Historia de nuestro lector Ariel Barrionuevo de Mendoza
Fue en el año 2010, en el Dique Potrerillos a sólo 90 kilómetros de la ciudad de Mendoza, camino a la Cordillera de Los Andes. Como generalmente hago cuando voy a pescar a este lugar, salgo de casa muy temprano, pasé a buscar a Martín Fuentes, quién también sería protagonista de esta historia.
Era septiembre de aquel año, una mañana primaveral, un día claro y soleado, el paisaje enamoraba. Estábamos pescando con mosca, no habíamos tenido pique alguno por lo que caminamos bastante desde donde dejamos mi camioneta.
Siempre a una distancia relativamente cercana íbamos avanzando hacia el paredón del dique, en un momento compartimos una pequeña charla con Martín donde intercambiamos moscas y sensaciones del por qué no habíamos pescado todavía nada; y recuerdo que me convida un trago de su petaca que contenía un Whisky añoso que él ponderaba como especial.
A los pocos minutos de ese momento fue el fatídico accidente. Entrados en una pequeña bahía estaba casteando y observé justo al frente una buena posición de lanzamiento, fui entonces hacia ese lugar debiendo subir sobre el cerro, justo en ese momento me grita mi compañero de pesca que tuviera cuidado, pero confiado le dije que era seguro.
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Al cabo de dos pasos y ya a una altura de 6 o 7 metros del agua subiendo la roca que estaba escalando se desmoronó probablemente porque al bajar el nivel del agua en esos días dejó rocas podridas y flojas. Fue entonces que se desprendió y comencé a caer verticalmente sin poder tener a mi alcance algo de qué sujetarme. Recuerdo perfectamente el momento que sentí crujir mi caña de mosca y fue cuando pensé por un segundo que estaba en problemas.
Acto seguido me encontraba sumergido en el agua helada del dique viendo jarillas sumergidas e inmediatamente sentí una gran fuerza que me devolvía hacia la superficie. Pensé lógicamente que era efecto de mi wader de neoprene que me sacaba a flote y al mismo momento sabía que Dios me estaba sacando de allí.
Entonces ya flotando, mi compañero de pesca Martín, observador directo de lo que estaba sucediendo, emprendió una veloz corrida hacia mí y saltando jarillas y piedras vino a rescatarme. En segundos pudo sacarme del agua; yo estaba inmóvil por el susto, el dolor de los golpes, y por el agua helada que ya estaba empezando a filtrarse entre mi wader.
Todavía recuerdo la cara de espanto con la que me miraba Martín, mientras no dejaba de tocarme la cara y cabeza viendo de dónde salía sangre. Fue entonces cuando me dí cuenta de lo que me había pasado y le pregunté ” estoy muy echo mierda???”. Obviamente no me respondía y me seguía revisando.
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A esta altura ya había visualizado un tramo de mi caña flotando en el agua, los lentes estaban sobre las piedras, mi mano izquierda estaba con sangre , y lo peor era el dolor que sentía en mi pierna. Me senté un minuto y Martín decidió que debíamos salir de ahí pronto. Mis labios no los sentía y me daba cuenta que tenía también cortada la barbilla.
Como pudimos, empezamos a caminar hacia la salida de la bahía, era mucho el dolor en mi pierna y las rodillas no dejaban de temblarme. Al cabo de 20 minutos de caminata, observamos que una camioneta de bomberos de Potrerillos providencialmente pasaba. Entonces Martín fue a llamar la atención de sus ocupantes. Resulta que su presencia allí no había sido tan casual sino que habían visto desde temprano mi camioneta y no veían gente en la zona, por lo que decidieron echar un vistazo un poco más detallado previendo que podría haber problemas.
La amabilidad de los bomberos y su enorme vocación de servicio y ayuda me tranquilizaron, Sabía que ya iba a estar todo bien. Me llevaron hasta la posta médica que está a la entrada de Potrerillos, donde también personal médico y enfermería me atendieron. Luego de una detallada atención me dijeron que me trasladarían en la ambulancia hacia la ciudad de Mendoza porque la herida que tenía en la boca no podían coserla.
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Fue entonces cuando Martín se comunicó con mi esposa Silvana(estaba en casa) y le avisó de lo sucedido.
Una vez que llegué al hospital Español de Mendoza, vino el reporte: 23 puntos en la boca y barbilla, dedo de mano izquierda quebrado, laceraciones varias y un gran golpe en la tibia de mi pierna derecha. Sería justamente esta herida la que derivó en lo peor de todo. Después de un mes de reposo con la pierna en alto la herida no mejoraba y el traumatólogo terminó en un injerto que me tuvo dos meses más en recuperación.
Por otro lado, y menos vital pero tan importante para cualquier pescador el reporte de daños materiales: caña de mosca quebrada en dos, chaleco con magullones varios, wader de neoprene ya no tan impermeable y el orgullo echo carnada.
Toda la experiencia llevó tres largos meses y una pierna con cierto daño permanente pero lo más importante es que gracias a Dios, estoy vivo, puedo seguir caminando, trabajando y mejor aún pescando.
Lo que me dejó de enseñanza esa terrible experiencia es que siempre, pero siempre, hay que salir con un compañero de pesca, y no sólo eso sino que es importante estar a la vista del otro, llevar silbato para utilizar en caso de necesidad, llevar teléfono celular y avisar dónde se va y con quién. Por otro lado, supe que el wader de neoprene hace que flotes. Y también que Dios sale de pesca con uno.
En cuanto a los amigos, destaco la actitud de Martín que no dudó en socorrerme en segundos corriendo cierto riesgo también.
Y a mi maestro y amigo Juan Carlos Salvador que durante los tres meses vino a bancarme a mi casa.
A mi traumatólogo y amigo Matías Lescano su profesionalidad y vocación.
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Noel
Tal cual Arielito, tremendo susto fue! Te mando un abrazo grande.