Tramo 6 – Ecuador km 4560 a 5845
Bernardo Gassmann ya abandonó tierras peruanas y ahora su relato nos lleva por los caminos del Ecuador hasta la frontera con Colombia.
Definitivamente dejé atrás el frío, ahora empezaría a dormir más en la hamaca que en la bolsa. Para cruzar este país hay básicamente 3 opciones, por la llamada Ruta del Sol sobre la costa, las sierras en el centro o la selva por el oriente. Esta última prometía pocos desniveles, pero sí mucha lluvia, así que dispuesto a mojarme opté por esta.
El país es relativamente corto, de sur a norte solo 1200 km aproximadamente. De Macará hasta Loja el camino discurre por una zona de montaña más bien boscoso. En un descanso me encuentro frente a un campus experimental de la Universidad de Agronomía donde me recibieron para alojarme y junto a los alumnos salimos a recorrer huertas y plantaciones de frutas, me fui con la panza y las alforjas a tope de comida.
Contacté a una persona bastante popular entre los cicloviajeros que ofrecía alojamiento en un museo por medio de una página muy útil warmshowers.org. Me recibió con un trago de lo que prometía ser curativo, entre otras tantas propiedades más, eso sí, había que taparse la nariz y bajarlo con un fondo blanco.
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Al evaluar que me encontraba solo en un museo, contra una pared repleta de escopetas, en un lugar que no conocía, con un hombre que jamás había visto y haciéndome tal propuesta… sin dudar acepté. Aquí no se sigue la premisa de “mejor malo conocido que bueno por conocer”, aquí es mejor conocer y punto.
El trago, al fin resultó salir de un frasco de 20 litros con una culebra sumergida en alcohol etílico y alguna cosa más seguramente. Estaba inmunizado. A los pocos días ya estaba entrando a la troncal amazónica. Aquí la lluvia realmente no molesta demasiado, amén de caer a baldes, ya que ayudaba a aplacar el intenso calor tropical.
Si bien la ruta que elegí cruzaba por la selva, estaba todo bastante intervenido por la mano del hombre, sembradíos y pastoreo en su mayoría. Así que en busca de zonas más vírgenes me adentré, siguiendo unas finas sendas que figuraban en el mapa. Ahora sí era lo que buscaba, al costado del camino todo selva primaria, es decir que no ha sido intervenida por el hombre (aún). Árboles de 25 metros (en ese mismo momento se descubría el árbol más alto de la amazonia con 88 metros), frutas por todos lados al alcance de la mano y animales e insectos de todos los colores.
Por estos tiempos se estaban desatando los feroces incendios del Amazonas, tristemente se podía ver el horizonte oscurecido y oler el humo a la distancia. Árboles de 300 años y la mayor biodiversidad del planeta poco a poco remplazados por hectáreas de monocultivo de grano transgénico. De nuevo la codicia ganando a la sensatez.
Lo que resultaba imposible era acampar libre por aquí, sí o sí tenía que encontrar un caserío. Seguro algún bicho me comía con carpa y todo, así que con lo justo llegué a Nayamanaca donde me encontré con que estaban celebrando algo en la plaza. Era una locura y había de todo, hasta una corrida de toros improvisada donde los borrachos se tiraban sobre los animales, en fin, estaba entre el peligro de los animales por un lado y hombres alcoholizados, (otro tipo de animal) por el otro.
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Con un ojo abierto y otro cerrado pasé la noche en el pórtico de una casa. Me quedaban dos tramos más en estos caminos hasta retomar la troncal amazónica, pero en el medio se me cruzó un río, en lugar de puente había una tirolesa donde por medio de un cable de acero te cruzaban en un carro.
El primer cruce transcurrió sin problemas, pero varios kilómetros después en el segundo, el cable
estaba dañado. Volver significaba retroceder 10 casilleros, y la mitad de estos en subida por lo que se me ocurrió cruzar el río con la bici al hombro ya que no era demasiado profundo, sino más bien playo y ancho, de unos 300 metros. Lo investigué un poco y aborté el plan, de modo que no quedó más que volver por el mismo camino.
Allí fue donde mientras les contaba mi odisea a unos lugareños, entre risas me informaban que ese río (Pastaza) estaba infestado de boas y culebras, para usar las mismas palabras “es una autopista para los bichos”, así que me fui feliz de poder hacer el mismo camino por segunda vez.
Sucede algo curioso cuando te llueve todo el día nivel catarata en la bici: el agua entra hasta por el más recóndito agujero, ranura o espacio vacío. De modo que la diferencia entre la ropa que llevo puesta y la de la alforja es prácticamente nula. Así estuve pedaleando-nadando 3 días completos. Luego las típicas lluvias esporádicas, más benévolas.
Ahora empiezo a ganar altura de nuevo, tomando la ruta de las cascadas y pasando por Baños de Ambato. Quito está cerca ya, pero decido desviarme para entrar primero al parque nacional Cotopaxi. Imponente volcán de 5900 msnm que me quedé con las ganas de subir, en un país que se mueve en dólares, el permiso estaba casi a su misma altura. Me conformé con contemplarlo desde la base.
Venía ya con varias noches de acampada, de modo que en Quito tenía un merecido descanso en una cama, lavado de ropa y hacer un poco de vida citadina. Este tipo de viajes tiene de bueno que uno pasa de dormir en la selva con los monos a una cama con sábanas en algún hostel, conociendo viajeros de todo el mundo como si nada.
Aquí por fin encuentro desde que salí de Argentina, en casi cualquier almacén, dulce de leche (manjar blanco para ellos). Fui muy feliz las pocas horas que me duró ese pote.
Ya estoy prácticamente en la frontera con Colombia, pero me desvió unos kilómetros para dormir en un hermoso lago, al otro día solo quedan 50 kilómetros, siempre prefiero pasar las fronteras bien temprano, más aún está que había estado con complicaciones.
En mi último día en Ecuador retomo la ruta, y el trámite que imaginaba que me quedaba de sólo un rato se convirtió en unas subidas terribles. Si bien los paisajes y la gente eran asombrosos, ese día no estaba motivado para tal esfuerzo, y como un ángel de la guarda apareció de la nada un ciclista veterano en una rutera bastante kilometrada, se me puso al lado y se puede decir que me llevó hasta arriba, para luego desaparecer sin dejar rastro. La magia del camino.
Contento y cansado me quedo, pasaporte en mano, esperando el sello para cruzar otra barrera.
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