Historia de nuestro lector Alejo Di Paola de Villa Cacique
Después de escuchar varios comentarios de pescadores de nuestra querida Villa Cacique, en el partido de Benito Juárez, Buenos Aires, decidimos entre amigos hacernos un viaje de pesca a la laguna “El Chifle”, en dicho partido, a 70 kms de distancia. Se hablaba de que el pique era bueno y rendidor, que, con suerte y paciencia, se podía llegar a traer algún matungo para la comida.
Ese mismo domingo, conseguido el Renault 18 de mi viejo, salimos Martin, Diego, Bernardo y yo. En una hora, ya estábamos entrando por la tranquera de la laguna, después de unos buenos mates en el viaje, junto a la alegría y excitación que nos producía poder escaparnos un rato de la rutina y el trajín de la semana y poder hacer lo que tanto nos gustaba: pescar y pasar un buen momento entre amigos.
No alcancé a estacionar que ya cada uno corría a armar su equipo, ya que el día, radiante y apenas ventoso, auguraba una buena jornada de capturas. Yo ya llevaba la caña telescópica armada con la línea en el baúl, solo tenia que estirarla y encarnar, así que en menos de 2 minutos ya estaba tirando no muy lejos de la orilla, gritándole a mis compañeros “El ultimo que saca hace el mate!”.
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No pasó ni un minuto que un pique cortito, fue seguido por un buen tirón, así que encañe con fuerza recogiendo para traer un pejerrey tamaño mediano que hizo que mis amigos me insultaran y me vitorearan a la vez, haciéndolos apurarse en su armado.
Pescamos de lo lindo. Era tirar y sacar, a lo sumo, esperábamos un poco más para traer un doblete. Todos eran de tamaño medio, que apenas servían para hacernos unas milanesas, pero si iban a andar al pelo para el escabeche que hacia mi abuela.
Ya después de una hora de pesca ininterrumpida, tomándonos unos mates, nos dispusimos a prender el fuego para la parrilla y a ver que podíamos hacer para pescar un pejerrey de buen tamaño. Decidimos probar con diferentes carnadas, y con distintas modalidades de pesca.
Empezamos encarnando en diferentes cañas con corazón, filet de dientudo, tripa de pollo y lombriz. Exceptuando Martin con sus tan mentadas tripas de pollo, todos seguimos sacando lindos pejerreyes.
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Comimos unos espectaculares sanguches de pechito de cerdo a la parrilla, que tuvimos que bajar obligatoriamente con gaseosa para evitar el atore. Habíamos sacados las cañas del agua, porque se hacia imposible pescar y comer a la vez, tanto era el pique que había.
Terminado el almuerzo, me fui a probar con una línea de flote al costado de los juncos que había cerca, siempre con la ilusión del matungo que te hace ser el héroe de la jornada.
Tiré la línea con bastante fuerza como para que no se quedara entre los juncos, pero con tanta mala suerte que vi que en el aire se me desarmaba la línea y la boya salía volando loca para otro lado. Apenado por el corte, traté de recuperar la boya, ya que era de esas conocidas como “pito de mono”, una buena indicadora del pique con el oleaje en cualquier lugar.
Les avisé a los chicos que me metía a la laguna, no tenia problemas con el nado y el agua estaba linda. Caminé unos metros hundiéndome en el fango de la orilla y al rato, ya estaba dando manotazos hacia la boya que se iba alejando. Cuando pude agarrarla, miré para la orilla y me dí cuenta que estaba como a 120 mts de los chicos y a casi 3 metros del fondo. Eché una ojeada alrededor mío, y me dispuse a ir cerca de los juncos para ver como estaba en profundidad para tirar nuevamente por ese lado.
Mientras iba nadando, me choqué con algo duro que me pego en el tobillo. Metí las manos por debajo del agua y noté que era un poste de alambrado que había quedado quien sabe hace cuanto sumergido con todo su conjunto de alambres y varillas. Pero me llamó la atención la cantidad de líneas que tenía enredadas y enganchadas. Viendo la posibilidad de completar mi caja de pesca con plomadas, esmerillones y demás, le grité a mi amigo Martin que me alcanzara un cuchillo para cortar líneas y una bolsa para juntar las cosas. Obviamente, como implicaba meterse al agua, me negoció la mitad de lo que sacara o si no, no iba… En unos minutos lo tenía al lado mío, mojado pero queriendo ver que sacaba yo del palo ese!
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Corté y saqué alrededor de 70 plomadas y mas accesorios, la bolsa pesaba muchísimo para llevarla así que salió Martin nadando tipo perrito para poder hacer pie y encaminarse a la orilla.
Yo, para llegar antes, tome envión apoyando los pies en el tronco (que había dejado limpio de líneas) y me impulsé hacia adelante con fuerza. Casi instantáneamente, sentí el ardor en mis piernas de dos pinchazos fuertes. Me palpé y me di cuenta que tenia enganchados dos anzuelos en diferentes partes de la misma pierna. Pertenecían a líneas distintas que estaban enganchadas en otra varilla mas adelante. Tironeé para sacármelas y solo me pude desenganchar una, la otra estaba bien enterrada en la carne. El dolor no era grande, pero si el miedo de que estuviese muy oxidado el anzuelo y que se me rompiera quedando dentro de mi pierna. Llamé a gritos a Martin, que me alcanzó el cuchillo y pude cortar la tanza, saliendo despacito y casi nadando pecho para evitar otro enganche.
Una vez en la orilla, miramos la lastimadura, y viendo que era feo como se había metido el anzuelo, decidimos levantar campamento y volvernos a nuestro pueblo, donde en la sala local, me extrajeron el metal oxidado, me dieron una vacuna y antibióticos para tomar por una semana.
Una vez en casa, mientras los demás limpiaban los pescados, nos dimos cuenta de la gravedad de lo que había pasado. Que podría haber sido un ojo, que podría haber sido otro desenlace. Que habíamos tenido suerte. Que un día excelente se había empañado por no haber sido precavido. Y que menos mal, que estábamos juntos pescando en el mismo lado.
A partir de ese día, dejé de lado la metida al agua. Si la línea se corta, me armo una más linda. Nunca sabemos que hay debajo del agua, ni que puede pasar en un día de mala suerte.
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