Algunos países creen que no hay otra opción.
Por Rachel Nuwer para The New York Times.
En octubre, el Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos sugirió que iba a permitir que los cazadores estadounidenses que visitaran Zimbabue y Zambia podrían llevar a casa los trofeos de elefantes. Sin duda, fue un anuncio que pocos conservacionistas se esperaban.
En un informe de 39 páginas, la agencia citó el progreso de Zimbabue con un plan de gestión para sus 82.000 elefantes y pruebas de que las ganancias por la caza se reinvierten en la conservación. La caza por trofeo bien manejada “no tendría un efecto adverso en las especies, sino que puede hacer avanzar los esfuerzos por conservar a las especies en la naturaleza”, según la agencia.
Esa decisión habría revertido una prohibición a los trofeos de elefantes instituida durante el gobierno de Barack Obama. Fue elogiada por grupos a favor de la caza y criticada por los defensores de los derechos de los animales antes de que el presidente Donald Trump escribiera en Twitter que sigue pendiente la decisión final al respecto.
Saber si los ingresos por la cacería mayor deben usarse para proteger a las especies amenazadas y en peligro de extinción es una pregunta difícil de contestar. En lugares como Namibia y Zimbabue, la estrategia ha ayudado a revivir poblaciones silvestres. En otras, incluyendo Tanzania, la caza ha alimentado la corrupción y ha diezmado a las especies.
Entre los biólogos conservacionistas y los grupos defensores, la caza por trofeo es un tema demasiado controvertido: a quienes los apoyan les repugna en gran medida la autorización de disparar y destazar elefantes, leones y otras presas grandes.
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Muchos conservacionistas “han sido acosados hasta silenciarlos” sobre el tema de la caza, dijo Michael ‘t Sas-Rolfes, un investigador asociado de la Universidad de Oxford que estudia el comercio de especies silvestres.
Sin embargo, muchos expertos también creen que los frutos de la caza son lo que impide que muchas comunidades pobres destruyan la vida silvestre local.
“Mientras el escándalo en la prensa se concentra en lo moral y en hombres blancos con autorización para matar animales inocentes con el fin de colgarlos repulsivamente de sus paredes —con lo cual estoy de acuerdo—, en realidad esto tiene muy poco que ver con ser pragmáticos respecto a la conservación”, dijo Brian Child, un especialista en ecología de la Universidad de Florida. “Como todo en la vida, se trata del dinero: dinero para combatir el tráfico ilegal de especies silvestres y dinero para evitar el problema mucho más serio de la sustitución de la vida silvestre por la vaca o el arado”.
Child dijo que los críticos de la caza mayor casi nunca ofrecen alternativas viables para las comunidades que dependen de esos ingresos para proteger la vida salvaje. Los países que emiten prohibiciones a los trofeos, añadió, tampoco proporcionan la asistencia financiera necesaria para compensar el déficit cuando desaparecen los ingresos por la caza.
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Los cazadores pagan entre 65.000 y 140.000 dólares para cazar leones en Zimbabue, por ejemplo; una cacería de elefante puede costar entre 36.000 y 70.000 dólares (el precio sería más alto si no fuera por la prohibición al trofeo de Estados Unidos).
“Zimbabue está en pésimas condiciones por la desaceleración económica. Sin embargo, la comunidad internacional espera que nuestro país pobre cuide a los elefantes y los leones cuando ni siquiera podemos alimentar a la gente”, dijo Victor Muposhi, un zoólogo de la Universidad Tecnológica de Chinhoyi.
“Nadie viene a negociar y decir: ‘Sí, queremos que detengan la caza, y aquí hay un presupuesto y un plan alterno que pueden seguir para sustituirla’”.
Los llamados para instaurar prohibiciones completas, continuó Muposhi, pasan por alto los beneficios que pueden proporcionar los programas de caza bien manejada, así como las complejidades de la industria y la conservación misma.
“Creo que uno de los problemas reales en todo este debate es que la gente busca generalizaciones sobre la caza por trofeo, y no las hay”, dijo Rosie Cooney, presidenta del grupo de especialistas en subsistencia y uso sustentable de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. “Hay muy buenos ejemplos, otros pésimos y unos más de los que no tenemos idea”.
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Quienes busquen los ejemplos terribles encontrarán varios.
Un estudio realizado por Craig Packer, director del Centro de Investigación sobre Leones de la Universidad de Minnesota, descubrió que la caza deportiva contribuyó directamente a la reducción de leones en la mayor parte de las zonas de caza de Tanzania y que, durante los últimos doce años, el 40 por ciento de esas áreas fueron abandonadas por la disminución de especies de trofeo.
En otros países, incluyendo Zimbabue, los funcionarios simplemente se han adueñado de los cotos de caza y han tomado las ganancias sin reinvertir en la conservación, según Vanda Felbab-Brown, investigadora sénior de Brookings Institution y autora de The Extinction Market.
El negocio de la caza por trofeo “se comercializa demasiado y las élites se quedan con las ganancias”, dijo. “También se puede caer en que la caza por trofeo sirva de tapadera para el contrabando”.
Incluso en los lugares donde esa estrategia de conservación parece funcionar, algunos críticos cuestionan la contradicción inherente en cazar especies amenazadas y en peligro de extinción.
“Cualquier caza por trofeo de una especie en peligro de extinción es por definición insostenible, pues no puede contribuir lo suficiente a la supervivencia de la especie como para justificar la eliminación de individuos de la población”, dijo Elly Pepper, subdirectora del Consejo de Defensa de los Recursos Naturales.
De hecho, las poblaciones de elefantes de la sabana por todo el continente africano disminuyeron un 30 por ciento de 2007 a 2014, sobre todo como resultado de la caza furtiva. Sin embargo, las cifras no se distribuyen de manera pareja.
La mayor parte de la caza por trofeo legal de elefantes se da en el sur de África, en países como Namibia y Sudáfrica. La región representa casi el 40 por ciento de los 415.000 elefantes en el continente, de acuerdo con datos presentados en una reciente reunión de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres, realizada en Ginebra. No obstante, en 2015, la caza legal de elefantes en esos cinco países africanos solo fue de entre 0,01 y 0,23 por ciento de sus poblaciones respectivas de la especie.
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De acuerdo con Cooney, los ingresos por la caza pueden ser un incentivo para que las comunidades y terratenientes protejan y toleren a los animales salvajes incluso cuando estos llegan a causar daños.
En las comunidades de campamentos de Zimbabue —que son del mismo tamaño que los parques nacionales estrictamente protegidos del país, pero dependientes de la caza por trofeo—, los elefantes destruyeron más de 6880 hectáreas de cultivos de 2010 a 2015. Junto con otros animales, los elefantes han matado a 139 miembros de la comunidad desde 2010. Igualmente, los leones mataron a cuatro personas en Mozambique y a 220 vacas en 2016.
Después de que Estados Unidos prohibió la cacería de trofeos, el ingreso anual del programa de los campamentos cayó de 2,2 millones de dólares a 1,7 millones; los propietarios de tierras reportaron pérdidas similares. La Autoridad de Manejo de Parques y Vida Silvestre de Zimbabue obtiene cerca del 20 por ciento de sus fondos de las cuotas de caza; más de la mitad de ellas tradicionalmente provienen de cazadores estadounidenses.
“Todas las zonas de caza de Zimbabue están rodeadas de comunidades ávidas de tierras de cultivo”, dijo Muposhi. “Si la gente ve que los elefantes y los leones ya no tienen valor, los van a matar a todos y dejarán que su ganado use las tierras actualmente reservadas para las especies silvestres”.
Algunos argumentan que el turismo fotográfico puede compensar esas pérdidas, pero Muposhi no está de acuerdo.
Los cazadores tienden a entusiasmarse con la posibilidad de pasar tres semanas o más en la naturaleza, sin caminos, servicio de telefonía celular ni agua potable. En cambio, los turistas de los safaris fotográficos “son gente delicada”, dijo Muposhi, el zoólogo zimbabuense.
“Esperan dormir en una cama cómoda en un bonito alojamiento donde no haya mosquitos, con electricidad y agua potable”.
Es por eso que transformar las áreas de caza en destinos que atraigan a los turistas convencionales a menudo requiere de una inversión con un costo exorbitante en infraestructura y mercadotecnia.
Para otros expertos, el debate sobre la caza por trofeo sigue siendo una fatigante distracción de la cuestión central de cómo financiar de manera sustentable la conservación en África y cómo lidiar con la caza ilegal y las crecientes poblaciones humanas.
En una encuesta realizada en 2015 a 33 expertos en 11 países africanos, la caza por trofeo ocupó el penúltimo puesto de la clasificación de las amenazas a la vida silvestre. La caza ilegal fue el primero.
“Estamos hablando sobre el tema equivocado en este momento”, dijo Dan Ashe, presidente de la Asociación de Zoológicos y Acuarios y ex director del Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre. “La caza por trofeo no es el asunto. Deberíamos enfocarnos en el contrabando de especies silvestres y la situación más amplia y difícil en la que están los elefantes”.
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