Volviendo a las tradiciones primitivas
Por Felipe Venesia para Revista Aire Libre
Fue así, cuando en un domingo familiar, como cualquier otro, colmado de charlas, discusiones y anécdotas, propusimos la idea de tomar rumbo hacia mi debut como cazador con arco.
Un pequeño pueblo ubicado en la provincia de Buenos Aires nos esperaba. En este caso mi hermano mayor y mentor Mateo Venesia era mi compañero, tanto de viaje, consejos, como de cacería.
Arribamos a la estancia una tarde un poco lluviosa, en la cual después de una mesurada mateada pergeñando acerca de lo que iba a suceder despejó su cielo, ofreciéndole paso al sol campestre, irradiando vida en los majestuosos y viejos eucaliptus que yacían allí.
Preparamos nuestros equipos dando comienzo a esta inquietante y asombrosa aventura. La primer manada que logramos divisar a distancia fue un pequeño número de Ciervos Dama, una hermosa especie con cuernos flameantes como llamas provenientes del más ardiente fuego. Cruzamos miradas con Mateo y mediante un leve susurro pactamos el plan de emboscada. Comenzamos a reptar nuestros cuerpos por el dificultoso terreno acortando la distancia que nos separaba del animal para buscar la posibilidad de tiro. A unos 45 metros, la naturaleza nos jugó una mala pasada rotando la orientación del viento, espantando así a los Damas, debido a su agudo sentido de olfato.
No nos dimos por vencidos y seguimos en búsqueda, pero el tiempo pasaba, el sol bajaba y la noche se aproximaba, fue ahí cuando decidimos retornar a la casa donde estábamos residiendo para poder descansar y en la mañana volver a probar suerte con la cacería.
Al día siguiente el agudo y fuerte canto matutino de los gallos nos despertó, abriendo paso a una nueva oportunidad de lograr el objetivo buscado, un ciervo dama. Nuevamente, alistamos nuestros equipos y comenzamos el rastreo.
Después de algunos intentos fallidos, decidimos optar por un cambio de estrategia. La propuesta era esperar a estas magníficas criaturas al acecho. Buscamos el lugar indicado, la dirección de viento correcta y sólo quedaba esperar.
La sensación que se apodera del cazador en ese instante hace que la sangre fluya por las venas al ritmo de un río caudaloso a punto de desbordar, la piel erizada, las manos temblando y ni hablar de la dificultad para respirar, en síntesis, pura adrenalina.
Pasó un tiempo hasta que Mateo me palmó el hombro señalando una manada compuesta por tres machos y unas seis hembras. Se acercaban al ritmo de una tortuga agotada, pero al fin venían hacia nosotros.
Preparé mi arco, alisté el disparador en la cuerda tensa y tomé el telemetro. Me di cuenta que entre los sementales había uno que se destacaba por su temperamento feraz y guía, supe que era el indicado.
A unos 27 metros, acomodé mi cuerpo, cargando todo el peso sobre mis rodillas apoyadas en el suelo campestre, suspiré profundamente y tensé el arco, lo tenía en la mira. Sabía que era el momento preciso de hacerlo, tomé coraje quebrando el gatillo del disparador, dándole vuelo a la flecha dirigida al pulmón del animal que bandeó su perfil izquierdo echando a correr a la bestia. Mateo y yo nos miramos sonriendo como campeones acompañando este gesto con un fuerte abrazo de felicitaciones, había sido un buen tiro.
Estuvimos 20 minutos a la espera y fuimos en busca del magnífico trofeo, el cual yacía a unos 40 metros. En ese momento la alegría se apoderó de mí, tomé los cuernos y me di cuenta que no existía mejor sensación, había elegido el hobby indicado.
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