La corvina negra ya no es lo que era
Un estudio de investigadores del CONICET reveló que la que habita el océano Atlántico Sur pertenece a una especie distinta a la que se creía
CONICET/DICYT Hablar de corvina negra es referirse a un trofeo muy buscado en la pesca comercial y deportiva, tanto que en algunas zonas costeras de Brasil llegó a registrarse una sobrepesca que motivó que su preservación se encuentre en riesgo. Para quienes lucran con la actividad, la abundante carne que puede obtenerse de los ejemplares que alcanzan un tamaño superior al metro y medio de largo y hasta unos 50 kilogramos de peso es rédito seguro, y para aquellos que lo hacen por deporte, sus dimensiones aseguran una buena fotografía victoriosa.
Hasta ahora se creía que este pez pertenecía a una única especie (Pogonias cromis) y su distribución estaba definida en las costas del océano Atlántico Norte -de Estados Unidos a América Central-, y en las del Atlántico Sur, desde Río de Janeiro hasta la zona cercana a Bahía Blanca, dejando un vacío de unos 8 mil kilómetros entre un punto y otro. Sin embargo, un estudio de investigadores del CONICET de reciente publicación en Plos One reveló que la que habita en los mares de América del Sur es de una especie distinta a aquella. Y el disparador fue un sonido.
En efecto, cuando se siente atacada la corvina negra lanza un ruido de alarma. Es por eso que se la suele llamar black drum, el término en inglés para decir tambor negro. Recientemente, un grupo de investigadores uruguayos analizó ese sonido y sus mediciones determinaron que es muy distinto en cantidad de pulsos el que emiten las del norte y las del sur. “Evidentemente eso tenía que estar regido genéticamente, entonces a nosotros se nos ocurrió buscar qué diferencias había además en el aspecto morfológico”, comenta María de las Mercedes Azpelicueta, investigadora del CONICET en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP) y primera autora del estudio.
Al principio, la búsqueda de los expertos fue desalentadora porque los parecidos entre una y otra son muchos: el número de escamas, las características de la boca y la potente mandíbula de las que se valen para romper su alimento –moluscos, cangrejos, entre otras presas–, todo coincidía. Hasta que un carácter en particular les allanó el camino: “Pudimos encontrar una particularidad en los radios de la espina dorsal en los ejemplares juveniles de más de 25 centímetros. Hasta ese tamaño los radios son iguales, pero a partir de ahí en las del sur comienzan a engrosarse de manera evidente, mientras que en las del norte tienen una forma más fina, como una lámina. Y algo parecido ocurre con la aleta anal. Además, encontramos una diferencia en la forma de la vejiga, que está provista de unos músculos especiales y permite que la corvinas hagan su ruido característico”, explica Azpelicueta.
Con esos datos, comenzaron a contactarse con distintos museos para obtener imágenes tanto externas como radiográficas de los ejemplares guardados en sus colecciones que permitieran cotejarlo, además de recorrer pesquerías y acopiaderos de peces de Argentina y Uruguay. Gracias a ese trabajo de recolección pudieron obtener más de 100 muestras para realizar el análisis morfológico. Por otra parte, mediante el aporte de un grupo de expertos brasileños, se estudiaron a nivel molecular otras 50 piezas, hecho que arrojó una clara diferencia entre los componentes moleculares de una y otra, y sirvió para confirmar la hipótesis de los investigadores y concluir que se trata de dos especies distintas.
“Al principio pensamos que era una especie nueva, pero por un carácter particular que presentan –una gran cantidad de barbillas en el mentón– la reasignamos a Pogonias courbina, colectada en en el Río de la Plata en 1767 y descripta en 1803”, destaca.
Un neotipo
El ejemplar colectado en 1803 era el único descripto para P. courbina y se configuraba como el holotipo de la especie, es decir la muestra de referencia que se usa en taxonomía para la comparación y asignación de los hallazgos posteriores. Se encontraba en París, Francia, pero por el paso del tiempo y, según se cree, a raíz de los conflictos bélicos que atravesó Europa a lo largo del siglo XX, se perdió.
“Eso nos llevó a elaborar lo que se conoce como un neotipo, esto es el nuevo material de referencia de la especie, que reemplaza a aquel”, subraya Azpelicueta. La pieza se encuentra en el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (IIMyC, CONICET-UNMdP), cuyos investigadores participaron del trabajo.
Fuente: CONICET – Julio 2019
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