Un relato atrapante del protagonista.
Con las pulsaciones todavía a mil por minuto, tras un esfuerzo sobrehumano para detener a un delincuente habitual de Puerto Serrano (Cádiz) que incluyó persecución y pelea a puñetazos, el policía municipal Juan Cadenas entraba al fin en las dependencias de una antigua estación de autobuses reconvertida en comisaría. “Me sentía con la sensación del deber cumplido porque había conseguido quitar a un tío peligroso de la calle”, recuerda.
Lo que ignoraba Juan es que los familiares del detenido le habían perseguido hasta la comisaría y, desde la puerta, le amenazaban con la llegada del hermano más violento. “En ese momento, yo ya sabía que tenía que sacar mi arma”, cuenta sobre un clan que un mes antes ya se había enfrentado a cuchilladas con la Guardia Civil. Varias patadas retumbaron en el edificio hasta que una reventó la hoja de aluminio y cristal que hacía de barrera de entrada a las dependencias policiales. Con un ojo en el detenido y otro en la puerta, Juan desenfundó su pistola reglamentaria, dispuesto a lo que fuera para cumplir con su deber y defender a su custodio.
Juan tenía claros sus derechos y obligaciones como policía. Le había costado mucho sacar la plaza, así que era muy escrupuloso en el cumplimiento de las reglas. Siempre llevaba consigo una pequeña cámara para acumular pruebas de todas las acciones en las que se viera implicado. Sus compañeros y familiares le decían que era un ‘flipado’ por ir con varios cargadores y con la cartuchera modificada para desenfundar rápido. En las comidas de Navidad era el primero en defender el uso de la pistola para responder a los ataques perpetrados con cualquier tipo de arma.
Y, entonces, lo vio.
La palabra proporcionalidad me vino a la mente de inmediato
En la mano izquierda de su agresor no había una pistola, ni un cuchillo, ni un machete, bate o cualquier tipo de instrumento categorizado como arma en su definición estándar. No, el delincuente portaba una lasca de cristal. “La palabra proporcionalidad me vino a la mente de inmediato”, recuerda. Y con esa palabra le asaltaron las dudas y una sucesión innumerable de pensamientos: de la preocupación de que se rompiera el cristal y desapareciera ‘el arma del delito’ al miedo a que un disparo rebotase dentro de la comisaría e hiriera a quien no debía… En definitiva, a las consecuencias judiciales de la acción de disparar. Guardó su arma.
Por un centímetro no soy hueso ahora mismo
Su agresor le tiró cuatro puñaladas y dos le alcanzaron. Una le partió en dos el globo ocular izquierdo; la otra le rajó el paladar y se quedó cerca de una arteria principal. “Por un centímetro no soy hueso ahora mismo”. Juan perdió el ojo y casi la vida.
Lo peor, aunque parezca increíble, vino después.
La pelea le generó a Juan tal estrés postraumático que sufre agorafobia y le acechan a menudo ataques de pánico.
También le afectó en su vida familiar: no podía ni soportar que su hijo pequeño le hiciese el gesto de una pistola sin que se le erizase la piel. Un niño, por cierto, cuyo cumpleaños coincide con la fatídica fecha de los hechos que le cambiaron la vida.
Pese a los homenajes recibidos, Juan sólo percibe un 55% de su pensión y la Administración por la que se jugó la vida le ha denegado en primera instancia la segunda actividad: adaptar su puesto de trabajo a su nueva capacidad psicofísica. “Si volviese atrás no me la jugaría, habría disparado”, confiesa. “Habría pasado un tormento, pero tendría mi ojo”.
Su compañero, por cierto, declaró en el juicio que él tampoco desenfundó. Su explicación: “No meterse en un marrón”.
Si tienes una pistola y el otro un cuchillo, ¡No te vas a dejar apuñalar!
Cuenta Juan que quiere que el ojo que a él le cerraron sirva para que otros lo abran y sepan cómo reaccionar en este tipo de circunstancias. A raíz de su testimonio, surgen varias reflexiones. ¿Cuál es la respuesta proporcionada ante una agresión? ¿Existe la legítima defensa en España? Y, sobre todo, ¿conocen las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado estos preceptos?
El artículo 20.4 del Código Penal dice que “estará exento de responsabilidad criminal quien obre en defensa de la persona o derechos propios o ajenos siempre que lo haga ante una agresión ilegítima, que los medios empleados para repelerla sean racionales y que no medie provocación previa”. La lectura de la ley parece clara, pero la interpretación, sobre todo del matiz de ‘proporcionalidad’, ha generado lo que Jose Luis Fuertes, abogado del bufete Amparo Legal, llama “concepto penal popular”. Una tendencia que defiende la necesidad de una igualdad total entre los medios ofensivos y los defensivos. “Es absurdo”, denuncia Fuertes. “Si tú tienes una pistola y el otro un cuchillo, ¡no te vas a dejar apuñalar!”.
La respuesta es igual de nítida para el ex policía Ernesto Pérez Vera. Tanto que le ha dado para escribir junto al psicólogo Fernando Pérez Pacho ‘En la línea de fuego: La realidad de los enfrentamientos armados’. En el libro analizan muchos casos reales en los que se ha presentado ese dilema entre el medio de ataque y de defensa. Y lo cierto es que son contadísimos los que optaron por usar el arma.
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Ernesto, ex policía municipal de la Línea de la Concepción, cree saber el motivo: “En la Academia te inyectan hasta el tuétano que no uses el arma incluso estando herido. Que es un marrón”. Pese a ello, él sí tuvo que usar su arma en un incidente que le supuso más de siete intervenciones quirúrgicas y su retirada prematura del cuerpo.
Esta clase de apoyo y el de la familia es crucial para salir de este tipo de incidentes
Era de madrugada cuando el policía dio el alto a un coche sospechoso y pidió la documentación a los ocupantes. En un descuido, con el agente a la altura de la puerta delantera, que estaba abierta, el conductor dio marcha atrás a toda velocidad para arrollarle. Enganchado a la ventana con el brazo izquierdo, Ernesto consiguió desenfundar su arma mientras el joven le iba estampando contra una fila de coches aparcados. Le disparó dos veces a las piernas. El agresor escapó, aunque fue detenido poco después.
Antes del incidente ya conocía bastante bien sus derechos y obligaciones. Así que, aún convaleciente y por miedo a las consecuencias judiciales, el policía planteó a su superior la posibilidad de declarar que había sido amenazado con un arma. Su jefe, con buen criterio, le recomendó que se ciñera a lo ocurrido. “Tu agresor llevaba un arma de 1.400 kilos”, le consoló.
“Esta clase de apoyo y el de la familia es crucial para salir de este tipo de incidentes”, dice Fernando Pérez Pacho, coautor de ‘En la línea de fuego’. De sus entrevistas a los policías que aparecen en el libro extrajo elementos comunes que refrendan el testimonio de Juan Cadenas: “En apenas segundos se les pasa por la cabeza el miedo, la familia, el juicio, lo que demora su respuesta un tiempo que puede ser crucial”.
Salimos vivos de allí porque el hombre no tenía intención de morir
Eso fue también lo que se le pasó por la cabeza a Domingo una tarde que se vio encañonando a un individuo al que había acorralado junto a su compañero en un callejón y que, al no tener escapatoria, esgrimía un cuchillo de cortar carne. “Hice todo lo que me enseñaron en la Academia de Policía -había salido meses antes- y no sirvió de nada”, cuenta.
Llegaron refuerzos. Hubo un momento en que había seis agentes gritando órdenes a un ‘malo’ (así llaman los uniformados a los delincuentes) que se negaba a rendirse. “Salimos vivos de allí porque el tipo no tenía intención de morir, porque si es un yihadista alguno no lo contamos”, explica con la piel de gallina como si todo hubiera sucedido el día anterior.
El protocolo de actuación de la Policía y Guardia Civil del 14 de abril de 1983, que se enseña también a las fuerzas locales, conmina a los agentes a usar sus armas de fuego ante cualquier agresión ilegítima que ponga en peligro la vida o integridad de las personas atacadas.
Dicho protocolo estipula además que la actuación, siempre que se pueda, debe de ir precedida de órdenes al atacante y disparos al aire o al suelo. Si la actitud persiste se debe disparar a zonas no vitales. Eso fue lo que hizo el compañero de Domingo: intentó dar a las piernas del agresor. “Lo que pasa es que en las situaciones de estrés el cuerpo desactiva la musculatura fina y potencia la gruesa, lo que complica el manejo del arma del policía”, explica el psicólogo.
De los seis protagonistas, Domingo fue el único que tuvo claro que podía disparar. Ernesto Pérez achaca el desconocimiento, además de la enseñanza insuficiente en la Academia, a esos jefes de policía que dicen que “un agente que dispara, aunque sea a un ‘malo’, puede verse perjudicado en un ascenso”.
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Así sería la reacción idónea a un ataque con arma blanca. Desde el bloqueo inicial con la mano izquierda hasta el desplazamiento para evitar ser alcanzado
Pocos de los consultados revocan esa sentencia. Mantienen que hay mandos que aseguran que “donde mejor está la pistola es en la funda”. Y amenazan con ejemplos de policías condenados por un mal uso de su arma de fuego. Tras consultar varias instancias judiciales, ninguna facilita los datos sobre sentencias relativas a policías. Aducen que no tienen ningún registro al respecto y que habría que revisar una a una todas las resoluciones. Pérez Vera asegura que, en un porcentaje altísimo, el acusado sale absuelto o la causa se desestima antes de llegar a juicio.
No obstante, el abogado Jose Luis Fuertes, especialista en Derecho Penal, mantiene que en los casos que él ha llevado el porcentaje de condenas se acerca al 50%. Además, puntualiza, “salir absuelto penalmente no te garantiza que luego Asuntos Internos pueda investigar posteriormente el incidente y observar alguna irregularidad en el procedimiento”. Y no sólo eso. En muchas ocasiones los policías son suspendidos de empleo y sueldo mientras dura la instrucción.
Muchos delincuentes usan una doble moral
Es lo que sufrieron M.G. y R.H., dos policías municipales de Madrid. Ambos fueron condenados por ‘extralimitarse’ -según la sentencia- al detener a un individuo al que habían dado previamente el alto por sospechar que conducía bebido. Pese a que alegaron en el juicio que intentó arrollarles con el coche, la Audiencia Provincial de Madrid les condenó por causar lesiones al detenido al propinarle varios golpes con la porra reglamentaria sin que el detenido supusiera una amenaza para la integridad del policía.
Fuertes precisa que hay dos situaciones en las que el policía siempre es condenado: cuando actúa ante un individuo que huye y cuando se extralimita en una detención. “La única manera de detener a un delincuente que se escapa es correr detrás de él”, asegura. Aunque, mantiene el abogado, muchos delincuentes conocen hasta el último punto de la legislación y utilizan la ‘doble moral’: “No respetan las garantías en el ataque, pero sí las exigen en la defensa”. Y las llevan hasta las últimas consecuencias en el posterior juicio.
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A la condena interna y judicial se puede sumar la de la opinión pública. Un Guardia Civil, que no quiere dar su nombre y que se vio implicado en un enfrentamiento, asegura que cuando volvió al cuartel muchos compañeros se apresuraron a decirle que ellos habrían reaccionado mucho mejor. “Es muy fácil criticar desde el sofá”, cuenta Miguel Ángel, un policía local. “Sólo querría que esos que tanto hablan se enfrentaran a la cuarta parte de lo que nos enfrentamos nosotros”.
Tú tienes el deber de volver vivo a casa
Justicia, mandos y opinión pública generan un cóctel explosivo en la cabeza de un policía que no ha tenido nunca un enfrentamiento con un delincuente. “El policía tiene aprensión a usar su arma de fuego”, asegura el psicólogo Pérez Pacho. “Eso provoca que existan agentes que han sido acuchillados y su arma permanecía todavía en la cartuchera”.
Esa diferencia entre delincuentes y policías lleva a todos los entrevistados en este reportaje a suscribir que “la mayoría de policías se dejaría matar antes de sacar su arma de fuego”. Es una sentencia dura, que cuesta tanto creerla como leerla, pero que llega de personas que han visto, como dice el psicólogo Pérez Pacho, “la muerte a pocos metros”. Ellos hoy piensan de forma diferente a cuando se produjeron los hechos. “Hay ocasiones en que la única salida, la única, es matar al ‘malo'”, opina Domingo. “Es un concepto trágico y muy duro, pero no te lo trasladan en la Academia”.
Y claro, ahora Juan Cadenas, que era el ‘pistolero’, que era el ‘flipado’, que era ‘el empollón’, ya no dudaría. Usaría su arma. Igual que Domingo. Ambos coinciden en que el deber de un policía no sólo es con la sociedad. También es con su familia. “Tú tienes el deber de volver vivo a casa”, cuenta Domingo. Y Juan concluye: “Volver para abrazar a tu madre, acostar a tu hijo… Eso no tiene precio”.
Fuente: EL MUNDO.
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