Tramo 5: Llegando a Ecuador por la Panamericana
Bernardo Gassmann sigue atravesando el Perú. Luego de su inolvidable experiencia en el Cusco, nos cuenta el trayecto desde Lima a la frontera ecuatoriana.
La entrada a Lima, como era de esperar, fue caótica, sumado a que se jugaba ese día la copa América, partido en el que Perú dejaría afuera a Chile…y yo abriéndome paso entre la fiesta. Si bien las grandes ciudades son interesantes para conocerlas, yo intentaba evitarlas en su mayoría. No es la opción más representativa para conocer realmente un país.
A los pocos días estaba nuevamente en la ruta, pero sí tengo que ser realmente franco, la verdad es que ya extrañaba las montañas nuevamente. La costa resultó ser bastante insegura, sumado a una llovizna constante con la bruma marina y sobre todo el intenso tráfico de la Panamericana.
Duré solo unos 400 kilómetros y, como el perro que vuelve a su casa llamado por el hambre, volví a las alturas. Extrañaba preguntarme ¿por qué no vine en moto? mientras subía, y responderme ¡por esto! en las bajadas. Amanecer con el horizonte recortado por los cerros, respirar ese aire frío y puro y, sobre todo, encontrarme acompañado por la soledad de los caminos.
Aquí anduve por la Cordillera blanca, que seria como el Disney Word para los montañistas. Una cordillera cubierta de glaciares entre cerros de 4000, 5000 y 6000 metros.
Lee También: El tramo 1 – San Miguel de Tucumán a La Quiaca
Aquí paré en una zona de campesinos, muy humilde. Armé mi carpa al lado de la casa de Doña Andrea una sabia mujer que vivía entre 4 chapas de 5 x 5, rodeada de gallinas, sembradíos de cebada, trigo y maíz.
A pesar de tener muy poco siempre estaba dispuesta a compartir. Aquí me sentí como en casa, iba caminando por los cerros hasta la ciudad de Huaraz a unos 13 kilómetros donde trabajé unos días en una agencia de guías reparando equipo de montaña a cambio de material de escalada para hacer mis salidas a las alturas.
Luego al caer la noche tomaba una combi repleta de gente para volver a mi carpa, al lado de doña Andrea. Así pasaron unos 20 días donde era, o al menos me sentía, uno entre sus paisanos.
Lee también: Tramo 2 – El cruce del Salar de Uyuni
Toda la gente que me recibió en sus hogares en estos meses, la gran mayoría sumamente humilde, siempre lo hizo con los brazos abiertos y el corazón dispuesto. Muchas no cenaban por el simple hecho de no tener, la carne era un lujo que se daba una vez al mes; el baño, un pozo y el agua potable algo que solamente les había contado un candidato. Es el día de hoy que sigo en contacto con muchos de ellos.
Desde Huaraz sigo avanzando hacia el Norte, por el cañón del pato, un laberinto de piedra y túneles que va perdiendo y ganando altura con frecuencia.
Aquí tuve que desviar mi trayecto original por las sierras debido a una lesión en la rodilla izquierda, simplemente me vi obligado a bajar nuevamente a la costa para no forzar de más. Lo cierto es que la inflamación era tal que ni siquiera podía sostener el pedaleo en la bajada. No quedó más que subir a un camión que me dejó 80 kilómetros más adelante, en Chimbote, donde estuve una semana en el patio de una iglesia en reposo.
Recuerdo los primeros días pedaleando en Argentina, preocupándome todo el día por saber si encontraría un sitio donde dormir. Hoy, varias noches después, sé que de alguna manera todo sucede. Siempre aparece un lugar fantástico para armar la carpa o que alguien se acercará a ayudarme.
Lee también: El Tramo 3 – En el camino de la muerte.
Es algo que sería interesante aplicar en la vida diaria, no anticiparse permanentemente a los problemas, sino vivir más el aquí y ahora, que al fin de cuentas es lo único que tenemos.
Siempre con el océano a mi izquierda y las dunas a la derecha sigo otros 800 km por un terreno prácticamente plano pasando por Trujillo, Chiclayo, Piura y entrado finalmente a Ecuador por Macará.
Seguinos en Instagram para enterarte primero.
Impactos: 104