Africa – Un Viaje Memorable
Por Juan Dumas para Revista AIRE LIBRE
Surgió la idea de visitar algún lugar de África que nos permitiese pescar el feroz tiger fish al mismo tiempo que estuviésemos avistando animales salvajes.
Esa era la consigna. Pero era más fácil plantearla que diagramarla. Tras mucha investigación a raíz de la cual se fueron desechando alternativas que habían parecido atractivas en una primera instancia, el itinerario fue tomando forma. La elección recayó sobre un lodge de pesca ubicado sobre las orillas del río Chobe en Namibia.
Este río hace de frontera con Botswana donde, allí mismo donde pescábamos, se encontraba el Chobe National Park. Se trataría de seis días de pesca y siete noches. Lo que le agregaba atractivo al programa era que pasaríamos cuatro noches en el lodge (Ichingo) y tres noches en los dos barcos (Ichobezi) de la misma organización que irían recorriendo el río Chobe llevando como chinchorros a las lanchas que usábamos los pescadores.
Nuestro Club abrió la inscripción a los socios logrando una respuesta inmediata más que favorable. El grupo, para armarse, debía de ser al menos de ocho personas. Se pudieron combinar las cosas de tal manera que finalmente los que iríamos fuésemos dieciséis. Se formó un grupo heterogéneo en cuanto a género, edades, inclinaciones, etc. Siete damas y nueve caballeros. Un grupo que habría de funcionar a las mil maravillas como suele ocurrir con los viajes de nuestro Club.
Se fue generando un consenso de que sería oportuno extender el viaje unos días para conocer algo más de esta región a la cual uno accede tan pocas veces. Resultó una elección natural el aprovechar para conocer el legendario delta del Okavango en Botswana. Quizás el lugar mejor preservado de Africa para observar animales salvajes en su hábitat natural.
Como remate final se convino en visitar las Victoria Falls en Zimbabwe pernoctando en el maravilloso hotel Victoria que recrea hasta el último detalle la época colonial inglesa.
La organización de este viaje trajo aparejado un esfuerzo mayor que el habitual teniendo en cuento lo desusado del destino lo cual obligó a llevar a cabo investigaciones previas exhaustivas que nos asegurasen que íbamos donde debíamos y queríamos.
Campana de largada
Cumplidos infinitos pasos fue que partimos un 3 de julio hacia Johannesburgo. Desde allí tomamos un vuelo el día siguiente hacia Maun, Botswana, donde el grupo se dividiría en dos. Unos fueron al camp Pom Pom y otros a Sango. Ambos ubicados en el delta del Okavango. Tomamos sendas avionetas que nos llevaron en un viaje de entre 30’ y 40’ a nuestros destinos.
Acá comienza la dificultad de transmitir la riqueza de las experiencias vividas. Nos tocó el privilegio de ser recibidos por anfitriones que eran gente del lugar que nos brindaron toda su calidez y no pudieron esmerarse más para que disfrutásemos de nuestra estadía en todos los aspectos. Vivíamos en carpas que en realidad eran bungalows con paredes de lona, impecablemente limpios y con todo el confort que se puede desear.
A la mañana, muy temprano, salíamos en una Land Rover que no parecía detenerse ante obstáculo alguno, acuático o terrestre, y comenzaban las sorpresas con las consiguientes metrallas fotográficas. Listar la totalidad de los animales que tuvimos la suerte de poder observar desde muy cerca, no es una tarea fácil. Pero van algunos: elefantes, impalas, cebras, cocodrilos, “water hogs” (Pumba para quien recuerde el Rey León), hipopótamos, jirafas, leones, leopardos, etc. Para los amantes de la observación de aves el lugar fue una fiesta.
A media mañana se volvía al camp para, después de un buen almuerzo, se partía a media tarde nuevamente hasta la puesta del sol. El capot del Land Rover se convertía en un bar en el cual aparecían mágicamente gin tonics, cervezas, gaseosas y suculentas picadas. Esto coincidió más de una vez con algo que merece un párrafo aparte.
Todos hemos oído – o visto en alguna película – lo excepcional de las puestas de sol en Africa. El viaje hubiera valido la pena tan sólo para presenciar sobrecogidos el esplendor de una gran bola colorada, con visos de espejismo, que se posaba en el horizonte tiñendo todo con esa tonalidad. Ninguna foto parecía hacerle justicia.
Imposible olvidar esta experiencia tan rica en lo humano como aleccionadora en lo que hace a la vida animal.
Una de las tardes fue dedicada a navegar el río Khwai en “mokoro” que es una canoa hecha del tronco de un árbol y que es manejada con un largo palo que lo dirige e impulsa. Esta expedición nos permitió, particularmente, observar aves que no habíamos podido ver desde tierra firme. Íbamos dos por canoa. Habíamos recorrido un largo trecho y la noche empezaba a caer. No teníamos claro como, cuando y donde nos recogerían.
Ya casi a oscuras vimos unas luces al costado del río donde atracamos. Estábamos a media hora de auto del camp pero, para brindarnos una más que agradable sorpresa, habían trasladado todo lo necesario para instalar una mesa donde comimos atendidos con el entusiasmo de esta gente que claramente retendremos en nuestra memoria.
Un gran fogón nos reunía antes y después de la comida. Así pasaron tres días inolvidables de lo que, en principio, era un plus al viaje originalmente planeado.
Rumbo a NAMIBIA
Con pesar pero con expectativa tomamos una vez más las avionetas que, en este caso, nos trasladarían a Kasane donde nos recibirían para hacer el traslado al lodge de Ichingo. Para esto debíamos cruzar la frontera de Botswana e ingresar a Namibia. Esto se logró sin tropiezos aunque de manera bastante pintoresca. Cumplido el trámite nos subimos a las lanchas que nos había enviado el lodge que nos llevaron en un corto viaje por el río Chobe al lodge que sería nuestro próximo destino durante los próximos cuatro días.
El Ichingo lodge respondió a todas nuestras expectativas en cuanto a organización, comodidades y variedad de actividades a llevar a cabo. En este último sentido las opciones eran más que flexibles. Se podía ir a pescar o avistar animales o visitar pequeños pueblos cercanos o caminar a conocer el famoso “baobab” (árbol típico africano que muchos recordarán de haber leído El Principito) del cual se podía divisar simultáneamente cuatro países: Namibia, Botswana, Zimbabwe y Zambia. Como siempre, se volvía a almorzar lo cual permitía que estas actividades se pudiesen alternar en el mismo día. La mencionada flexibilidad se extendía al hecho de que el huésped podía elegir el horario en el cual quería emprender tal o cual programa.
Este esquema resultó ideal para las integrantes del grupo que no pescaban y que no tuvieron un minuto para aburrirse durante la estadía.
Las visitas a las pequeñas aldeas nos permitían ver que si bien se vivía con restricciones económicas severas se mantenía a su vez una marcada dignidad reflejada en la limpieza personal y de vestuario de la gente y la prolijidad de sus modestas chozas.
Pescábamos embarcados (para no hacer de canapés de algún cocodrilo) con líneas de hundimiento #8. El primer día no hubo más resultado que el sacar un número considerable de tigerfish pequeños. La recomendación local fue que debíamos poner nuestros mejores esfuerzos en tempranas horas de la mañana y a última hora. Hubo quienes hicieron caso inmediato a esta sugerencia y estaban pescando a las 7 hs de la mañana del día siguiente. Tuvieron su premio y empezaron a aparecer los feroces tigerfish en tamaños apreciables. Hubo buenos pescados sacados como lo atestiguan las fotos que acompañamos y hubo un considerable número de buenas piezas perdidas por la dificultad de clavar los pescados grandes que tienen una boca sumamente dura. Todos, desde ya, usábamos un tipett de alambre como para la pesca del dorado.
El tigerfish grande (entre 3 y 5 kgs) es un pescado que pelea con mucha energía y no se entrega con facilidad. Hasta que no está en el bote uno está lejos de cantar victoria.
Así pasaron los primeros días de pesca para entrar entonces en la segunda etapa de nuestra estadía sobre el rio Chobe. Esta consistió en levantar campamento y abordar los dos Safari Boats de Ichobezi. Era difícil de imaginar ese nivel de confort en un lugar tan apartado como el que nos encontrábamos. Cada barco tenía cuatro buenos camarotes con baños privados muy completos y, en el piso superior, una cubierta amplia con su bar y comedor. Ese era el punto de reunión desde el cual íbamos viendo la increíble vida animal que nos ofrecían las riberas del rio Chobe en la medida que recorríamos las orillas del Parque Nacional de ese nombre.
Desde ese punto en altura vimos infinidad de elefantes, hipopótamos (muy respetados por los guías cuando estábamos en las lanchas), cocodrilos, impalas, monos y toda suerte de animales terrestres más allá de las aves que no dejaban de admirarnos. Pasábamos por pequeños grupos de chozas redondas con sus típicos techos de paja al mismo tiempo que, de vez en cuando, pasaba alguien en su mokoro generalmente revisando sus redes de pesca.
Acá también pasamos atardeceres inolvidables viendo caer el sol desde nuestros barcos. Todo resultaba exótico y atrayente. Cada uno de nosotros debe de haber sacado no menos de 600 fotos lo que, multiplicado por 16 miembros del grupo, arroja la cifra un tanto apabullante de casi diez mil fotos. Seleccionarlas llevó un rato…………
La comida, a lo largo de todo el viaje, fue excelente. Como platos exóticos podemos recordar al kudu y a la cola de cocodrilo (muy parecida al pollo). Los desayunos eran casi como para tirar todo el día.
Africa y su dignidad
También a todos nos quedarán grabados los sonidos de la noche. La noche africana no es silenciosa en lo que hace a la vida animal. Y si alguno se desvelaba era toda una sensación el escuchar las protestas de los hipopótamos, los cornetazos de los elefantes o (como en la última noche en el barco) los rugidos de dos leonas que amanecieron con nosotros en la playa del río Chobe.
Todo llega a su fin. Cumplidas las tres noches en el bote mientras que la pesca continuaba siendo abundante en las piezas pequeñas y, cada tanto, emocionante al darse un pique de otra categoría
Salimos de Namibia, entramos en Botswana nuevamente y, tras 20 minutos de carretera (rodeada de monos y elefantes) llegamos a la frontera con Zimbabwe. Hicimos el ingreso a ese sufrido país para llegar a lo que era nuestra última parada: el hotel Victoria a corta distancia de las famosas cataratas.
Fue un digno broche a un viaje que se desarrolló tal como lo habíamos soñado. Un viaje para recordar y un viaje para repetir.
Al día siguiente partimos, ya con nostalgia, constatando que es fácil salir de Africa pero no es tan fácil que África salga de uno.
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