Córdoba jesuita: reviviendo el pasado.
La historia de hace 400 años vuelve a tomar forma en las estancias jesuíticas en un recorrido de 50 kilómetros que reúne a las principales exponentes de aquella orden. Naturaleza y gastronomía acompañan este camino lleno de emociones
La Manzana Jesuítica, en Córdoba Capital, es el punto de partida para conocer el legado de la orden religiosa en la provincia. Un día es suficiente para adentrarse en este lugar histórico y emprender un recorrido por el conjunto de estancias, declarado Patrimonio Cultural Mundial. Unos criollitos con miel para encarar la jornada y entonces sí, el Centro Histórico maravilla a los viajeros con la Catedral, Las Carmelitas y, de paso, un recorrido por el área comercial de la peatonal y algún cafecito de media mañana.
El mediodía encuentra a los visitantes en Jesús María, donde cada mes de febrero se realiza el Camino del Vino por las estancias y donde nació el “vino lagrimilla”. Dicen que acá están las mejores parrillas de la provincia, así que es casi obligado hacer un alto para almorzar y continuar hasta Colonia Caroya. Aquí, además de historia, hay quesos, vinos y los mejores chacinados del país (no está de más una visita a los productores y a alguna bodega).
Ya satisfechos e inmersos en alguna de las estancias, los hallazgos en cada rincón donde estuvieron los jesuitas son constantes; se aprenden detalles acerca de todo un sistema social, económico y político, del que proviene el Papa Francisco, el primero de la Compañía en llegar al pontificado en el Vaticano. El patrimonio es enorme: hay edificios en perfectas condiciones y tesoros ocultos. Los viajeros tienen oportunidad de ver cómo se vivía hace 400 años y a la vez se enteran que aún hay tesoros por hallar, fe que se renueva cada vez que se descubre algo.
Recorrer 20 kilómetros más lleva a la estancia Santa Catalina, la que aseguran mejor marco natural tiene (junto con La Candelaria, en Cruz del Eje) y Alta Gracia es otro punto ineludible en el viaje. Ya al llegar sorprende con su avenida arbolada de 11 kilómetros de plátanos a ambos lados, creada por los friulanos. La conexión espiritual llega aquí de la mano de la estancia homónima y se ofrecen hasta aplicaciones informáticas para enterarse de historias y datos curiosos del lugar. La mística de esa época resuena, lo cultural y lo natural se unen. Esta ciudad es también conocida por sus telares y artesanías en cuero, así que es un buen punto donde hacer compras. La Gruta de Lourdes y el Museo del Che Guevara complementan la estadía, para extender al menos una jornada entera. Un té en algún club de golf de la zona –hay muy buenos campos- puede cerrar el paso por aquí con sabores dulces y caseros.
Finalizando, un recuento de lo vivido repasa lo urbano adaptado al campo, los galpones que se organizaban para llevar adelante la producción rural, el sistema hídrico de “tajamares” (pequeños diques) único en la Argentina y las huellas de la Ruta del Esclavo que da señales de los africanos trabajando en la elaborada herrería jesuítica. Todas las estancias están cerca de la capital de la provincia y vale la pena recorrerlas para comprender parte de nuestra historia.
Fuente: Ministerio de Turismo
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