EE.UU. debe aprender de Cuba que ciudadanos desarmados significa sumisión.
Lejos de reducir la violencia, el desarme monopoliza la fuerza y vulnera a los ciudadanos. Por Mamela Fiallo (*) para PanAm Post
Luego del reciente tiroteo en un colegio estatal de la Florida en EE. UU., la respuesta inmediata de varios ciudadanos y analistas políticos fue la exigencia de desarmar a la población civil o, en su defecto, restringir el acceso a ciertas armas.
En la postura de “justicia social”, el perpetrador no es el culpable sino la sociedad en su totalidad y, por lo tanto, las armas deben ser negadas a todos los ciudadanos. Esta es una postura heredada, propia de la posmodernidad que niega la existencia y, a su vez, la responsabilidad del individuo en pos del colectivo.
Pero lejos de reducir la violencia, el desarme monopoliza la fuerza y vulnera a los ciudadanos, como lo demuestra la historia de Cuba.
Experiencias del desarme cubano
Como muchos jóvenes idealistas, mi padre —Celso Fiallo— se adhirió al socialismo. Viendo cómo las minorías, aun siendo numerosas como es el caso de los indígenas en su natal Ecuador, sufrían tanto, encontró la respuesta en la igualdad que pregona esa ideología. Aunque después descubrió que esa supuesta igualdad implicaba la negación de toda diversidad, tanto cultural como individual.
En su segundo viaje a Cuba, fue enviado por el Partido Comunista al frente de un grupo de diez para aprender el arte de la guerra prolongada, con énfasis en la guerra de guerrilla y contraguerrilla.
Pese al prestigio del grupo que lideraba, por lograr objetivos sin bajas–lo cual le llevó a China a profundizar sus estudios con el propio Mao–el Che Guevara, responsable principal del curso, nunca se acercó al grupo.
Mi padre deduce que fue porque criticó la idea del Che sobre que “el guerrillero se transforma en una máquina fría y selectiva de matar“. Sumado a que él era invitado personal de Fidel, a quien Guevara temía, sospecha confirmada después de la traición de Fidel que produjo la captura y asesinato del guerrillero argentino.
Durante su tiempo en Cuba, mi padre fue testigo ocular de la Crisis de los Misiles, cuando EE. UU. descubrió que Cuba albergaba misiles soviéticos de largo alcance.
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Cuenta que desde Pinar del Río a La Habana (176 kilómetros) vio tres filas de gente armada. Una al filo de la playa, la segunda en la carretera que la bordeaba y la tercera detrás de la carretera. Salvo los de la carretera, que era la artillería antiaérea, eran milicias de voluntarios que se sumaba con armas asignadas. Eran miles, y en el resto de la isla había más.
Una vez terminada la crisis, Fidel ordenó el desarme de las milicias y de los particulares. Desde entonces, solo el ejército gubernamental podía tener armas.
Armas para el Gobierno, no para el pueblo
Consultamos con Rebeca Esther Ulloa Sarmiento, periodista e investigadora cubana, coautora de Fidel Castro, el ultimo dinosaurio y otros libros de corte políticos, sobre lo que sucede cuando un Gobierno les quita a sus ciudadanos la capacidad de defenderse y cómo, desde el exilio en los EE. UU., se vive este proceso.
Ulloa cuenta cómo Castro convenció al pueblo de que el armamento no era necesario. Desde el cuartel general militar Libertad, Fidel Castro dijo: “¿Armas para qué, para luchar contra quién, contra el Gobierno Revolucionario, que tiene el apoyo de todo el pueblo?”. El público presente respondió: “¡No!”.
Oficiales, soldados y grupos revolucionarios entregaron sus armas. Más adelante, muchos de ellos fueron fusilados o encarcelados.
Si bien hubo algunos intentos de protestas, las armas pasaron a manos de Castro. Por eso, dice Ulloa, el lema “armas para qué” era un eufemismo, porque lo que en realidad quería decir era: “Armas para mí”
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Prohibición como solución
Como cubana que vivió el desarme de su pueblo, y ahora ve las consecuencias después de más de 60 años sufridos dentro y fuera de la isla —donde muchos apoyaron el desarme—, Ulloa todavía se pregunta cada día qué hubiese ocurrido si el pueblo hubiera respondido distinto a la pregunta “¿armas para qué?”
Aunque lamenta y llama terrible a lo sucedido en el tiroteo del colegio en Florida, el estado donde ella vive, afirma que bastaba un profesor armado para detener la masacre. Llama “una verdad irrefutable” que una población desarmada está desprotegida ante cualquier eventualidad.
A su vez, destaca que los ciudadanos no debemos conformarnos con portar un arma, es perentorio buscar una solución que nos lleve a evitar el uso de armas en defensa propia.
Derecho constitucional
Ulloa considera irónico que los grupos que intentan derogar la Segunda Enmienda que les permite formar “milicias” contra un tirano, sean comúnmente los mismos que consideran a Trump peligroso.
Dicta la Segunda Enmienda de la constitución de los EE. UU.: “Siendo necesaria una Milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas, no será infringido”.
Ulloa propone que esta contradicción se manifiesta desde los medios masivos que abiertamente se oponen al mandatario, mientras los contenidos televisivos defenestran el derecho constitucional que permitiría derrocar una tiranía.
Afirma que los medios masivos tienden a resaltar los hechos sangrientos y violentos, por encima de historias de crímenes violentos que fueron prevenidos porque civiles armados inhabilitaron a los criminales a tiempo, pues paradójicamente el amarillismo y el morbo aumentan el rating.
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Mensaje a los ciudadanos de EE. UU.
Es precisamente el respeto máximo a la individualidad que hay en EE. UU., y el que resalta Ulloa, el que conlleva a la autonomía y a la libertad, que permitirá que un ciudadano pueda tener lo que se proponga a partir de sus propios esfuerzos.
Concluye que fueron los Padres de la Patria, los gestores de la Constitución, quienes equipararon el éxito del país a la suma de los éxitos individuales. Por ello, insta a no permitir que el fracaso individual limite los derechos constitucionales.
Ninguno de los entrevistados lastimó a alguien en su vida. No promueven la violencia, pues la vivieron de cerca. Tanto quien se exilió de una dictadura que desarmó a sus ciudadanos como quien fue entrenado con las mismas armas que luego fueron arrebatadas para que los revolucionarios no hicieran lo que hizo su líder, nos dicen que desarmar a los ciudadanos solo mantiene el monopolio del poder en pocas manos. Lejos de reducir la violencia, impone una cultura de sumisión.
Como sociedad estamos en la obligación de contribuir a llegar a un certero diagnóstico y por supuesto a encontrar soluciones definitivas. Eso sí, la solución no puede ser que tiremos por la borda, el derecho individual que tenemos por ser ciudadanos de Estados Unidos.
(*) Mamela Fiallo Flor traduce al inglés en el PanAm Post. Es profesora universitaria, traductora, intérprete y cofundadora del Partido Libertario Cubano – José Martí e integrante del Área de Estudios Políticos de la Fundación LIBRE.
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