El Hotel de los inmigrantes.
Un museo poco conocido en el puerto de Buenos Aires acoge la historia de miles de personas que llegaron en busca de su particular sueño americano. Nota de Carmina Balaguer para Natgeo.
Todo empezaba en un puerto de gran calado, a bordo de un transatlántico y tras dejar una vida al otro lado del Atlántico. El embarcadero de Buenos Aires era el primer horizonte que los pasajeros llegados desde Europa vislumbraban entre los siglos XIX y XX. A partir de la Revolución Industrial, y seguido por las guerras mundiales, un gran trasvase de población se acercó al continente americano en busca de nuevas tierras y materias primas, así como huyendo de hambrunas.
Hoy en día, miles de estas vidas son recordadas muy cerca del muelle, en un museo poco conocido y que en el pasado operó como hotel para dar recepción a los recién llegados.
El Hotel de los Inmigrantes funcionó entre 1911 y 1953 y albergó a 3000 personas semanales de forma gratuita. Aunque una ley establecía un cupo de cinco días de permanencia, este tiempo no siempre se cumplía. Para atender las necesidades de este flujo se contaba con un total de 1000 funcionarios que hablaban todos los idiomas.
A diferencia de otros lugares del mundo donde los inmigrantes eran recibidos en asilos –como sucedía en la isla de Ellis en Estados Unidos– aquí los pasajeros eran tratados como huéspedes y gozaban de libertad para entrar y salir del recinto.
El edificio incluía un comedor de ochenta metros de largo en la planta baja donde los recién llegados recibían desayuno, almuerzo y cena en turnos de 1000 personas. Las plantas superiores alojaban a hombres y mujeres por separado, en habitaciones de 250 personas. Cuando la capacidad del hotel se superaba, se habilitaba el almacén de equipajes. El hotel también incluía exposiciones de máquinas agrarias para instruir a los nuevos trabajadores, así como un salón de usos múltiples que buscó culturizar a los inmigrantes en la tradición argentina, aunque éstos construyeron organizaciones para resguardar su identidad.
Te invitamos a un recorrido virtual por el Museo
El museo, que depende de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, comparte edificio con el Centro de Arte Contemporáneo. Así, incluye exposiciones e intervenciones artísticas como las de Graciela Sacco. De ella destacan unas fotografías de ojos de inmigrantes colocadas en las escaleras del edificio que invitan a reflexionar sobre cómo éstos verían hoy a los visitantes que llegan.
Por las mismas escaleras se drenaba el agua que baldeaba las habitaciones cada mañana cuando el hotel estaba en funcionamiento. Se trataba de una medida sanitaria, junto a otros sistemas de higiene como son los grandes ventanales destinados a generar corrientes de aire que previnieran enfermedades respiratorias; o las lonas de los camastros que sustituían los colchones de lana de la época. A su vez, las mesas de mármol y los platos de lata evitaban la acumulación de bacterias, así como los azulejos de cerámica de gres que revestían las paredes.
Todo estaba preparado para que los recién llegados pudieran echar raíces en el territorio. Al entrar, recibían una cédula de identidad en calidad de residentes permanentes para asegurar el desarrollo de una vida laboral. Junto al hotel, un edificio operaba como bolsa de trabajo y coordinaba oportunidades laborales en todo el país a través de trece delegaciones. El recinto, que actualmente alberga la Dirección Nacional de Migraciones, también incluyó un hospital con la sala de obstetricia más avanzada para la época y una sucursal del Banco Nación que tenía monedas de todo el mundo. En el predio también se encuentra el Camino del Inmigrante, que conducía a los recién llegados hasta la actual avenida Antártida Argentina una vez eran autorizados a ingresar al país.
Te invitamos también a conocer en Pergamino, Provincia de Buenos Aires el Museo Batallas de Cepeda.
Este interés por facilitar la entrada de extranjeros vino de la mano de Nicolás Avellaneda, quien durante su presidencia decretó una ley (1876) para promover la inmigración y así atraer mano de obra que cubriera el trabajo en el campo. Desde entonces, el Estado publicitó Argentina como un ‘país esperanza’ mandando a funcionarios hasta el Viejo Continente que contaran los beneficios de inserirse en un territorio tan lejano. En algunos casos también se favoreció la llegada de inmigrantes haciéndose cargo de los costos del traslado. Una vez en Buenos Aires, los pasajeros que no tenían familiares en el país recibían alojamiento y orientación en el Hotel de Inmigrantes.
Para gozar de todos estos beneficios, el inmigrante tenía que llegar en segunda o tercera clase y contar con certificados que demostraran su salud, su no mendicidad y su situación judicial. Todos los inmigrantes menores de sesenta años eran bienvenidos, aunque las mujeres no pudieron ingresar solas hasta 1949, lo que provocó que se arreglaran muchos casamientos con otros pasajeros en alta mar.
Muchas de estas anécdotas se descubren en el Museo de la Inmigración. Aquí casi todo es para tocar, abriendo cajones y explorando los documentos que traían los inmigrantes. Vitrinas con reliquias y documentación histórica, videos con testimonios contemporáneos, filmes como ‘El inmigrante’ de Charles Chaplin (quien ingresó a Estados Unidos en la tercera clase de un barco) y varias fotografías completan la visita.
El material muestra cómo llegaron colectivos migratorios de todas partes, pues destacan personas con turbantes. Otras imágenes ilustran la cocina, que contenía ollas de presión de 500 litros. También se descubren instalaciones sonoras con canciones de cuna cantadas en distintas lenguas.
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Aunque cada proceso migratorio se enmarca en una coyuntura histórica y personal distinta, todo migrante transita por una serie de experiencias comunes. Así lo expone el museo a través de cuatro conceptos: el viaje (donde se establecen las necesidades y motivaciones del traslado); el arribo (que consiste en la obtención de los recursos para llevar a cabo el viaje); la inserción (el momento en que se activan las redes y las estrategias que facilitan el arraigo en el nuevo lugar); y el legado (cuando se construyen nuevas marcas de identidad y el migrante logra generar puentes emocionales entre su tierra natal y la tierra de arribo).
Una de las principales atracciones del museo es un registro digital donde los argentinos pueden buscar a familiares inmigrados en el pasado. Esta base de datos existe gracias a un convenio con el Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos y a la labor de Chela Delgado, quien durante treinta años se dedicó a ordenar las tarjetas de entrada de los inmigrantes.
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