Tres décadas enseñando a pescar a los niños.
Entrevista exclusiva con José Di Carlo, un grande de la pesca, por enseñar durante tantos años a los más pequeños.
2.746. No es el año chino, ni un número de AFIP, ni la grande de una quiniela. Es la cantidad de alumnos que, en los treinta años de vida, pasaron por la escuela de pesca para niños dirigida por José Di Carlo en el partido de Vicente López, en el conurbano bonaerense norte.
Con sus 86 años muy bien llevados conversamos con él en ocasión del festejo de las tres décadas. Como no podía ser de otro modo, tuvo lugar en un concurso para niños en el Club de Pescadores Olivos.
¿Cómo fueron sus inicios con la pesca?
La primera vez que vi “pescados” fue en el río Luján, cerca del cruce con la ruta 9. Vivíamos cerca, en el campo, y mi padre ponía una bolsa de red en un arroyo, donde había una salida de agua y atrapaba montón de sabalitos. Imagínese qué bien que nos venían, porque éramos nueve en la familia: mis padres y siete hijos. Luego, ya más grande, en Martínez (partido de San Isidro, en el Gran Buenos Aires) sobre la costa del río de la Plata vi mucha gente pescando y me acerqué a ellos para ir aprendiendo. Empecé con un corcho de botella y un anzuelito.
En esa época nadie te enseñaba a pescar: ibas aprendiendo a fuerza de errores, de equivocaciones y también de aciertos. Así fui sumando experiencia.
¿Cuándo empezó a participar en torneos de pesca?
Hace casi sesenta años comencé a competir. Me gusta pescar para entretenerme y pasar el día, pero especialmente para competir, para tratar de ganar un torneo, un campeonato. Era el Día de la Bandera (20 de junio) de 1959 y mi amigo Luis Domiján, ya fallecido, me anotó en un concurso representando al Club de Pescadores de San Isidro que, lamentablemente, como muchos otros, ya no existe más. Pescamos en el muelle del Club Obras Públicas en Costanera Norte, Capital Federal, y solo saqué un pejerrey mientras el ganador sumó treinta.
Hacía tanto frío que le pedí que no me invitará más, pero a los treinta días otra vez insistió. Fui con una caña de tacuara, de cuatro metros y tres tramos, sin reel y con el nailon en la mano. Otro fracaso.
A la noche medité sobre por qué no pescaba, y empecé a estudiar el tema y a interiorizarme. Fue el inicio de una larga carrera en torneos.
¿Cómo siguió ese itinerario?
Durante muchos años en el Club de Caza y Pesca Belgrano, de Vicente López, pasé por todos los escalones deportivos: concursos internos, interclubes y hasta llegué a integrar la selección argentina en algunos viajes a países vecinos, como Uruguay, Paraguay, Chile y Brasil. Anduve mucho por el interior, donde pesqué en un montón de ámbitos representando en los Nacionales a la Federación Metropolitana de Pesca y Lanzamiento, que me eligió por haber sido un exitoso capitán en el club Belgrano.
Practiqué todas las modalidades de pesca menos la mosca. Ni siquiera conozco la Patagonia, donde el fly es muy fuerte. Mi modalidad preferida es el pejerrey de laguna y el cornalito. Muy sutiles. Hay que saber mucho.
Mi primer Nacional fue en el lago Potrero de Funes, San Luis, donde tuvimos un éxito bárbaro. Fui capitán doce años consecutivos.
¿Qué hace un capitán de un equipo de pesca?
Muchísimas tareas de coordinación y organización, además de asesorar a todos los participantes sobre los detalles para ganar, sea en el río, el mar u otro ámbito. Debe conocer muy bien los lugares, los equipos, las carnadas, los peces y a sus compañeros. Yo realmente fui un enfermo en la participación en competencias de pesca.
Mi maestro como capitán fue Juan Carlos Tosi, uno de los mejores que tuvo la selección argentina. Cuando empecé, antes de cada torneo Metropolitano, iba a verlo a su comercio en Vicente López y él me daba el dato para cada lugar y modalidad. Aprendí mucho de Juan Carlos, fallecido hace ya muchos años.
Así llegó a los torneos internacionales
Sí, claro. Cada año se hacían dos campeonatos en distintas provincias. Tuve la suerte de ganar algún Nacional, por ejemplo, en Santa Fe, el Campeonato Nacional de Pesca de la Palometa. Todos los podios de los Nacionales, es decir, los ganadores del primero al tercer puesto, cada dos años participaban de una selección de pesca para armar el equipo argentino para intervenir en el Campeonato Sudamericano. Así, junto a unos 50 pescadores participé del seleccionado en Necochea. Fue una semana de pesca: cuatro días embarcados y cuatro de lanzamiento. Y clasifiqué para ir a Chile. Era mi meta.
En las competencias, ¿se aprende mucho?
Sí, es la verdadera escuela. Le puedo contar dos anécdotas de cómo pequeños detalles hacen ganar torneos. En el Alto Paraná llevaba carnada para el pacú y piedritas de arena. Como el pacú come frutas cuando están maduras y caen al agua, yo colocaba los anzuelos encarnados bajo estas copas y arrojaba piedras que simulaban la caída de las frutas. Esta técnica me la enseñó el señor Camineros, un guía de Misiones, para que yo la usara cuando el Paraná estaba bajo en la salida de los arroyos.
Otra: en los torneos es muy importante pescar mucho y, por lo tanto, aprovechar cada segundo. Así aprendimos a pescar contra reloj. Por ejemplo, cuando el pique es imperceptible, lanzábamos las líneas y esperábamos, supongamos, un minuto. Si al recoger traíamos dos peces, probábamos con treinta segundo. Si el resultado era el mismo levantábamos cada treinta segundos y podíamos duplicar la pesca, pero si cada treinta segundos solo traíamos prendido un pez, entonces, levantábamos cada un minuto.
¿La competencia es una cuestión de egoísmos?
No, para nada. Recuerdo en un torneo en Formosa, donde le presté carnada a los rivales. Eran lombrices blancas o tubi flex y los rivales nos prestaron, luego, otra carnada que nosotros no teníamos. También en Santa Teresita ayudé a otro equipo y nos ganó, pero lo volvería a hacer. En esto siempre es mejor ganar al que tiene iguales posibilidades que nosotros y no que sea una paliza ante un rival menor.
¿Y la escuela de pesca?
Cuando viajé a Chile, en 1986, ya tenía en mente armar una escuela de pesca. No podía hacer las dos cosas: pescar competitivamente y enseñar. Me costó mucho aprender y enseñaba naturalmente a muchos de los que me rodeaban, incluso, a los rivales en los torneos. Pero sabía que a toda la experiencia que tenía debía sumarle conocimiento técnico de los peces, por lo que empecé a leer mucho de ictiología, algo muy útil para cualquier pescador.
El 3 de septiembre de 1987 inicié la escuela de pesca en el Club Belgrano. Tuve dos alumnos, uno falleció rápidamente y el otro, Ignacio Medone, sigue pescando aunque es padre de familia y ya tiene hijos. A él le regalé mi primera caña de fibra de vidrio para pescar pejerrey, una Budak. Al principio me faltaban alumnos, entonces me acercaba al puerto de Olivos e invitaba a los papás que estaban pescando con sus hijos a que los llevaran a la escuela. Así fue haciéndose la rueda: los chicos se enseñan mucho unos a otros y cada uno es el mejor promotor de la escuela. Empecé con dos niños y en treinta años llegué exactamente a los 2.746 alumnos. Tengo la ficha de cada uno. Algunos han participado en competencias. Natalio Seggioli, por ejemplo, es un ganador neto, que representa al Club de Pescadores Olivos, donde enseño desde 1995 aprovechando su muelle.
¿Usted era maestro?
No, para nada. Toda mi vida fui colchonero, especializado en colchones con resortes. En 1980, además, abrí un taller de confección de bolsos para pescadores. Nunca fui docente, pero hasta llegué a dar charlas en un colegio para chicos de quinto grado, invitado por la directora. Afortunadamente conté con una familia que siempre me comprendió, y mi señora y mi hija más chica (tengo dos) han pescado y me han ayudado a desarrollarme en este deporte. A mis tres nietos no les interesa la competición aunque con el más grande cada tanto salimos a pescar por recreación.
¿Cómo se organiza la escuela?
El curso es básico: empezamos con los nudos más sencillos. Yo los atiendo personalmente a los chicos, uno por uno. Recién utilizo un pizarrón para la segunda parte: aprendemos a armar una línea de dos anzuelos para pesca de fondo. Después los animo a que se compren una caña y un reel (si no pueden, yo les presto, porque algunas firmas me proveen de material) y les enseño a tirar y a encarnar.
Pueden venir niños desde los ocho años. Más chicos aprenden a tirar bien, pero no a hacer las manualidades. En cuanto a la edad tope no hay problemas: si vienen adolescentes y hasta un padre de familia, también son bien recibidos.
Luego del concurso infantil al que concurrimos en Olivos, don José deja “formalmente” la enseñanza. Sin embargo, me confiesan algunos allegados, no será así. “No le creemos. No va a poder”, afirman. A los pocos días ellos mismos me cuentan que anda con un par de chicos en el muelle explicándoles cómo encarnar y tirar. Es un auténtico Di Carlo.
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