El Lingote del Juramento.
Un relato de Baltazar Bugeau (*) para Revista Aire Libre.
Una tardecita en el río Juramento, estaba pescando junto a mis queridos cumpas de Jujuy. Renato Rojas, alias Pitufina, gran atador que ligó este apodo desde su predilección por las moscas color rosa. El otro jugador, José Gutiérrez, más conocido como el Chino, un viejo yacaré de los ríos del norte, músico y cinturón negro para tomar porrón, compañero en una expedición al Tarija dentro de la selva de Bolivia y en otras selvas urbanas, casi o más peligrosas que la anterior. Los tres pasamos toda la tarde vadeando y nuestros hombros daban fe, que castear moscas pesadas como lo son las que hunden rápido, no tardan en sacar factura de cansancio.
El lugar que elegimos es una verdadera postal y los tiros probando distintas moscas entraban en zona de combate. Con el crepúsculo del atardecer mi autoestima estaba en sintonía con semejante día. Pero aun así, los piques brillaban por su ausencia. Sin luna, la oscuridad avanzó tapizando el cielo y el rio color petróleo. Cambie de estrategia y decidí probar con otro equipo y encarne en el anzuelo una anguila. (caña Shimano volteaus 10-20lbs, nylon Raiglon 0.43mm, anzuelo Marine Sport Maruseigo 4/0)
La noche estaba fresquita para seguir con el agua hasta la cintura. Seguí insistiendo, mientras mis cumpas me apuraban para ir a juntar leña para el fogón y armar el campamento. Como de costumbre, antes de salir probé un último tiro (mentiroso último tiro que se convirtió como en cinco más).
La monstruosa y resbaladiza lombriz negra voló en medio de la noche, al son de la puntera de mi caña que la impulsaba. Con las estrellas reflectadas en el río como testigos, mi carnada probó una vez más un viaje aéreo, y cayó para sumergirse en el medio de la corredera. Con el reel abierto deje que la corriente misma me saque línea advirtiendo con el tacto en la línea, mi anguila navegando río abajo. Me quedaba menos de la mitad de la capacidad de carga del nylon, y a punto de cerrar el pickup del reel para recoger, sentí ese tirón violento. Aguanté la ansiedad haciendo añicos mi acullico de hojas de coca ya convertido en yerba mate. Lo deje llevar. Pensaba y amasaba dentro de mi cráneo (no seas arrecho Baltazar, ¡No te arreches, no podes errar la clavada!) pasaron esos dos o tres segundos, que parecen tres mil segundos, ese tiempo eterno que hay que contenerse y no apurar el cañazo. Hice una pseudo y falsa respiración profunda con la intención de domar la desbocada emoción que me dispara el pique violento de un dorado atacando y masticando con fuerza, y ahí recién presione con el pulgar el carretel del reel. Rápido alcé el brazo, la caña se arqueó, y sentí en la línea los cabezazos del bicho prendido. Cerré el pickup del reel, el freno cedió y desconfiado volví a presionar con ganas el carretel. El nylon me cocinó la yema y antes de seguir chamuscándome el cuero levante el dedo gordo. Segundos después saltó el cabezón que masticó mi pobre y trajinada anguila aero-hidrodinámica.
La noche estaba azabache. Solo escuchamos como el dorado rompió la monotonía de la corriente, y por el volumen del salto supimos que no era pequeño. Con cada corrida y jalones, la musiquita del reel elevó mis palpitaciones haciendo arrodillar mi corazón que suplicaba ¡por favor, que no me corte! Sin saber realmente el tamaño traté de descifrar el kilaje. Como no llegaba a verlo, al oír sus saltos y aletazos queriendo zafarse del anzuelo, mi adrenalina me corría loca y agitada por mi cuerpo alterado con cada metro de línea que me robaba. Con maña, y muy ansioso logre arrimarlo hasta la orilla. Hermosa sorpresa nos llevamos cuando observamos a este verdadero lingote con escamas del río Juramento. Un hermoso dorado hembra.
Acusó siete kilos y medio en la balanza, le hicimos una sesión de fotos, luego con cinta métrica le registramos las medidas. Lo revisamos, estaba sano, sin parásitos, con las aletas en excelentes condiciones. Le robé un par de escamas para prepararlas a la vuelta en el laboratorio. De postre lo marcamos y contento lo largue de vuelta a su río.
Lo interesante de esta aventura es que todavía pienso en mi estimada anguila. En su último pasaje aéreo, que habrá pensado sabiendo que su muerte era inminente. ¿Habrá tenido la premonición de su final?, habrá rebobinado su linda época cazando de noche en las aguas mansas de alguna laguna antes que la pillen para venderla como carnada?
En esos segundos volando impulsada por mi caña, ¿habrá disfrutado el vértigo aéreo?, ¿o solo habría sido un sufrimiento?
La pesca tiene este lado cruel. Independientemente de la técnica que se utilice siempre hay un bicho, o bichos que sufren. Estoy convencido que en el primer momento de la pelea, el pez no debe sentir dolor por la adrenalina disparada. Pero si estoy seguro que sienten las consecuencias de los lastimados a causa de un anzuelo y del tiempo de la pelea. Ya sea un anzuelo en cualquier medida. (Veo a muchos románticos del fly que por utilizar un anzuelo pequeño o sin rebaba les aflora su lado bondadoso, adjudicándose ser los samaritanos del río, aunque generalmente al utilizar equipos livianos, algunos tienen la manía de extenuar hasta el límite al pobre bicho. Defiendo el punto de ser cauteloso en la hora de elegir bien el anzuelo. Siempre recomiendo –para dorado- garfios 3/0 a 5/0, más que suficiente – ya sea mosca, carnada o señuelo- Los anzuelos grandes lastiman demasiado, y no tan solo eso, si no, que son pocos efectivos a la hora de clavar, ya que son más gruesos, y no hay comparación con un buen anzuelo filoso que penetra como una aguja hipodérmica. Los triples, también lastiman mucho, aparte de que se pierden muchos bichos clavados, ya que cuando cabecean o saltan, a veces hacen palanca en las patejas libres, y se quitan el anzuelo.
De más, esta decir que con triples se enganchan más fácil los muñecos en los palos y piedras. Un señuelo equipado con anzuelos simples es mucho más seguro y más clavador. Los equipos ultra light dan tremenda sensación de pesca, pero recomiendo y prefiero un combo liviano con una buena línea, que me transmita confianza a la hora de manipular un pez en todas las etapas de la pesca).
El hecho es lograr tener tu conciencia tranquila con lo que haces. Yo personalmente, como ritual, siempre le agradezco a Yande Yari (Dios venerado por la cultura Guarani, esta divinidad sería el equivalente a la Pacha Mana, pero del agua dulce) ofreciéndole hojitas de coca como ofrenda, y en caso de utilizar alguna carnada, le pido perdón al bichito por mi determinación de sicario, para generar un éxtasis como lo es la pesca para mí. El premio que sentimos los pescadores y que nos hace reconfortarnos sin culpa, es devolver el bicho a su ambiente. A pesar que llevamos el instinto de predador habilidoso, con nuestros ojos ubicados frontalmente asociados a una maquinaria de procesamiento sin igual (nuestro cerebro), esto confirma que somos sin dudas el animal más peligroso y nos ubicamos en el tope de la cadena alimentaria. Con este arsenal que compone nuestra conciencia, los que tenemos está particular devoción por los anzuelos, decidimos y le damos la oportunidad a ese animal para que siga nadando.
La pesca es un buen hábito. ¡Salute para todos mis compás!
(*)Técnico área Ictiología – U.E.L. ( Unidad Ejecutora Lillo) – CONICET (Consejo nacional de investigaciones científicas y técnicas)
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