Historia de nuestro lector Guillermo Aschieri, de Rafaela, Santa Fe.
Fin de semana largo, habíamos decidido salir a pescar a las 6:00 am; la noche antes de ir había llovido, sin importarnos salimos igual con mi hermano Pablo y mi cuñado Franco.
Confundidos por el camino que va al Cululú, agarramos uno que parecía ripio pero cuando seguimos adentrándonos el auto empezó a derrapar, en ese mismo momento vimos que nos habíamos empantanado y que no podíamos sacarlo. Mi hermano y yo bajamos y empezamos a empujarlo, pero el vehículo seguía hundiéndose en el barro, entonces se nos ocurrió poner pasto seco bajo las ruedas para que traccionaran y así poder sacarlo.
Cuando por fin logramos salir del camino, nos dirigimos al Roda; este por las inundaciones había crecido. Cuando llegamos nos pusimos a preparar las cosas para pescar, armamos líneas y alistamos las cañas. Estuvimos hasta las 12:30 pm tratando de sacar algo, pero no sacamos nada; empezamos a preparar el asado, y mientras comíamos me pregunté si no había otro camino para llegar al Cululú.
Allí nomás se lo comenté a Franco y a mi hermano; mi cuñado llamó a su padrino para preguntarle, ya que él iba siempre a pescar y por ahí sabía… ¡Y fue así!
Le dijo que agarre la ruta y que en el 5° camino doble, que siga unos 5 km y que después tendría que volver a doblar y seguir otros 5 km más y luego doblar otra vez para tomar el camino que nos llevaría al lugar.
La Traición. Un relato de Juan Mariquez de Trelew
Cuando llegamos al Cululú, nos dimos cuenta que nos habíamos quedado sin carnada, y empezamos a imaginar con qué encarnar, entonces nos acordamos que nos había sobrado un poco de asado y decidimos probar con eso. Cuando lo pusimos en el anzuelo comprobamos que la carne era muy blanda y cuando lanzábamos se salía del anzuelo. Una vez más nos sentíamos frustrados.
Pero la suerte cambió gracias a la ocurrencia de mi hermano que usó esa carne para el mojarrero y cuando con mi cuñado lo vemos sacar la primera mojarra nos pusimos felices porque sabíamos que, ahora sí íbamos a tener algo efectivo para encarnar.
Aprovechando la mojarra encarno y lanzo la línea al río, unos segundos después veo que la boya se empieza a hundir, en ese momento me agarra una gran felicidad y empiezo a tirar fuerte sin poder traer al pez. Cada vez me sacaba más hilo, la seguí peleando, jugando al tira y afloja, hasta que después de más de 10 minutos logro arrimarlo hasta la orilla, voy a ver qué saqué y cuando me fijo descubro que era un moncholo de unos 6 kilos. Además de la alegría que sentí, no puedo dejar de pensar en cómo un pez de ese tamaño puede tirar con tanta fuerza.
Felices los 3, nos marchamos a Rafaela con el premio y lo que aprendimos de ese día:” no salir de pesca si el día anterior llueve”.
Esto lo podríamos haber evitado si ese día nos hubiéramos quedado en nuestras casas en lugar de haber salido como locos para cumplir con lo planeado; porque es mucho más importante la seguridad de uno que ir a pescar en un día así.
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