Explorando los montes pampeanos.
Por Jorge González del Club de Tiro Independencia para Revista Aire Libre.
Hace años que exploro los montes pampeanos en pos de un buen colorado. Hace años también que ante cada intento fallido luego de cada temporada, en íntima reflexión concluía que debería esperar la próxima brama.
¡ Un año todo un año mas!!!. Nunca he cazado en cotos,… Sin polemizar con esta práctica, donde casi todo está previsto, es algo que particularmente no me seduce.
He practicado caza mayor durante al menos los últimos treinta años, tal vez algunos más. Tuve durante todos estos años el privilegio de cobrar, en diferentes ámbitos de nuestro país, una variedad interesante de ejemplares de ciervos dama, axis, chivos salvajes (de los de verdad), cimarrones y jabalíes, algunos buenos, algunos regulares, pero todos memorables a la hora de evaluar los pormenores de su captura. Lo propio y la tozudez que se arraiga con los años no me había permitido aún llegarle a un colorado como mi imaginación reclamaba.
Este año a diferencia de otros, decidí estar en La Pampa para comienzos de la temporada. Es así que el 13 de marzo a media mañana estuvimos llegando con los compañeros de aventuras al campo que maneja Raúl Maina, (cazador desde niño, montero como pocos y buen amigo desde siempre), situado a uno veinte km. al oeste de Quehué.
Cada cuál a lo suyo y desde esa tarde cada quién haciendo su proyecto para los días venideros. Dos de nosotros íbamos tras los ciervos, otros dos chequeaban los charcos para el acecho de jabalíes. La tarde del 14 el plan estaba trazado; Con Santiago, colaborador de Raúl, luego de intercambiar impresiones, decidimos cuál sería el lugar a explorar desde la mañana siguiente. También éramos conscientes que deberíamos arrancar muy temprano, pues la zona de caza elegida demandaba algo así como legua y media larga de caminata. Muy de madrugada y previo a la hora de salida, comenzó a caer una incipiente llovizna que al rato se hizo gota gruesa, todo esto hacía presumir que nada auspicioso podía esperarse de la jornada. Me arrimé al cuarto donde Santiago comenzaba a levantarse y no sin pesar le comenté que siguiera durmiendo, porque daba la impresión que el cielo se venía abajo y que en todo caso arrancábamos al día siguiente.
El miércoles 16, eran las tres y treinta cuando un tanto ansioso me asomo mirando hacia el cielo, la noche estaba bastante fresca y cubierta de estrellas. En cosa de media hora arrancamos con Santiago por la picada del fondo. Esta trepaba un cerro montuoso que debimos remontar para llegar a una pampa cubierta de piquillines y chañares que se extiende hacia la costa sur del campo. Yo acostumbro llevar en mis salidas una pequeña mochila que me acompaña desde hace más de treinta años. En ella el cuchillo, algunos caramelos, alguna galleta y un par de cocas, sí, si, cocas. Para el brindis.
Al hombro el .300 con tres cartuchos en el almacén, al cinto la canana con cinco más, todos de recarga propia, al cuello, dentro del abrigo de la buena suerte mi añoso 8 x 40, que tiene más golpes que el bombo del Tula.
Habíamos andado como una hora larga a paso vivo, la luna se había puesto y a decir verdad no se veía más allá de nuestras narices. Desde hacía un rato andábamos por una senda con desniveles, muchas subidas y bajadas y bastante piedra suelta. Aún no eran las seis cuando nos detuvimos por primera vez a escuchar. En realidad el que escuchaba era Santiago, él es mí oído en el monte. Los propios luego de incontables años de polígono tirando y haciendo tirar con todo lo imaginable, no me son de gran utilidad para percibir sutilezas.
Ahora teníamos, frente nuestro el monte limpio… Ese en el que buscando senda uno puede moverse con sigilo, que asemeja un laberinto donde la visión puede llegar desde los diez y hasta los cincuenta o sesenta metros según el caso. Ahora el naciente cedía su negrura y muy lentamente insinuaba un gris azulado denso y profundo.
Pasaron así unos cuantos minutos, era una situación extraña y estaba ensimismado en el entorno que temerosamente comenzaba a tomar algunas formas. Instantes después, Santiago me toca el brazo y marca con el suyo a la derecha. Lentamente reiniciamos la marcha lateralmente en relación al rumbo que habíamos mantenido hasta ahora, enfilando hacia la costa oeste. Ahora podía sentir la brisa casi por detrás… Otros trescientos metros o algunos más y otra parada, todo era silencio y quietud, al menos para mí. La bóveda del cielo estaba casi gris. Espontáneamente, Santiago marca con su brazo izquierdo un punto imaginario en la nada y con su brazo derecho describe un movimiento amplio y envolvente que concluye hacia la izquierda. Poco a poco comienzo a notar que la brisa llega a nosotros más de frente,… De pronto otra parada, en seco, sin protocolo, los dos quedamos clavados, inmóviles.
Decididamente con la convicción y seguridad de quién conoce su oficio, marca con su brazo derecho otra vez la nada mientras su mano izquierda se apoya en su oído. Ya las formas han comenzado a mostrar detalles. Sigilosamente, casi a hurtadillas buscamos recelosos la mejor senda en los vericuetos del monte, la hierba ligeramente húmeda ayuda al silencio. Otra parada ahora ya puedo ver su gesto, atento, tenso,… marca rumbo y avanzamos, cada vez más lentamente,… Es entonces cuando pude oír un rezongo opaco, nos paramos, nos miramos y percibo que sus ojos son una mezcla de ansiedad y excitación,… a esta altura todavía yo no entendía que estaba pasando, entonces muy lentamente levanta sus brazos abiertos y marca izquierda y derecha en un ángulo de no más de 90°, mientras indago eso, con sus dedos me marca dos.
No puedo creer lo que está pasando, tenemos dos colorados a tiro de piedra sin poder verlos. Sobre nosotros ya se filtran algunos rayos de sol que se recuestan en lo alto de los arbustos. Me propone con señas ir más a la derecha para envolver con viento favorable al segundo ciervo que se acerca. De quedarnos en el sitio, la res por el sentido de avance, hubiese cortado el husmo y todo habría terminado. No habíamos andado más de cincuenta o sesenta metros, cuando el monte estalló con retumbar de pezuñas,… “Es el segundo que se viene”, pensé fugazmente,…. “Puedo asegurar que en mi vida había sentido lo que en los siguientes instantes estuvo sucediendo”. A no más de cincuenta metros teníamos a los dos, sin poder verlos, dándose de varazos,,., pausa y nuevos encontronazos,…
Nosotros inmóviles como estatuas.
Estos son momentos en que el tiempo se detiene, solo recuerdo los golpes y los ojos de Santiago con una expresión mezcla de asombro, emoción, susto o que se yo, que intermitentemente me miraban. Creo que ninguno sabía que hacer, pero ambos hicimos lo correcto,… nos quedamos quietos,…. Dejamos que ellos hicieran. Percibí que el entrevero se desplazaba hacia la izquierda, el sitio que más convenía a nuestra posición. Tomé conciencia de lo que podía suceder,… sin saber que cosa pasaría. Tenía sí una certeza, sabía lo que tenía que hacer si se daba la oportunidad de verlos aunque sea unos segundos. Fue entonces cuando me invadió una sensación de plenitud y sosiego por el goce inconmensurable de estar viviendo el pináculo de un trance venatorio inolvidable.
Plantado a pié firme seguía el tumulto de la lucha. De manera refleja apreté con mi mano la correa del fusil fijando la anilla delantera que la une a él obviando cualquier ruido.
En medio de aquel aquelarre y luego de un fuerte topetazo, se percibe una arrancada y el fugaz cruce de una res de buena cuerna a unos cincuenta metros de nuestra posición, Santiago que estaba ligeramente por delante y un paso a mi derecha también lo ve. Todo enmudeció,… no tuve tiempo de pensar, solo recuerdo que le susurré “correte” al tiempo que detrás de un matorral veo asomar el enramado de una cornamenta que se balanceaba lentamente de un lado a otro,… Levante suavemente el rifle y a través de la mira pude ver en detalle lo propio.
Les mentiría si les dijese que conté las puntas, solo sé que era grande, muy grande, casi más grande que el tantas veces imaginado,., este era un día de emociones fuertes y estábamos los tres en el lugar preciso. El ciervo estaba ahí detrás, en el mismo sitio por donde había escapado instantes antes su adversario. Pensé, manteniendo el rifle encarado, que si volvía sobre sus pasos lo perdería de vista, pero si daba un paso adelante… y él dio un paso adelante. Guardé la imagen de su tercio delantero asomando del matorral y el gesto adusto de su semblante, el poste alineado con su pata delantera y el horizonte del retículo una cuarta larga debajo de la cruz. El tiro sonó lejos, como en un túnel, quedé expectante durante unos segundos, solo me sacó de la vigilia la exclamación de Santiago que repetía monótono y excitado “Es un catorce,… Es un catorce,… Es un catorce”,.. Ahora su semblante era de emoción, de plenitud, de regocijo y orgullo por el magnífico trofeo monteado paso a paso tras el lance que construyó a lo largo de las últimas dos horas,… nos abrazamos espontáneamente,… Eran casi las ocho. Volví pronto mi vista a la res caída, atento, incapaz efe sentir algo, no había espacio en mi más que para contemplarlo. Tenerlo ahí era demasiado plato para engullirlo de inmediato. Lo juzgaba espléndido, exuberante. Al rato, ya un tanto saciados hicimos algunas fotos, esas que atienden en el tiempo a la vanidad y al ego,… Luego el desprendimiento del trofeo y el regreso.
Según Raúl, esa mañana anduvimos entre cuatro y cinco leguas y no me cuesta creerlo. Llegamos a la querencia como al mediodía, estaban a la mesa, demás está decir que ahí se terminó el almuerzo. Con Santiago no tenemos claro aún si fue por el ciervo cobrado, por nuestra mirada cómplice o por ambas cosas. Creo que a mí me hubiese ocurrido algo por el estilo.
La reflexión final ha de ser para Raúl por su conducta didáctica, a Santiago por su constancia y habilidad para montear y a un sinnúmero de imponderables que concatenados me permitieron volver a comprobar la verosimilitud de un dicho que perdura desde la nebulosa de los tiempos,… “La paciencia es un árbol de raíces amargas, pero de frutos muy dulces”. Y final y especialmente un recuerdo a la memoria de Lalo Mandojana, quién con sus relatos amenos, hace ya muchos años, me señaló el camino.
jorqeqcazavtiro@vahoo.com.ar
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