Tramo 1 – San Miguel de Tucumán a La Quiaca.
Bernardo Gassmann nada tiene que ver con Vittorio, el maravilloso actor italiano, sino que viene de familia de ciclistas y es heredero de esa pasión. Así fue como se propuso cumplir su sueño de recorrer Sudamérica en bicicleta. No sólo lo logró, sino que además lo cuenta por partes en Aire Libre.
El proyecto de una nueva aventura en agenda es siempre una motivación para encarar el día a día, muchas se llevan a cabo, otras quedan archivadas en el cajón de las excusas. Al fin y al cabo, lo que las diferencia es simplemente una decisión, con fecha de caducidad.
El viaje comienza mucho antes del día de partida, desplegando mapas, leyendo relatos, preparando equipos e inventando el que no existe.
Por esas decisiones de dejarlo todo y de cambio drástico un amigo se sumaría unos kilómetros, al tramo de Argentina.
Así sucedió que un mediodía de marzo me entero que un camión con sacos de harina partía desde mi ciudad (Las Rosas – Santa Fe) rumbo a San Miguel de Tucumán, donde un amigo me recibiría en su casa unos días antes de arrancar la pedaleada, con una bicicleta rodado 26” espolvoreada con harina 0000.
Como no podía ser de otra manera, con mucha lluvia y subidas constantes comenzaron los primeros kilómetros, salimos por la mañana de San Miguel de Tucumán para Tafí del Valle.
Solo habían transcurrido 90 kilómetros y habíamos pinchado 2 veces; cortado un rayo; reventado una cubierta y las alforjas parecían tener vida propia.
¿Habíamos subestimado el proyecto? ¿Y si vamos hasta acá nomás? Lo cierto es que hay muy pocas cosas que no se puedan reparar con un poco de ingenio y mucha paciencia (y alambre, una constante en mi viaje).
La primera noche la pasamos en un refugio de vialidad provincial, en un viejo galpón, al resguardo de la persistente lluvia, pero no así de los murciélagos que no dejaron de revolotearnos toda la noche. No quedó otra que dormir debajo de la mesa.
Para pasar de Tafí a Amaicha del Valle hay que dejarlo todo en una subida hasta El Infiernillo a 3000 msnm, luego el premio está esperando. Una bajada casi ininterrumpida de unos 30 km donde uno pasa del verde y húmedo bosque a un paisaje desértico custodiado por enormes y añosos cactus.
Ahora comienza el ritual de buscar dónde armar la carpa para pasar la noche, no tan lejos de la ruta para no desviarse demasiado pero tampoco tan cerca para no ser visto. ¡Si tiene agua es un lujo! Las opciones van desde la costa de un río, en medio de la montaña, un desierto, una iglesia, estación de bomberos, policía, casa de familia, cementerio, una plaza, etcétera…
Seguimos por los valles Calchaquíes; ahora rodamos por la mítica ruta 40 hasta Cafayate con sus viñedos que parecen reclamarle al suelo un poco la escasa agua de la zona, pero aún así realizando un excelente trabajo.
Casi siempre surge la pregunta: ¿Por qué en bicicleta? Mi respuesta automática era algo como: ¿Y porque no?
Pero lo cierto es que yendo de Cafayate a Salta por la Quebrada de las Conchas lo pude apreciar claramente. Recuerdo haber hecho este tramo en auto, hace varios años con mi familia. La diferencia es considerable, hasta me atrevo a decir, es otro lugar.
La velocidad con la que transcurren los kilómetros sobre una bicicleta permite a uno integrarse al entorno.
Se puede escuchar el comentario de dos abuelos sentados fuera de su casa, frente a la ruta en Maimará “Vieja, mira ese loco viajando en bicicleta, ¿de donde vendrá?” o como en el interior de Bolivia, por caminos donde suelen transcurrir días enteros sin que nadie los transite, escuchar a una madre decirles a sus hijitos que salgan al patio a ver algo, y ese algo resultas ser vos.
Quizás la única cosa sobresaliente del día para gente que pasa todas las horas que el sol está en el cielo, agachados recolectando papas, cosechando quinoa en terrazas empinadas y arreando porfiados animales.
Permite también oler, como es el caso de Salta, que durante kilómetros percibíamos un aroma dulce, particular. Sin saber qué era hasta que entendimos que estábamos en plena época de la cosecha del tabaco, dirigiéndose colas constantes de camiones cargados, de una manera poco fiable, hasta los secadores que finalmente era donde generaban ese particular aroma.
El lento aparecer de cada cerro, uno superpuesto a otro, uno más alto, imponente, colorido, más mágico que otro.
Por supuesto en Salta no podía quedar de lado la visita a una(s) peña(s), donde junto a un español; un vasco; una francesa y un salteño (no, no es un chiste) pasamos la noche entre guitarra; bombo y violín, que se hizo larga y en la que no faltó por supuesto el buen vino salteño. Estaba asumido, mañana pedalearíamos con resaca.
De Salta a Jujuy se puede ir tranquilamente por autopista o por el antiguo camino de la cornisa. Por supuesto optamos por la segunda opción, entre precipicios, curvas y contracurvas, bosque cerrado por la vegetación y una niebla casi constante, deja a todo el que lo recorre por sus carriles de 2m de ancho, con la boca bien abierta. Las márgenes del embalse Las Maderas fueron ideales para pasar la noche.
Entramos a la Quebrada de Humahuaca, el terreno va ganando altura, desde aquí voy a permanecer sobre los 3000 msnm por varias semanas hasta bajar en las costas peruanas al Océano Pacífico, pero falta mucho camino para eso aún.
Pasamos por Purmamarca, Maimará, Tilcara, Uquía, Humahuaca, Tres Cruces y La Quiaca. 285 km donde vamos aclimatándonos a pedalear en las alturas, el aire escaso y las noches frías. Ocupando cada tanto alguna vieja casa de adobe abandonada que nos resguardaba del insistente viento de la Puna.
La llegada a La Quiaca no solo significaba dejar atrás mi país, sino que comenzaría otro tipo de viaje, ahora mi compañero emprenderá el regreso a su ciudad y yo seguiré rumbo norte.
Solo se me viene a la mente una palabra para definir Bolivia: Salvaje.
No te pierdas el relato del segundo tramo – La Quiaca (ARG) – Salar Uyuni (BOL). Seguinos en Instagram para enterarte primero.
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