Nuestras salidas de pesca muchas veces pueden ser empañadas por accidentes de diversa naturaleza de los cuales no escapan ni novatos ni profesionales.
Primera parte de la nota de Wilmar Merino para AIRE LIBRE
En situación de pesca, nadie está exento de sufrir un accidente. Aficionados y profesionales estamos expuestos a golpes, pinchazos, cortaduras y hasta picaduras de ofidios. Por eso hay que tratar de prevenir para evitar lo evitable y estar preparado para saber cómo actuar cuando sufrimos un accidente o debemos asistir a una víctima.
Si contratamos un guía de pesca, aunque suene incómodo, pidámosle que cuente a bordo con un botiquín de primeros auxilios. Esto que parece una obviedad no lo es: muchos casos -vividos en persona y relatados por terceros- dan cuenta de que a la hora de los bifes, muchos “profesionales” no tienen abordo ni siquiera curitas o algodón.
No se salva nadie
Dijimos que el sufrir accidentes en situación de pesca no es patrimonio de novatos. Bastan estos ejemplos de reconocidos pescadores de medios especializados y empresas importantes para darnos cuenta que cualquiera puede ser víctima, e inclusive la confianza ganada en años de pesca es, a veces, un factor perjudicial para evitar tomar todas las precauciones del caso.
El guía rosarino Daniel Demaría fue mordido por una tararira que le produjo dolor y un profuso sangrado en una mano por no usar bogagrip ni pinza para desanzuelar. Cabe destacar que las mordidas de peces pueden sanar superficialmente, pero seguir doliendo aún varios meses cuando los dientes llegaron al hueso de los dedos. Más vale prevenir que curar y usar los elementos adecuados para manipular al pez y desanzuelarlo.
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Alejandro Kohner, empresario socio de la firma Tech Tackle, ha contado en su Facebook una experiencia relatada en primera persona con un surubí. “Estas fotos son el antes y el después de algo que podía haber terminado en una desgracia mayor, y la comparto con todos para que lo que me sucedió a mí no les pase a ustedes. Saque un lindo cachorro de surubí de unos 8 kilos y, como siempre, antes de la devolución sacamos las fotos. La ansiedad por sacar la mejor foto hizo que el surubí se me patinase de las manos y una de las chuzas laterales me produjo un corte que necesito 4 puntos de sutura. El mal manejo de los pescados sobre el bote es algo a lo que tenemos que prestar mucha atención, ya que de milagro el corte no toco ni vena ni hueso, y eso sumado al equipo de primeros auxilios que tenía el guía Matías Pavoni (por favor exíjanselo a todos los guías en su salida y téngalo en la lancha siempre si es propia) y la curación de mi hermano (veterinario) hizo que 20 minutos después pudiera seguir pescando hasta el final de la jornada, en la que fui al hospital y me cosieron. Me llenaron de antibióticos, vacunas, analgésicos y anti inflamatorios (quede hecho un colador). La pesca es algo que nos apasiona, pero un minuto de distracción puede arruinarnos la salida a todos. Tomemos conciencia y evitemos estas acciones que son más frecuentes de lo común. Usen siempre bogagrips especiales para agarrar los pescados y pinzas para desanzuelar dorados, chafalotes, surubíes palometas, armados y el resto de los peces que puedan lastimarnos”.
Otro periodista reconocido de Revista Weekend, Julio Pollero, vivió una tragedia a bordo que pudo costarle caro. Que él mismo sea quien lo cuente: “Era un domingo de pesca como cualquiera, que pudo haber terminado en tragedia por una terrible negligencia mía. Sucedió un día de mucho viento pescando pejerreyes en el Río de la Plata en la zona de Playa Honda. Veníamos pescando muy raleado y la idea era cambiar de lugar para mejorar la cantidad y mediante un llamado por vhf nos mudamos hasta el centro de la reconocida Depresión de la estaca o palo 4. Llegamos al lugar y las olas eran realmente grandes, la pesca no varió mucho y seguíamos pescando pocos pero buenos pejerreyes. Entrando en el horario del mediodía “comenzó a picar el bagre” (teníamos hambre) buscando casi desesperadamente las cosas para armar la picada. La lancha subía y bajaba acompasadamente y se hacía difícil mantenerse parado. En uno de esos momentos tome un pedazo de queso y lo apoye en la palma de la mano, con un cuchillo bien filoso trate de descascararlo allí mismo, cosa que jamás hay que hacer, si no es sobre una tabla. Se pasó el cuchillo de largo… Solo sentí casi un imperceptible golpecito seco sobre la base de mi dedo pulgar, al mirar solo veía un chorro saliente de sangre que poco a poco fue invadiendo todo el interior de la lancha y mis compañeros Mauro y Guille solo miraban atónitos. Buscamos en la guantera de la embarcación el botiquín y realmente no estaba completo con las cosas que necesitábamos. La cosa se empezó a complicar y le di el mando de la lancha a uno de mis compañeros pretendiendo solamente llegar pronto a la guardería. Cuando pudimos tener señal de celular llamamos a la guardería y al centro de asistencia médica que me correspondía. Mis compañeros, blancos por el susto, y yo pretendí hacerme el macho y soportar. Llegamos a la costa y ya nos esperaba la ambulancia junto a los profesionales para proceder en consecuencia: Recién ahí pude respirar y empezar a pensar que todo pudo ser peor. Un detalle muy pero muy importante: cuando sentí el golpecito o primer pinchazo, intente mover el pulgar y NO podía: ahí supe que no era algo sencillo. Para culminar, me llevaron a una clínica privada y pedí por el mejor cirujano de manos, el cual puedo asegurar que lo fue y es, para mí, el Dr. Sanmartino, el héroe que me salvó la mano y acaso la vida. Me atendieron en la guardia y me dieron un primer pronóstico alentador, cosa que me alivió. Llego el Dr. y me dijo “tranqui que vas a seguir pescando con las dos manos”. El resultado de mi mala decisión fue cortarme desde la piel hasta el hueso, para resumir. Por todo esto sufrí tres operaciones y varios meses de rehabilitación. Conclusión y moraleja: para terminar y disfrutar de un día de pesca con amigos, la picada hacerla sobre una tabla de madera como corresponde”.
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Para cerrar, una anécdota personal de quien esto escribe. Me encontraba en Bella Vista, Corrientes, realizando una nota de pesca variada para Revista Weekend, de cara a la promoción de un importante concurso de pesca variada que allí se realiza en Noviembre. La idea era tocar distintas especies y mostrar la riqueza del ámbito. Curiosamente un clásico de la zona nos venía siendo esquivo: el dorado. Habíamos perdido tres piques de buenos ejemplares que nos ganaron la pulseada y nos hallábamos en ese momento de pesca junto al guía Hugo Viccini y el oftalmólogo Andrés Sánchez, pescando pacúes en un arroyo a una hora y media del embarcadero. Para trabajar ese ámbito, con selva en galería y profusa arboleda haciéndonos de techo, cambié mi tradicional caña de bait de 2,10 metros por una más corta, atento a la necesidad de un tiro corto con la masa usada para el pacú. En eso estábamos cuando llegamos al final del arroyo y el guía me dice que había árboles caídos donde seguramente íbamos a prender algún buen dorado, lo que nos estaba faltando. Yo ya veía que no tendría tiempo de armar mi caña larga de nuevo, y corté el multifilamento con el leader y el anzuelo pacusero, eché mano a un leader largo con un anzuelo de trolling que el guía tenía a mano, armé el nudo tan rápido como pude y empecé a castear… con un equipo totalmente desbalanceado: caña de 1,50, leader de 40 cm, señuelo largo… el resultado no podía ser otro: mis tiros cortos no llegaban a los lugares adecuados y empecé a sumar fuerza en los lances. Hasta que sentí un fuerte golpe en la cabeza: me golpeé con el señuelo en la nuca, enterrándome una pateja 5x Strong del señuelo en el cráneo. Léase bien: no cuero cabelludo sino el hueso. Afortunadamente contábamos abordo con el oftalmólogo Andrés Sánchez, quien tras cortar la gorra (que seguramente evitó que más anzuelos me lastimaran) evaluó la gravedad de la situación. “Tirá fuerte y sacalo”, dije en un rapto de inconciencia. Y el doctor señaló con criterio que un desmayo era lo que menos necesitábamos en esas circunstancias. Emprendimos el regreso –yo más preocupado por no cumplir con mi nota que por lo que me estaba pasando y que afortunadamente no podía ver. Cuando hubo señal de celular el doctor llamó a su quirófano y pidió que tuvieran el instrumental listo. Volvimos a puerto, camioneta, quirófano y tras dos pinchazos de anestesia el doctor bajó un bisturí costeando la pata del anzuelo, agrandó la brecha y pudo quitarme la pateja. Tres puntos de sutura, analgésicos y al puerto de nuevo. Viccini ya había guardado su lancha pensando que no volvíamos , y el oftalmólogo mandó bajar la suya. En una hora estábamos otra vez en zona de pesca. A las 6 de la tarde, con el último rayo de sol, metí un dorado de 15 kilos que fue la tapa de Weekend de noviembre del año pasado. Meses después, reflejé la anécdota en la misma revista en un cuento llamado 3 puntos y 15 kilos.
Pero la moraleja de esto es la siguiente: debemos controlar nuestra ansiedad en la situación de pesca, usar equipos adecuados, tomarnos el tiempo necesario para cuidarnos a nosotros y a nuestros compañeros y –llegado el caso- no hacerse el héroe que “se la aguanta” y hacer lo que corresponde
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