Una alianza estratégica.
Artículo de Bruno Carpinetti para el libro del 80º aniversario de AICACYP.
Argentina es uno de los países con mayor número de ecorregiones del mundo. Su territorio posee una importante complejidad geográfica y ambiental, distribuida a lo largo y a lo ancho de la extensa superficie de 3,7 millones de kilómetros cuadrados. Como resultado de ello, presenta una enorme variedad de paisajes, climas y una gran diversidad de ecosistemas que trae aparejada una importante riqueza de especies.
La pérdida del hábitat y la fragmentación de los ecosistemas representan dos de las principales amenazas para la conservación de la biodiversidad a nivel mundial. A estos problemas deben agregarse la contaminación, los efectos del cambio climático, la explotación no sustentable de los recursos naturales, el comercio ilegal y la invasión de especies exóticas. Las tendencias globales también se mantienen en nuestro país, donde la degradación y pérdida de ambientes son la mayor causa de pérdida de biodiversidad. La modificación del paisaje con fines productivos genera alteraciones o la pérdida completa de hábitats, a través del reemplazo de bosques por zonas de cultivo, la explotación minera, la construcción de represas hidroeléctricas y otras iniciativas de desarrollo que provocan grandes cambios en el medio natural.
En este contexto, en nuestro país, las actividades al aire libre y el turismo en la naturaleza representan fenómenos con importantes implicancias ambientales. Las actividades recreativas en la naturaleza incluyen un amplio rango que va desde las más pasivas, como la relajación y el disfrute contemplativo, hasta las más activas como el esquí, las cabalgatas, el ciclismo de montaña o la caza y la pesca. Todas ellas, necesitan para su adecuado desarrollo, un ambiente natural debidamente conservado y sin demasiadas modificaciones antrópicas.
Es por esto, que a lo largo de nuestra historia, los sitios relacionados con la recreación al aire libre y el turismo de naturaleza han incluido tradicionalmente bosques, costas, ríos y lagos, montañas y otros escenarios paisajísticamente espectaculares y ecológicamente relevantes, que a raíz de esto, han sido designados por el Estado bajo alguna categoría de protección.
Esta relación fundante entre conservación de la naturaleza y actividades al aire libre, es la que, en 1903, explicita el Perito Francisco Moreno – padre de nuestro sistema de áreas protegidas federal- en su carta de donación de las tierras que conformarían el primer Parque Nacional de Argentina, en las márgenes del Lago Nahuel Huapi.
En ese momento, Moreno refería en su carta de donación dirigida al ministro de Agricultura: “Cada vez que he visitado esa región me he dicho que convertida en propiedad pública inalienable, llegaría a ser pronto centro de grandes actividades intelectuales y sociales, y, por lo tanto, excelente instrumento del progreso humano. Al hacer esta donación, emito el deseo de que la fisonomía actual del perímetro que abarca no sea alterada y que no se hagan más obras que aquellas que faciliten comodidades para la vida del visitante culto”. De esta manera, con su donación, el Perito Moreno, sellaba la alianza entre la conservación de la naturaleza y las actividades al aire libre.
Además, no solo esas actividades y el turismo de naturaleza han estimulado en nuestra sociedad una reivindicación de valores estéticos, científico naturalistas o incluso espirituales vinculados a la conservación de la naturaleza, sino que también han funcionado como estímulos económicos destacables para áreas aisladas y marginales de nuestro país. En este sentido, son numerosos los ejemplos en los que estas actividades han actuado como motor del desarrollo regional, promoviendo además la defensa de la propiedad estatal de los bosques y otros espacios naturales.
Según la Convención para la Diversidad Biológica, de la cual Argentina es país signatario, la conservación moderna tiene como objetivos reducir el riesgo de extinción de especies, mantener los procesos ecológicos esenciales, preservar la diversidad genética y asegurar que el uso de las especies y los ecosistemas del planeta sea sustentable. Por otra parte, la Unión Internacional para Conservación de la Naturaleza (UICN), ha reconocido desde hace mucho tiempo que el uso racional y sostenible de la vida silvestre puede ser consistente con la conservación y contribuir a la misma, puesto que los beneficios sociales y económicos derivados de la utilización de las especies pueden proveer a la gente de incentivos para conservar a éstas y a sus hábitats. Aunque esta definición no promueve directamente el uso de los recursos como una herramienta de conservación, la inclusión explícita del uso de la vida silvestre es un reconocimiento de que esto es una realidad, y que el deber de los conservacionistas es asegurar que ese uso sea sustentable, más que negarlo o prohibirlo.
Como ya hemos mencionado, en el actual escenario globalizado de nuestro planeta, se identifican nuevas amenazas a la biodiversidad, antes no reconocidas, para las cuales, las actividades recreativas extractivas como la caza y la pesca pueden aportar soluciones de manejo. Por ejemplo, en nuestro país, como en muchos otros lugares del mundo colonizado por europeos, hasta mediados del siglo XX, las especies exóticas fueron más valoradas estéticamente y percibidas como ideales para reemplazar a las especies nativas, que además eran señaladas como menos redituables económicamente para el uso humano. Así es que fueron introducidas a nuestros ambientes naturales especies de gran valor recreativo como el ciervo colorado (Cervus elaphus), diferentes especies de salmónidos, la liebre (Lepus europaeus) o el jabalí (Sus scrofa). Hoy en día, bajo una valoración negativa, científicamente fundada, del rol que estas juegan en los ecosistemas autóctonos, los conservacionistas promueven programas para erradicar o controlar algunas de las especies exóticas introducidas en el siglo pasado. En estos programas, los cazadores y pescadores deportivos pueden jugar un papel significativamente positivo en la defensa de nuestro patrimonio natural.
En síntesis, podemos afirmar sin duda alguna, que son extensos los espacios naturales de Argentina que se han conservado en mejor estado gracias a los intereses vinculados a las actividades al aire libre, al turismo de naturaleza, a la pesca deportiva o al aprovechamiento cinegético, evitando de esta manera, el impacto irrefrenable de otros modos de desarrollo que podrían traer aparejadas modificaciones profundas o la total destrucción del medio natural.
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