Contaminando el paraíso con nuestros cepillos de dientes.
Nota de Pierre Kendra para The New York Times.
“Bienvenidos al paraíso”, señala el Centro para Visitantes de las Islas Cocos (o Keeling). El archipiélago es popular entre los vacacionistas australianos y es sencillo saber por qué.
Fotografías de la cadena de veintisiete islas, de las cuales solo dos están habitadas, muestran océanos que solo son remolinos de colores turquesa transparente, cobalto y cerúleo, y arena tan prístina que parecen playas vírgenes.
No obstante, un estudio de 2017 dirigido por investigadores de la Universidad de Tasmania y la Universidad Victoria, ambas en Australia, descubrió que las islas están cubiertas por alrededor de 414 millones de pedazos de plástico que pesan un total de 238 toneladas (aproximadamente el mismo peso de una ballena azul). Los resultados fueron publicados el 16 de mayo en la revista Scientific Reports.
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La utilización de plásticos, especialmente los de un solo uso, se ha disparado desde la década de los noventa de acuerdo con Jennifer Lavers, una investigadora en el Instituto para Estudios Marinos y de la Antártida de la Universidad de Tasmania y la autora principal del estudio. “Ese plástico tiene que ir a algún lado y una gran cantidad de él termina aquí, desafortunadamente, en países en los que el manejo de desperdicios no puede lidiar con él. Y acaba en nuestros ríos y en nuestros océanos”, dijo.
El problema del plástico en los océanos es doble: existe mucho de él —los autores del estudio estiman que hay más pedazos de plástico en el océano que estrellas en la Vía Láctea— y causa la muerte de la vida marina.
Peces, aves, tortugas marinas y mamíferos marinos pueden quedar enredados en los empaques de plástico de las gaseosas y redes de pesca desechadas, o se pueden ahogar con los restos si los ingieren. Estudios indican que algunas especies de vida marina no solo ingieren plástico de manera accidental, lo buscan. Eso se debe a que, con el paso del tiempo, el plástico marino puede absorber olores acuáticos que lo hacen oler de manera casi idéntica a comida para algunos peces y especies de aves. Cuando estos animales comen plástico en vez de comida, reciben una dosis de químicos como policlorobifenilos (también llamados bifenilos policlorados) y metales pesados que el plástico absorbe del ambiente.
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Un estudio publicado por separado esta semana en la revista Communications Biology descubrió que el plástico en los océanos también daña a las prochlorococcus, las bacterias marinas responsables de producir el 10 por ciento del oxígeno del planeta.
Lavers eligió estas islas para el estudio debido a que su ubicación relativamente aislada significa que existen relativamente menos fuentes de polución local y no tanta actividad humana como la limpieza de las playas. Esto permitió al equipo ver cuánto plástico de los océanos del mundo acaba depositado en las islas.
Parte del plástico que los investigadores encontraron era fácilmente identificable: cepillos de dientes, empaques de alimentos, sorbetes y bolsas de plástico. Los plásticos de un solo uso conformaron alrededor del 25 por ciento del material encontrado por los investigadores.
No obstante, alrededor del 60 por ciento eran microplásticos, o fragmentos que se rompen cuando un pedazo de plástico es sacudido por todos lados. Estos microplásticos pueden medir apenas 2 milímetros, o casi la mitad del tamaño de un grano de arroz.
“Serviría como otra advertencia de que sí, nuestras acciones locales pueden tener efectos de larga distancia”, dijo a través de un correo electrónico Thomas Ballatore, un profesor en la Universidad de Harvard que ha estudiado la polución de plásticos y no estuvo involucrado en el estudio.
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