El Cañón del Ocre.
Ubicado a 77 kilómetros de Chilecito los distintos y espectaculares colores de las laderas de los cerros y las caprichosas formas de numerosas formaciones rocosas erosionadas superan a la imaginación.
La 4×4 se tambalea sobre la huella pedregosa y desde la cresta de una loma, a unos 2.600 metros de altura en el cordón de Famatina, se ve un resplandor amarillento que parece aflorar de una enorme grieta entre las montañas del centro norte de La Rioja: el Cañón del Ocre, un atractivo para el turismo de aventura.
Esta falla expone todos los tonos de ocre, con el río Amarillo en el fondo, junto a la huella que faldea ese cordón montañoso rumbo a la abandonada mina La Mejicana. El río hace honor a sus nombres populares, río “Dorado” o “Del Oro”, y brilla como si fuera una colada de ese metal precioso que serpentea cientos de metros abajo, entre los paredones que exponen en sus estratos.
La excursión puede comenzar en la localidad de Chilecito; de allí salen excursiones en camionetas todo terreno hacia el cañón que está a 77 kilómetros, pero desde el inicio del trayecto, por las rutas Nacional 40 y provincial 11, el paisaje deslumbra con sus valles verdes, ya con tonalidades rojizas y amarillas.
Unos kilómetros después, en Peña Negra, la ruta se vuelve camino de ripio, bordeado por unas pocas casas de adobe y techos de tejas o paja.
Desde allí la camioneta avanza a sacudones, el chofer baja la velocidad y el altímetro marca un constante ascenso que condice con el cambio exterior: del verde fresco y colores variados de otoño se pasa a los pastos bajos, cardones y otras especies de altura. El río es un hilo dorado cada vez más abajo en la quebrada, y en las laderas aparecen rocas peladas de un rojo intenso, con las primeras vetas ocre, blancas y verde oscuro, según sus minerales.
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El viaje se prolonga más de lo que suponen esos 77 kilómetros porque en la montaña no existe la relación distancia-tiempo del llano, y porque las vistas obligan a numerosas paradas para disfrutar del cambiante paisaje y tomar fotos.
El recorrido pasa por varios puestos de crianceros de cabras que saludan junto a viviendas de piedra o adobe. Los vehículos cruzan varias veces el río Amarillo por el fondo de la quebrada y vuelven a subir donde las vedettes son las piedras, como una que presenta unos círculos en relieve, que no son otra cosa que troncos de árboles petrificados. Una pronunciada cuesta lleva a la formación El Pesebre, que combina estratos rojos con blancos, verdes, grises y negros, en los que la imaginación popular y las creencias obligan a ver a la Virgen María, el Niño Jesús y otros personajes bíblicos. A la derecha del camino la ladera representa la colorida Paleta del Pintor y aparecen Los Penitentes, La Lobería y El Castillo, que demandan una larga parada para caminar frente a ellos. Desde allí se sube la mencionada lomada y se desciende hasta la frutilla del postre: el Cañón del Ocre, donde junto a las barandas de contención hay unos tablones a modo de mesas.
Desde allí la excursión puede continuar hasta la mina La Mejicana, un tour que llega unos 2.000 metros más arriba, pero como diría Dickens, eso es otra historia.
Fuente: Diario EL DIA
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