Las dos caras de esta aventura.
¡Hola, lectores de Aire Libre! Somos Víctor y Fernando, argentinos de nacimiento y Vagamundos de corazón. En octubre de 2017 emprendimos un viaje sin boleto de regreso con la idea loca de darle la vuelta al mundo. Nuestra misión: traerles algunas de las mejores actividades en cada destino. En esta oportunidad, nos reportamos desde Brasil y Colombia.
Si son apasionados del trekking, presten atención, porque en esta oportunidad vamos a hablarles de dos experiencias muy distintas que parten de la misma actividad. Por un lado, mata atlántica, micos y montañas; por el otro, palmas de cera, tormentas y cafetales. Fueron tantas las cosas en las que nos vimos envueltos, que hicieron de estas caminatas dos momentos inolvidables de nuestro viaje.
Comencemos por nuestro vecino: Brasil. ¿Cuál es una de las atracciones turísticas más comunes en Río de Janeiro? Subir al famoso Pan de Azúcar, claro. Vale aclarar que este complejo consta de dos pequeñas montañas, a las que se accede en teleférico en dos etapas. Lo que no todos saben es que a ambas se puede subir por cuenta propia. A la primera, el Morro da Urca, el ascenso se realiza mediante un trekking (del que hablaremos a continuación); a la segunda, el propiamente dicho Pão de Açúcar, hay que escalarlo debido a su pendiente.
No solo vamos a ahorrar mucho dinero haciendo cualquiera de las dos opciones, sino que además disfrutaremos de la naturaleza autóctona del lugar. El acceso al Morro da Urca se encuentra en el barrio carioca de Urca, adyacente a la Playa Vermelha, y es totalmente gratuito. La cosa empieza muy fácil: seguimos un camino amplio y poco inclinado bordeando las aguas azules de la bahía de Guanabara a nuestra derecha. Después de aproximadamente 10 minutos encontraremos una bifurcación que se adentra en la montaña. Acá el camino se torna interesante. La vegetación consiste en árboles, plantas y arbustos tropicales que en su conjunto forman un verdadero ecosistema selvático propio de Brasil, conocido como “mata atlántica” y que nos acompañará en todo el recorrido.
La humedad es muy alta y más si lo hacen en verano, por lo que recomendamos llevar mucha provisión de agua fría, protector solar, gorro, ropa liviana y zapatillas de trekking. En el trayecto subiremos escaleras de madera, treparemos piedras que aparecen desordenadamente en el medio del sendero, andaremos por un camino invisible entre la selva y nos toparemos con micos (pequeños monos típicos de esta zona) que nos miran inquisidoramente. Luego de 45 minutos llegaremos a la cima, donde nos esperarán majestuosas vistas de la ciudad y del Pão de Açúcar. Acá, quienes lo deseen, pueden pagar 40 reales para acceder a la otra montaña del complejo en teleférico (la mitad que si realizan el trayecto completo desde la base).
Ahora volamos varios kilómetros hacia el noroeste, a la provincia colombiana de Quindío. Quien visite el pintoresco pueblo de Salento, es muy probable que además de recorrer las fincas cafeteras se aventure un día en el Valle del Cocora, ubicado a 11 kilómetros. A este lugar se puede llegar en económicas camionetas que realizan el trayecto numerosas veces al día, en bicicleta o hasta caminando. Una vez en el valle, son diversas las opciones que tenemos para aprovechar el día. Entonces, ¿qué hay para ver acá? El árbol nacional de Colombia: la palma de cera, con más de 60 metros de altura, arroyos, colibríes, increíbles vistas de los Andes colombianos y (si tienen nuestra suerte) mucha, muchísima lluvia.
Hay dos tipos de circuitos: el grande, de unas 5 horas, que bordea todo el valle hasta alcanzar al final el tan fotografiado palmar; y el chico, que recorre la zona de las palmas en 2 horas sin adentrarse en profundidad en la cordillera. Nosotros optamos por hacer el primero caminando, ya que también existe la posibilidad de realizarlo en cabalgata con precios que varían entre los USD 30 y USD 70 por persona dependiendo los servicios (guía, paradas, comidas) que estén incluidos.
Durante el primer tramo del recorrido andaremos por un sendero que se va dibujando en un amplio páramo entre las montañas. Cada tanto tendremos que cruzar un arroyo ancho a través de troncos, y algunas veces saltando entre las piedras emergidas. Sin darnos cuenta la flora se va multiplicando a nuestro alrededor, el camino empieza a empinarse y el cansancio nos quiere ganar la pulseada. Paremos. Es necesario detenerse a tomar aire (y fotos) mientras nos ubicamos en el mapa del circuito que nos facilitaron en la entrada.
A la derecha, la ruta se dirige hacia Acaime (la Casa de los Colibríes), donde la entrada cuesta alrededor de USD 3 y son 5 km cuesta arriba (¡sí, aún más arriba!). Para la izquierda el camino continúa su rumbo normal. Como las nubes que lentamente iban cubriendo el cielo no parecían ser muy amigables, decidimos avanzar por el sendero principal para llegar a ver el tan deseado palmar. Una vez en el punto más alto de la travesía, las primeras gotas comenzaron a caer tímidamente. Pensamos que era hora de apurar el paso, pero a medida que descendíamos por una zigzagueante montaña, la lluvia se desataba con cada vez más fuerza. De pronto, y cuando el diluvio ya se había transformado en una literal cortina de agua, logramos ver a nuestro lado un puñado de las gigantescas palmas de cera que se erguían entre la niebla.
Una hora después en el Valle del Cocora, y empapados de pies a cabeza, esperamos a que se vuelva asomar el sol para no irnos sin ver el fascinante paisaje que nos había estado esperando. Nuestro consejo para este tipo de aventuras: llevar comida fácil de transportar (sándwiches y/o barras de cereal, por ejemplo) y ¡un piloto para lluvia!
Si te gustó lo que te contamos, preparate porque hay mucho, muchísimo más. El viaje continúa y en la próxima nota te estaremos escribiendo desde un país diferente. Si sos ansioso y querés anticiparte un poco, podés mirar nuestro perfil de Instagram en @vagamundosargentinos. ¡Hasta la próxima!
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