Sergio y Silvia
Primera de la zaga de tres bonitas historias de amor donde la pesca es protagonista de uniones que están llenas de aventuras, viajes y buenos piques. Por Wilmar Merino para Revista Aire Libre.
Ella ata moscas como los dioses y da cursos de esa especialidad. El es un instructor de lanzamiento reconocido y día a día trabaja para superarse. Hablamos de Sergio Rojas y Silvia Lopardo, unidos en la vida por su pasión mosquera, y responsables del proyecto Flybaires donde muestran sus saberes en la web y promocionan sus servicios. Pero aquí estamos para conocer el lado romántico que los llevó a decidor compartir su vida. Su vida como enamorados, su vida como pescadores.
“Nos conocimos vía internet, en un foro de pescadores, charlando de un tema en común que era la pesca con mosca. Nos estábamos iniciando, ambos teníamos una historia anterior de pesca pero no con mosca. Esto fue en 2006. En la charla general uno siente determinada conexión y uno empieza a charlar por privado y cada vez teníamos más conexión. Siempre el tema central era la pesca con mosca, luego se iban agregando otras cosas en común. Empezaron las ganas de conocerse hasta que decidimos encontrarnos para hablar personalmente, tomar algo y charlar. Ahí nos dimos cuenta de que coincidíamos en un montón de cosas más además de la pesca. De cómo veíamos el tema de la familia, de la vida en general”, introduce Sergio.
Nuestra atadora experta se prende a la charla y dice: “Empezamos a ser novios antes de la primera pesca. La primera salida de pesca juntos era con un sueño compartido: pescar truchas en el sur; nunca lo habíamos hecho. Empezamos a planear un primer viaje que se dio en poquito tiempo. A los pocos meses de estar juntos lo concretamos. Hicimos base en San Martín de los Andes para visitar distintos lugares. Eramos inexpertos y en la pesca tuvimos más fracasos que resultados, porque no conocíamos tanto el tema. Yo nací en Junín, pesco desde muy chico pejerreyes y tarariras y siempre uno sueña con ese compañero para la simbiosis sea completa. Y con Sergio lo encontré. A tal punto que nos conectamos por gestos cuando pescamos. Para mí la pesca con mosca es conectarse con gestos, no hace falta hablar”.
Rojas se sincera y dice que “Lo primero que nos dimos cuenta es que no sabíamos nada. Al poco tiempo estábamos viviendo juntos y lo primero que hicimos fue decidir capacitarnos Ella dijo `no compro más moscas, tengo que hacerlas´. A mí me tiró más el casteo, porque creo que el mayor porcentaje del éxito pasaba por un buen tiro. Tomamos cursos ambos, pero ella se podía quedar horas atando y yo horas casteando. Así que nos fuimos perfeccionando cada uno en lo suyo. Para mí el casteo es una actividad en sí misma. Llegó un momento que avancé tanto que decidí la posibilidad de enseñar. Pasé por la mirada de cuatro instructores de la Asociación Argentina de Pesca con Mosca (AAPM). Mi primer examen no lo pasé, en el segundo intento sí. Cuatro instructores magníficos me dieron el aprobado. Yo sentía la necesidad de tener la aprobación de especialistas, aunque podía haberme largado a enseñar así nomás”, cuenta.
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Respecto de su compañera de pesca y vida dice Sergio que “Aunque le tiró más el atado terminó siendo una excelente caster, con un entusiasmo que la muestra en su salsa cuando está pescando. Ella está donde quiere estar cuando pesca, no es una compañía nada más, está haciendo su pesca. Estamos donde queremos estar, ambos lo estamos. Es un juego, es la conexión con el ser niño”.
Claro que ese “juego” muchas veces se convierte en desafío cuando hay que superar adversidades. “Una vez fuimos al Malleo a buscar una trucha en un lugar determinado. Era una trucha grande y estaba en su lugar… un sitio difícil para poner la mosca por el viento. Recién al sexto día logré pescarla porque el viento desapareció. Bastó un tiro y la pude pescar”, cuenta Sergio. Y Silvia agrega: “le pusimos a la trucha La Abuela del Malleo”.
Lopardo nos cuenta su parte en esta historia de amor y buenos piques. “La pesca es aprender a compartir otra actividad distinta, hay parejas que tienen un compañero en otro deporte. Lo lindo de esto que nos gusta es que tiene otro entorno. En ese primer encuentro en un café llevamos fotos para mostrarnos lo que pescábamos cada uno. Nos pusimos al día con la historia de cada uno. Después vino el viaje al poco tiempo de conocernos. Eso fue otro aprendizaje, de cómo convivir. Es cierto que estábamos en un lugar idílico, pero la pesca estaba presente”. Y lo sigue estando porque mantienen ese ritual compartido: “Es una zanahoria importante ese mes que nos tomamos para salir de “pesca vacaciones”, porque volvemos al sur. Y sabés que tenés un compañero que piensa y siente lo mismo. Uno disfruta estar con quien querés estar, haciendo lo que querés hacer. Si me dan para elegir otros lugares de destino de viaje no creo que encontremos algo como el Malleo. Es nuestro lugar en el mundo, el patio de casa. Cada año que llegamos no pierdo esa capacidad de asombro de redescubrirlo de nuevo”.
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Está claro dónde les gusta pesar a los dos. Pero si hablamos de sueño por cumplir Silvia tiene el suyo: “De aquí de nuestro país me encantaría ir al río Dorado en Salta, un río con más piedras y donde pescas a pez visto. Es como un río truchero, pero de dorados. También me gustaría hacer una pesca en agua salada”.
Puesta a definir a su compañero de vida dice Silvia que “Sergio es un fanático. Me es difícil sacarlo del agua. En parte por esa forma que tiene él de encarar la pesca, de meterse y buscar, tiene éxito. No es pasivo, el camina, vadea,.. yo me sentaba en la orilla, sacaba fotos, miraba el paisaje… después le empecé a seguir el ritmo y ahora somos los dos locos del agua. Nunca me olvidaré la cara cuando bajamos del avión en Chapelco… alquilamos un auto y a él se le empezaba a transformar la cara… le pone actitud y tiene buenos logros”.
Con respecto a sí misma reseña el porqué de su afición al atado: “Me involucré luego de ir a San Martín de los Andes y llevar moscas atadas por otros. De repente nos pasó que tuvimos una buena marrón con una mosca particular y después esa mosca se perdió y no la encontrábamos ni en los fly shops… ahí me volví con la cabeza pensando en atar moscar. Siempre me gustaron las manualidades y esto no deja de ser una artesanía y te da un doble placer: hacerla y lo que lográs con ella. Antes no había tanta información. Tomé cursos, luego cursos de moscas realistas, y con el tiempo empecé a enseñar atado. Enseño a hacer moscas en distintos momentos, con una mini noción de entomología aplicada a la pesca. O en otro curso, por ejemplo, saco a los alumnos atando seis moscas distintas para pescar dorados. Una bien simple, y luego vamos complejizando. Pero en rigor, un curso debe darte herramientas para saber utilizar los materiales para que vos puedas atar lo que te guste y veas por internet. Ambos tenemos vocación docente: a los dos nos gusta enseñar a otros. Quizás porque a nosotros nos costó bastante aprender”, cierra Silvia.
Sobre la pregunta de quién pesca más y mejor, Sergio no deja dudas: “ella siempre pesca el más grande”.
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