La pasión
Artículo de Juan Bedoian para el Suplemento Mundo Pesca de Clarín, Julio de 2008.
13.11.2018. Alguien que detesta el fútbol sólo ve en un partido a 22 hombres alelados corriendo detrás de una pelota. Para el que reprueba los juegos de azar, una partida de poker puede ser el encuentro de cinco imbéciles que reciben y dan cartas con fichas de colores delante de ellos. En la pesca pasa algo parecido: al que no le gusta la pesca sólo percibe a un individuo sentado o parado con un palo en la mano esperando algo como si fuese un poseído.
El fútbol, el poker y la pesca pueden ser una estupidez o algo glorioso según la mirada, el gusto. Sólo un pescador
–pasa lo mismo en un jugador de fútbol o de poker– entiende a otro pescador. Sólo la gente que ama la pesca sabe que en ese hombre habita el entusiasmo, una ardiente espera, una estimulante ansiedad, un hermoso desafío, una fascinante apuesta a la gloria o al fracaso.
O sea, los pescadores, como los otros, son una raza aparte. Una tribu sometida al esfuerzo que demanda aún más esfuerzo, a la paciencia que exige que seamos aún más pacientes. Parados largas horas en una orilla, sentados
en una embarcación, esta casta justifica cualquier sacrificio en función de una pasión. Y ya se sabe: una pasión no se explica. Se la tiene o no se la tiene.
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La pasión de los pescadores detenta otra cualidad: como otras actividades relacionadas con el placer y el ocio, desnuda la condición humana. La generosidad y la codicia. La actitud frente al triunfo o la derrota. La solidaridad o el egoísmo. Muestra su auténtico carácter.
Más allá de esas miserias o grandezas, a todos los pescadores los unifica una cosa: la esperanza. O sea, la ilusión
de triunfar frente a su contendiente, de llenar la vacuidad del universo con una proeza.
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