gran cantidad de elementos radioactivos en el aire, suelo y agua de la región.
De forma inmediata tras el accidente, el gobierno nipón ordenó una zona de exclusión total de 20 km alrededor de la central nuclear. Hoy en día, la zona más cercana sigue estando vedada al acceso porque el nivel de contaminación es demasiado alto. Aparte de las devastadoras consecuencias de la catástrofe, miles de personas tuvieron que abandonar sus hogares y sus vidas, pero los animales quedaron y se han multiplicado sin control desde entonces.
Cinco años después, en los bosques que rodean Fukushima ha explotado la densidad de jabalíes sin que su población se haya podido controlar mediante la caza. Y se han ido extendiendo por la región norte de Japón. Según datos del diario Yomiuri, los daños causados a los cultivos en la zona de Fukushima ascienden a unos 800.000 €. Además, se estima un aumento de jabalíes cazados de más del 300 %, de 3.000 a 13.000 ejemplares.
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La carne de cerdo es la más popular de la nación japonesa. Los jabalíes, que no pueden ser aprovechados, acaban en fosas repartidas por la región que no dan abasto. La expansión de jabalíes desde la zona de exclusión de Fukushima, sumado al hecho de que se alimenten con plantas que puedan estar contaminadas, impide aprovechar la carne de estos suidos. En la ciudad de Nihonmatsu, a unos 50 km de la central nuclear, hay tres fosas. Cada una puede almacenar unos 600 jabalíes y están casi llenas. El problema surge porque no hay más terrenos municipales donde poder cavar nuevas fosas. “Tarde o temprano, vamos a tener que pedir a los vecinos que nos dejen sus tierras”, dice en The Independent un cazador local, Tsuneo Saito.
Los cazadores locales son los encargados de controlar el exceso de población, pero problemas de logística impiden deshacerse de tantos animales. Las fosas se han llenado y las autoridades han decidido incinerar los jabalíes abatidos en instalaciones especiales, de coste millonario, como la que hay en la ciudad costera de Soma. Diseñadas para evitar que el material radioactivo se propague, esas instalaciones solamente pueden incinerar tres jabalíes al día, por lo que están desbordadas.
Las pruebas realizadas en la zona contaminada delatan que sigue siendo muy peligrosa, con niveles de radiación 300 veces por encima de la seguridad para el ser humano. Asimismo, se ha estimado que estos valores de radiación tóxica puedan permanecer durante, al menos, otros 30 años. Son justo esos años los que han pasado desde la catástrofe de Chernóbil.
“Que la vida silvestre comenzó a aumentar cuando los seres humanos abandonaron la zona en 1986 no es una noticia desconcertante”, afirmó Tom Hinton a The Washington Post. Hinton es un experto en la radio-ecología que ha estudiado las consecuencias de Chernóbil. “Lo que fue sorprendente es que la vida fue capaz de aumentar incluso en una zona que se encuentra entre las más contaminadas por la radiactividad en el mundo.”
Fuente: Cazaworld
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