El nuevo integrante.
Enrique Petracchi, cazador y aficionado a las artes culinarias, en sus ratos libres se decidió a escribir algunas de sus salidas, acompañadas de las mejores recetas para aprovechar el trofeo del día. ¡Feliz lectura y mejor provecho!
Mayo en La Pampa, cuando las heladas ya calan los huesos. La alegría de preparar todo lo necesario para viajar a cazar jabalíes apostado, con un grupo de amigos, siempre los mismos. Uno se encarga de las bebidas, otro de la comida, otro faroles, discos, parrilla, carpa, etc. Viajamos de día de para llegar unas horas antes del atardecer y poder ir a los apostaderos con tiempo suficiente para analizar el comportamiento de los animales, observar las pisadas, las pasadas por los alambres, por dónde entran, las rascadas contra los palos, las revolcadas en los charcos.
Nos dividimos los lugares que ya estaban previamente asignados, tratando de respetar los gustos y caprichos de cada uno. A casi todos nos gusta apostarnos solos, para evitar la suma de ruidos innecesarios, pero en este viaje veníamos con un debutante en caza mayor: el hijo de Pablo de 18 años, quien además venía a estrenar su fusil, un máuser en calibre .308 con una mira alemana arriba con aumentos variables y retículo 1. Nada despreciable. Así que alguno debía ceder para no dejar al novato solo.
Me ofrecí a ir con él, ya que era el que mejor conocía el campo. Además, lo liberaba a Matías de lidiar con la presión de su padre. Dejé mi fusil y fui sólo como guía, quería que la cacería fuera toda suya. Ensillamos los caballos y nos fuimos temprano al apostadero, cargados con lo indispensable: camperas, par de medias de repuesto, bolsa de dormir, termo, mate, linterna, fósforos. Un baqueano nos acompañó a caballo y a la vuelta nos buscarían a todos en la camioneta. En el camino vimos un par de maras jugando cerca y una cierva se asomó entre unos caldenes para salir más rápido de lo que entró.
Llegamos al lugar donde nos quedaríamos, un bajo y un salitral grande. Acomodamos las sillas plegables debajo de un caldén que nos haría de techo con una chapa tan solo arriba. Fuimos a ver el cebadero donde había osadas y pisadas frescas por todos lados.
Antílopes en la madrugada. Otro relato de caza con receta de Enrique Petracchi
Nos tomamos unos mates y le fui contando lo que probablemente pasaría para darle tranquilidad. Teníamos un viento suave de frente así que si no cambiaba estaríamos bien. Si no, habría que moverse. La luna ya había salido, estábamos en cuarto creciente. El sol se fue yendo en el horizonte y la temperatura bajó como era esperado. El silencio se interrumpía solo por algún zorro a lo lejos.
– Mirá Pablo, acá lo importante es no hacer ruido, no moverse. Ese es el mayor secreto. El resto es tener paciencia, saber esperar y estar tranquilo. La caza al acecho no requiere ser un gran tirador. Son disparos a corta distancia, a lo sumo 100 metros y vos a esa distancia pegas en una lata de cerveza.
– Pero ¿cómo sé si es un trofeo el jabalí que entra? ¿Cómo lo reconozco?, me dijo.
– El primer jabalí que nos baje es trofeo. Salvo que sea una chancha con lechones chicos.
Luego de la charla nos sacamos los borceguíes, nos metimos cada uno en su bolsa de dormir hasta la cintura y nos sentamos a disfrutar el monte pampeano.
Yo con mis binoculares y él sólo con el máuser en las piernas y una rama del caldén improvisada para apoyar el fusil.
La caza en el centro de las miradas. Una nota del Libro del 80ª Aniversario de AICACYP que no deberías dejar de leer.
La luna se escondía entre las nubes, pero el contraste del negro de los jabalíes con el salitral nos ayudaría mucho.
Mi compañero se sobresaltó al escuchar un ruido justo detrás nuestro sobre el tronco.
– Un chancho, me dijo, casi susurrando y agarrando el fusil.
– Es un peludo. Quédate tranquilo que cuando entre un chancho no te va a generar ninguna duda.
Pasaron las horas, vimos dos zorros a menos de 2 metros. Los ojos se nos fueron llenando de campo y de sueño. Miré el reloj, eran las 23:15, y cuando levanto la vista me parece ver algo a lo lejos. Busco con los binoculares y era un jabalí. Estaba a la sombra de un árbol. Y parecía moverse sólo cuando se nublaba. Le pasé los binoculares a Pablo para que lo viera.
El jabalí entró corriendo, no probó el maíz y salió corriendo por la otra punta. Todo en 2 segundos. La cara de desazón de mi amigo, a lo decía todo. Bajando las dos palmas de mis manos le indique que se quede quieto y calmo.
Mirá también: La corrección política no salva animales.
Pasaron unos minutos y lo escuchamos bufar a mi izquierda, parecía estar al lado, pero de noche las distancias y los sonidos nos confunden. Los dos giramos nuestras cabezas hacia donde bufaba y no vimos nada. Le indiqué con un gesto que apoyara el fusil suavemente en la rama. Al minuto entró por el mismo lugar de antes, pero ahora al trote. Miro a Pablo para decirle que espere a que se pare y cuando muevo la cabeza escucho el disparo y veo el fogonazo rompiendo el silencio. Escucho la corrida del jabalí.
– Le erré, dice Pablo. No lo puedo creer.
– Quedate tranquilo que está pegado.
Nos tomamos unos mates para enfrentar la helada. Después de unos minutos salimos de las bolsas, nos pusimos los borceguíes, agarramos las linternas, el cuchillo, el fusil y fuimos a ver qué había pasado. Ahora sí, el frío se hacía sentir fuera de la bolsa.
Hicimos unos metros y lo encontramos. No había dudas: un padrillazo.
Eran las 00:10. Un nuevo cazador de jabalíes se unía al grupo.
Las recetas
Desayuno de campo: Hígado de jabalí y Huevos Fritos
- Sacar la piel que cubre el hígado y cortarlo en bifes finos.
- Cortar 4 cebollas grandes en pluma y saltearlas en el disco con abundante aceite de oliva, sal y revolver hasta que se transparenten y reduzcan.
- Llevar la cebolla hacia los extremos del disco y en el centro saltear los bifes de hígado 1 minuto por lado.
- Agregar sal y una lata de cerveza.
- Cocinar 1 minuto más.
- En otro disco picar 3 dientes de ajo y saltearlos apenas en oliva por segundos y freír 4 huevos que queden jugosos en su interior.
- Servir los bifes con cebolla y arriba de estos huevos fritos.
Costillar con vacío de jabalí a la parrilla
- 1 costillar y vacío de chancha o cachorro joven en una sola pieza.
- Preparar una salmuera en una botella con agua hirviendo, 3 dientes de ajo machacados, 1 puñado de sal gruesa, romero, ají molido y laurel.
- Poner el costillar con vacío en un asador tipo cruz.
- Preparar un fogón y clavar la cruz a un metro con la ayuda de una maza.
- Inclinar el costillar en 45 grados con las costillas hacia el lado del fuego.
- Regar con la salmuera cada media hora aproximadamente.
- Cocinar 2 horas o hasta que se sienta el calor en la carne del otro lado del fuego.
- Girar la cruz y cocinar 45 minutos más. (Los tiempos varían de acuerdo al tamaño del animal, la distancia al fuego y el viento)
- Sacar la cruz y apoyar sobre una tabla o parrilla. Agregar salmuera y cortar.
Guiso de jabalí con ñoquis de batata
El guiso
- Cortar cubos de cuarto trasero de jabalí de 3 x 3 cm.
- Cortar cebollas en pluma y morrones en tiras finas.
- Pesar la carne y colocar la misma cantidad de carne que de cebollas y morrones dentro de una olla de hierro.
- Agregar una cucharada de aceite de maíz, sal pimienta molida, dos hojas de laurel, medio vaso de vino blanco.
- Tapar con papel manteca y cocinar con la olla destapada 3 horas a fuego lento.
Los ñoquis
- Cocinar al horno con cáscara 1,5 kg de batatas grandes.
- Pelarlas y pisarlas hasta hacer un puré. Agregar sal y pimienta.
- Una vez frías agregar 500 gr de harina 0000 y mezclar hasta lograr una masa homogénea.
- Estirar en cilindros, cortar los ñoquis de 2 cm aprox y darle forma con el tenedor.
- Cocinar en abundante agua hirviendo con sal gruesa durante 1 minuto, sacarlos con espumadera.
- Servir una cucharada de ñoquis, una nuez de manteca y el guiso encima.
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