Un recorrido lúdico por los últimos 80 años de la sociedad, el juego y los niños.
Artículo de Ricardo Río para el libro del 80 Aniversario de AICACYP.
Los juegos y sus juguetes representan recortes de la realidad que expresan aquellos intereses, fantasías y sueños de una sociedad en desarrollo. La Buenos Aires de la década del ´40 mostraba juegos y juguetes traídos por la inmigración mayoritariamente europea que había comenzado a conformar una estructura social similar compleja. Estos elementos, bajados de los barcos, imponían la impronta de quienes atravesaron fronteras culturales, idiomáticas, emocionales e históricas.
Si bien podían conseguirse hermosas muñecas de celuloide, que con grandes cabezas lustradas como el ébano y ojazos móviles, articulaban piernas regordetas, las de trapo y paja mostraban la ingeniosa artesanía de lo popular para rellenar los espacios de juego. Al mismo tiempo, niños y jóvenes podían jugar los sábados y domingos con la “única” pelota de cuero cosida del barrio, mientras los restantes días de la semana lo hacían con la de trapo.
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En la escuela los juegos de habilidad y precisión les iban a la par. Balero, bolitas y trompos llenaban los tiempos de los recreos. Obviamente los primeros álbumes de figuritas que recreaban a los ídolos deportivos aparecieron como mercados comunes de intercambio de los escolares. Por su lado las niñas pasaban del cielo al infierno y viceversa con la rayuela mientras se desafiaban saltando los elásticos y las cuerdas.
El período de posguerra encontró una Argentina con oportunidades internas de desarrollo industrial. Así nacieron las primeras fábricas de juguetes nacionales que comenzaron a producir juguetes de lata. Con inteligentes inserciones, resortes y gomas elásticas se daba articulación a todo tipo de muñecos y muñecas, que representaban distintas actividades de la vida cotidiana. Para los “tuercas”, los autos de lata a fricción eran la posibilidad de empoderarse de la energía oculta en ese motor zumbador. Ha pasado el tiempo y su mercado, direccionado a la alimentación, pero una de las primeras y más importantes fábricas de juguetes fue Matarazzo.
Al mismo tiempo que esto sucedía, en la ciudad y en el campo, niños y jóvenes desarrollaban una particular pasión por el tiro deportivo, la caza y la pesca. Con denodada pasión, respeto a las normas de seguridad y un profundo sentido patriótico los jóvenes se formaban en el adecuado uso de las armas de fuego. Seguramente comenzando con carabinas de aire comprimido para luego pasar a los multifacéticos rifles calibre .22 LR. Tanto en los 123 Tiros Federales que llegaron a funcionar en todo el país, como en las cientos de miles de hectáreas de nuestro país, empuñar un arma impactando con certeza en un blanco, una lata o una botella, era sinónimo de madurez juvenil y responsabilidad para manejar un elemento de cuidado sin riesgo alguno.
La pesca acompañaba cada salida entre amigos llenando días y noches de historias, lunas y soles que vieron forjar grandes amistades desde chicos, empuñando una caña.
En la década del 60 aparecen los primeros juegos tecnológicos. El cerebro mágico fue furor entre los más sesudos y aquellos que deseaban serlo. La llegada de la era espacial nos trajo aviones y cohetes, robots y platillos voladores que con la fricción del juego iluminaban sus rojos plásticos con chispas multicolores. Para las niñas las princesas del mundo Disney y las primeras muñecas Barbies sugerían provocativamente el deber ser de toda niña con ciertos estándares de belleza.
La llegada de la informática al mundo y toda la curiosidad que representaban de la mano de éxitos monumentales como Stars Wars proponen a las nuevas generaciones nuevas formas de jugar, que como producciones culturales no hacen más que reflejar el desarrollo de una sociedad que va modificando sus costumbres, realidades y oportunidades de juego interactuando con nuevas formas lúdicas.
Así llegó el ATARI y luego PONG, y todas las variantes de videojuegos por venir, hicieron estallar las cabezas de las nuevas generaciones. Actualmente existen fuertes debates acerca de las consecuencias por el uso que las nuevas generaciones dan a las nuevas tecnologías en forma de plataformas de juego. Ciertamente la sociedad de los 40 no es la misma que hoy. Hasta bien entrados los 80 los chicos podían jugar en la vereda, las calles y el barrio. Resulta llamativo cómo cambió nuestra sociedad apacible y respetuosa de la ley para violentarse comenzando a vivir estados de alteración. Hasta se llegó al absurdo de sostener, con campañas públicas incluso, que los chicos que juegan con armas de plástico eran los violentos del futuro.
En tal sentido podemos expresar que el juego en sí mismo es la representación de lo que se quiere conocer y valorar. Lo que se representa y se imagina en pos de la constitución de la personalidad como parte del desarrollo evolutivo. En nuestros juegos infantiles morimos y resucitamos miles de veces valorando la vida y reconociendo a la muerte como parte intrínseca del ser. Los armas de plástico como juguetes que son, nos atraen porque le dan forma materializando costumbres atávicas remotas de nuestra cultura humana.
Los videojuegos van incluso más allá en la preocupación de ciertos sectores de la sociedad que sostienen que jugar videojuegos de guerra promueve la violencia en sí misma, sin reconocer que aunque virtual, todos los juegos nos llevan al eterno conflicto irresuelto de la vida y la muerte como parte de la existencia. Afortunadamente a los videojuegos se le siguen contraponiendo el juego en plazas y espacios abiertos donde padres, madres e hijos disfrutan del contacto con la naturaleza. Pelota, escondidas, barriletes, carreras de manchas, muñecas, música, policías y ladrones, con interacción en redes sociales, son nuevas formas de ocio que no son mejores ni peores que en épocas anteriores. Son simplemente diferentes.
Eso sí. Está en nosotros que nuestros hijos y nietos disfruten de esos juegos simples pero atrapantes que nos llenaron de imaginación cuando éramos niños. Y para los que amamos el tiro deportivo, la caza y la pesca, nos queda el enorme desafío de seguir formando a las nuevas generaciones en el uso responsable, seguro, sustentable, y dentro de los marcos socialmente aceptados y legalmente correctos.
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