Una variante del tráfico ilícito de animales.
En 2003 los criminales emprendedores del sureste de Asia se dieron cuenta de que podían aprovecharse de una laguna jurídica en las leyes sudafricanas de caza con el fin de transportar cuernos de rinoceronte legalmente a través de fronteras internacionales. En general, la mayoría de los permisos sudafricanos de caza de rinocerontes son obtenidos por estadounidenses y europeos. Sin embargo, ese año, también diez “cazadores” vietnamitas discretamente los solicitaron. Cada uno de ellos regresó a casa con el cuerno, la cabeza o incluso el cuerpo entero de un rinoceronte, todos ya montados.
Se corrió la voz y Sudáfrica no tardó en recibir un torrente de solicitudes de asiáticos, que a veces pagaron 85.000 dólares o más para cazar un solo rinoceronte blanco. Eso marcó el inicio de una industria ilícita denominada seudocaza, un primer paso hacia la crisis de caza ilegal de rinocerontes que se está propagando actualmente.
Nadie sabe exactamente cuántos cuernos de rinocerontes fueron enviados a Asia como supuestos trofeos de caza. Sudáfrica tiene registro de más de 650 trofeos de rinocerontes que salieron del país con destino solo a Vietnam entre 2003 y 2010, artículos con un valor de 200 a 300 millones de dólares en el mercado negro.
Chumlong Lemtongthai, un ciudadano tailandés, contrató a más de una decena de mujeres para que se hicieran pasar por cazadoras. Las mujeres recibieron cerca de 550 dólares tan solo por entregar copias de sus pasaportes y tomar unas “vacaciones” breves con Lemtongthai y sus hombres en Sudáfrica. Todo se complicó cuando su facilitador e intérprete en Sudáfrica, Johnny Olivier, después de la caza de más o menos cincuenta rinocerontes, comenzó a sentir remordimiento de conciencia y habló del comercio ilegal de Lemtongthai con un investigador privado que recopiló 222 páginas de evidencias.
Cuando el caso llegó a los tribunales en 2012, los fiscales sudafricanos describieron a Lemtongthai como la mente maestra tras “una de las más grandes operaciones en la historia de los crímenes contra el medioambiente”. Para sorpresa de Lemtongthai, y de muchos observadores, lo sentenciaron a cuarenta años en prisión.
En 2014, redujeron su condena a trece años en prisión, más una fianza de casi 78.000 dólares y este mes Sudáfrica le otorgó la liberación anticipada después de haber pasado solo seis años en la cárcel y rápidamente lo deportaron a Tailandia.
De acuerdo con las autoridades y los defensores de la protección del medioambiente tailandeses y sudafricanos, el jefe de Lemtongthai era Vixay Keosavang, un habitante de Laos al que alguna vez llamaron el Pablo Escobar del tráfico de especies salvajes. Él ha negado su participación en el contrabando, y Lemtongthai me dijo que no había tenido contacto alguno con Keosavang después de su arresto.
Sudáfrica reforzó sus reglas de caza deportiva después del arresto de Lemtongthai, y la seudocaza demostró ser un “apartado temporal” en la historia general del comercio ilegal de fauna salvaje, como lo dijo Ronald Orenstein, defensor de la preservación de las especies, en su libro Ivory, Horn and Blood.
Para Tim Wittig, científico ambientalista de la Universidad de Groninga en los Países Bajos, dijo que, entre los traficantes de especies silvestres, “los grandes criminales generalmente también son grandes empresarios”. “Habitualmente, están involucrados en negocios relacionados con la logística —empresas de comercio o transportación, por ejemplo— o en otros basados en materias primas, por lo que les es fácil transportar artículos de un lado a otro”, explicó.
Cambiar esto depende en gran medida de transformar la manera en que el mundo aborda el comercio ilegal de vida silvestre. Debería ser un delito y no un tema de conservación del medioambiente.
Resumen del artículo publicado por The New York Times, elaborado por Rachel Nuwer una colaboradora regular de la sección de Ciencia y la autora de “Poached: Inside the Dark World of Wildlife Trafficking”, publicado el 25 de septiembre, libro a partir del cual este artículo fue adaptado.
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