Un gigante del acero damasco.
Fue bautizado como “El señor de los cuchillos” con justa razón. Su materia prima, el acero damasco, fundido a golpes y tratamientos térmicos ancestrales. Con él Guillermo Mendoza realiza creaciones que han seducido al mundo y lo llevaron a competir en la señal History contra algunos de los mejores herreros del mundo.
Nota de Wilmar Merino para Revista Aire Libre.
“Cada tarde allá en la estancia me asomaba al taller donde un hombre de dos metros y mirada serena ordenaba meticulosamente cada pieza de alguna máquina vencida en la cosecha. Era mi abuelo. Al otro lado, la fragua de fuelle suspiraba un sonido que aún recuerdo. Lenta, pausadamente, me fue contando lo que sabía sobre metales”. El dueño de estas palabras es otro gigante de 2,03 metros, Guillermo Mendoza, nieto de aquel viejo herrero pueblerino, devenido en un artesano maestro del acero damasco, material del que construye algunos de los cuchillos más hermosos del mundo.
Guillermo es argentino, tiene su taller en Lanús, morada con algo de verde alrededor y cierta distancia a otras casas que permite que los golpes de su martillo en el pan de acero al rojo vivo no perturben el descanso ajeno. Allí, su antigua fragua permite esa exacta combinación de aceros que se entremezclan a golpes y tratamientos térmicos, para lograr el maravilloso damasco, característico por sus artísticas vetas, que le dan a cada pieza un certificado de unicidad que la hace irrepetible. Por eso gobernadores, príncipes de lejanos países, adinerados clientes de aquí y allá (como la organización del torneo de Roland Garrós, por caso), piden por ellos y pagan bien. Pero Mendoza, que también hace anillos y esculturas en metal, siente que el mejor destino de sus cuchillos eternos es el de caer en manos de sus amigos.
Estos cuchillos están hechos de varias láminas de hierro y acero soldadas entre sí, que luego se extrae y se pliega hasta que se forma el número deseado de capas, con un mínimo de 300 capas. Son piezas únicas creadas con la antigua técnica de forjado de espadas. Esa que nos permitió descubrir en un paso a paso donde lo vimos trabajar como un titán, moviendo yunques de más de 100 kilos, alzando como un mondadientes mazos que un mortal común pueden mover usando sus dos brazos, y produciendo sordas implosiones en cada golpe sobre el metal caliente, que estallan en chispas que vuelan a varios metros alrededor, obligándonos a usar gafas protectoras.
Falta bastante para que ese trozo de metal recién salido del horno a más de 900 grados se convierta en un cuchillo damasco, que se caracteriza por patrones distintivos de bandas y manchas en reminiscencia del fluir del agua. Tomahawks, hachuelas, bowies, facones, criollos o nórdicos, cada modelo abordado por este herrero artesano será único e irrepetible al ser entregado al cliente. “Si yo no estoy conforme, pese a que me haya llevado una semana de trabajo lograr el acero, descarto el cuchillo”, dice Mendoza desde las colinas de la autoexigencia, y nos muestra una lata donde van a morir las creaciones fallidas. Tan personal es su obra que “algunos cuchillos muy especiales como La Biela, están registrados en la Dirección Nacional del Derecho de Autor”. En Diálogo con Aire Libre, Mendoza desgrana sus saberes en este particular oficio.
-Guillermo, guianos por el mundo de la cuchillería artesanal. ¿Como nace esta pasión, oficio o artesanía?
-Las primeras nociones de herrería las tuve donde me crié con mis abuelos, en Chapadmalal. Mi abuelo era un mecánico agrícola con mucho conocimiento de metales. Trabajaba en el puesto de la Estancia Santa Isabel, donde había una fragua de fuelle. Y me maravilló verlo desde muy chiquito. Tuve un vínculo particular con mi abuelo. Cuando dejó de trabajar, me podía contar… contar de todo aquello que yo vi primero: cómo endurecer el acero, como ablandarlo para poder trabajarlo, es decir, tratamientos térmicos. Y cómo caldear, cómo hacer la soldadura de los antiguos, que soldaban sin máquinas… todo eso él también lo aprendió de sus mayores. A los 15 años, empecé a hacer mis primeros cuchillos. Mi abuelo no hacía cuchillos para otros, pero sí hacía sus propios cuchillos. Yo a los 15 empecé a forjar cuchillos para mis amigos. Y se fue sucediendo todo: ellos me empezaron a decir que los venda… y a mí, como había heredado este oficio, me daba aprehensión venderlo… no me sentía a gusto. Pero con el tiempo, cuando ya cada amigo mío tuvo su cuchillo, empecé a pensar en esa posibilidad.
-Un cuchillo es un arma, una herramienta, pero es también una obra de arte… te costaba soltarlos.
-Es real, te cuesta soltarlo. Siempre recuerdo mis cuchillos. Yo recuerdo mucho lo que hago, sé adónde fueron a parar mis cuchillos. Me empecé a amigar con la idea de venderlos a otros cuando vi el vínculo que establecen otros con mis cuchillos. Tengo gente que empezó a comprarme hace mucho y sé lo que les pasa con mis cuchillos. Es un vínculo fuerte el de la gente con sus cuchillos.
-Hablando de esto de dar tu obra a otro… ¿Sabés si esa gente a la que les vendés les da un uso decorativo o los va a usar?.
-En el acero damasco yo logré mi propia aleación, la fórmula que uso es propia, tiene un brillo muy especial, tiene mucho filo, es muy dura la mezcla… Y no solo son muy útiles para usar, sino que son muy agradables para usar. Por lo general quien me compra los cuchillos, los usa.
-¿Podríamos decir que los tuyos son cuchillos de autor?
Sin dudas, es un cuchillo de autor.
-Contame ¿Hacia dónde han viajado tus cuchillos?.
-Por invitación de clientes hago dos o tres veces ferias en Francia. También en Estados Unidos, siempre de la mano de clientes que me alentaron a salir del país con mis cuchillos. Allí me compran cuchillos clientes de todo el mundo. Tengo un cliente que es sirio, justamente de Damasco, y él me ha alentado a ir a su país… ya más que cliente es un amigo. Porque siendo de Damasco que me compre a mi sus cuchillos de acero de damasco ¡me hace un honor!.
-Estos cuchillos tienen un peso especial ¡son para siempre!.
-Si, tiene una duración de por vida. Van a estar varias generaciones en una casa.
-Y encima de ser buenos y eternos son únicos…
-Yo hago el acero de damasco para todos mis cuchillos, además de hacer esculturas y anillos. Uso acero de damasco porque encontré una veta inagotable de creación en el acero de damasco. Hay un viaje muy particular al embarcarse en este material. Cada vez que me meto a hacer una trama nueva, un nuevo patrón en el damasco, la cabeza va generando ideas que van a tus manos, pero tus manos ven una masa de acero negro, no se ve nada, hasta el momento final en que vos revelás el dibujo (n de R: sumerge el cuchillo en percloruro férrico en agua al 30%) y ves si tu cabeza se unió con tus manos y pudiste llegar a lo que buscabas en la hoja. Tus ideas van rápido y tus manos van creando, torciendo, forjando.
-¿Es un oficio solitario el tuyo?
-Yo soy un tipo solitario, me ensimismo mucho, estoy muchas horas en mi taller creando lo que mis clientes me piden, tardo mucho para que estas personas se encuentren con el cuchillo que buscan. Soy muy exigente y cuando termino un cuchillo, si yo mismo no lo compraría, no lo saco a la venta, queda en una lata.
-¿El cuchillo parte de una idea personal tuya que después seduce al cliente o el cliente viene con una idea que vos tenés que traducir y llevarla al cuchillo?
-Ambas cosas, a veces yo hago los cuchillos como yo quiero y como a mí me gustan y se vende. Y a veces vienen los clientes y me dicen su idea y entre los dos dibujamos algo que les guste y los seduzca.
-¿Cuánto tiempo lleva hacer un cuchillo?
-Es una pregunta muy amplia, porque el Damasco no siempre es perfecto, puede fallarte. A veces trabajaste una semana para nada. Para hacer cualquier cosa, tenés varios días de forja del damasco, que es la materia prima con la que vas a hacer tu cuchillo. Después vamos a emparejar con el lijado, el pulido, la forma, el temple, el cabo… y hay cuchillos que tienen una escultura: ¡Esos me pueden llevar meses!.
– ¿Sos obsesivo y trabajás concentrado en un cuchillo o trabajás en simultaneo varias piezas?
-Normalmente trabajo en varias piezas, porque hay como un tiempo en mi cabeza para cada cuchillo y cuando se agotó el tiempo de un cuchillo quiero pasar al otro para que la cabeza no se detenga.
-¿Cómo sigue el proceso de creación tras la selección del acero y el material?
-Forjo el acero de damasco, creo la veta a mi gusto o en combinación con el gusto del cliente y una vez que tengo hecha la planchuela, la hoja del damasco, tengo que darle un tratamiento de un par de días recociendo la hija para poder trabajarlo cómodamente. Lo voy a trabajar, pulir, rebajar el filo, y luego voy a hacer un tratamiento térmico para endurecerlo. Lo voy a llevar a una temperatura especial para cada acero, si es acero al carbono lo llevo a 900 grados y para mi damasco tengo una temperatura especial, exacta. Luego, lo sumerjo en un medio que le quita la temperatura gradualmente y hace que el acero quede duro. Después de este endurecimiento se lo pule y se hace el cabo. A veces son más sencillos y a veces con maderas especiales, astas o hasta dientes de cachalote. En algunos países como Estados Unidos hasta podés usar dientes de mamut, cuya comercialización está permitida pues allí un fósil es de quien lo encuentra y sostienen que reciclar ese material evita matar elefantes vivos en la actualidad para sacarles el marfil. Y finalmente se le da un pulido final y se le hace la funda o la vaina de cuero. Eso es, a grandes rasgos, el proceso largo de hacer un cuchillo. En la forja hay un trabajo fuerte, se pone mucho el cuerpo, además de la cabeza.
-¿No te da miedo trabajar con metales al rojo vivo, hornos y maquinarias que pueden ocasionar accidentes?
-Miedo no, pero es un taller muy fuerte. Siempre tengo mucho cuidado, aunque de todos modos me he quemado y cortado mil veces. A mucha gente que me pide aprender el oficio le digo: “martillá un rato”… y ahí esto que parece tan poético y tan antiguo y tan llamativo, muestra su costado peligroso.
-Conservás una pequeña colección particular o todo o que haces anda por el mundo?
-Todo lo que hago anda por el mundo. Todos mis amigos tienen un cuchillo mío. Lo que anda colgado en un rinconcito de mi taller es una pequeña muestra de las cosas que hice cuando empecé a plasmar lo que me enseñó a hacer mi abuelo en un trozo de metal… son los primeros caldeos que hice, ni siquiera me animo a decirle cuchillos… están colgaditos por ahí y al mirarlos recuerdo de dónde vengo y cómo nació en mí esta historia del damasco.
-Si nos está espiando tu abuelo desde donde esté… ¿Estará orgulloso de tus logros?
Pienso que si… tuve un vínculo muy fuerte con el viejo. Siempre pienso que me hubiera gustado mucho que viera mis cuchillos.
En la página web de Mendoza se puede leer: “Hoy que mi abuelo Don Pedro no está, sigo caldeando en cada pieza no sólo distintos aceros, sino también emociones, valores, conocimientos heredados, la palabra inamovible y aquel apretón de manos con el amigo de toda la vida. ¡Gracias abuelo!”
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