Un relato desde Kenia
Por Santiago Legarre (*) para Revista Aire Libre
En Kenia hay unos treinta parques nacionales, poblados por la famosa fauna africana. Algunos de ellos son llamados por la ley “reservas nacionales”: los que son administrados por alguno de los cuarenta y siete condados que componen el país. Otros son los “parques nacionales” propiamente dichos, administrados por el gobierno central. Reservas y parques son públicos, con las imaginables ventajas y desventajas que la administración de lo público suele tener.
Luego de la independencia de Kenia en 1963, al lado de los parques y reservas nacionales comenzaron a crecer las reservas privadas, con sus imaginables ventajas y desventajas. Hay tantas en la actualidad (mas de cien) que es difícil contarlas. Entre las grandes, se destaca una: Ol Pejeta, en el condado de Laikipia, situado en pleno Valle del Rift, que parte en dos Kenia (y casi todo el continente africano). Esta reserva, fundada como tal en 2004 (en lo que era un gran campo ganadero), cuenta con unas cuarenta mil hectáreas y es, así, más grande que varios de los parques y reservas nacionales. Es famosa, entre otras cosas, por contener la población de rinoceronte negro más numerosa del mundo –una especie en peligro de extinción–.
Lee también del mismo autor: Un encuentro inesperado en el corazón de Kenia
Tuve la fortuna de pasar una semana en Ol Pejeta, en septiembre de este año 2020 que corre, invitado por la reserva. Estamparé aquí algunas impresiones relacionadas con el felino preferido de la mayoría de los turistas, ese al que en Kenia se conoce como “simba” (nombre apropiado luego por Disney en “El rey león”).
Una actividad sobresaliente en Ol Pejeta consiste en la posibilidad de avistar fácilmente leones, merced a un dispositivo que conecta un collar que se les coloca a las bestias con un “gps” o, según el caso, con una radio (vhf). Una mañana salí con Mbogo, un experto guía, en busca de una de las siete manadas de leones que pueblan Ol Pejeta. Al igual que en las otras seis manadas, la leona mayor (la que lidera) lleva un collar. El collar de la leona que visitamos esa mañana con Mbogo está conectado a una radio. Mbogo llevaba en su mano el dispositivo (parecido a las hélices de un helicóptero, en miniatura) y lo elevaba sobre la land-cruiser descapotada.
Cuando la señal se intensificaba, comenzábamos a escuchar como un latido de corazón cuyo volumen incrementaba: señal, a su vez, de que nos acercábamos a la buscada leona, y a la deseada manada, cuyo avistaje ocurrió casi de inmediato.
Menos preciso es el sistema “gps”, aunque de una efectividad también alta. En estos casos, antes de partir del campamento se estudia con la mirada un monitor en el cual se refleja la ubicación de una leona (de otra de las siete manadas), que tiene un collar de este segundo tipo. Aunque externamente son parecidos, este manda una señal distinta, no permanente (sino cada tantas horas). Nos dirigimos, esta vez con el experimentado guía Jimmy Mbue, hacia la zona de la última señal del gps, que había sido recibida hacía seis horas. Eran las cuatro de la tarde y, como los leones mayormente duermen de día, era probable que no se hubieran movido demasiado lejos del punto rojo marcado sobre el monitor. Y así fue que, luego de un rato, los encontramos: una manada numerosa, que incluía hermosos cachorros que comenzaban a moverse, con la inminente caída del sol
Lee también del mismo autor: El Triángulo keniano
Tuve el collar que colocan a las leonas en mis manos y para mi gusto es un tanto pesado, pero esa es una historia para otro día, relacionada también con las finalidades investigativas y defensoras de los leones que esgrimen los propulsores de estos mecanismos de control felino. Pues lo cierto es que, si bien los collares cumplen también fines banales y crematísticos ––ya que satisfacen la ansiedad de turistas impacientes (y también de algunos que no entienden el safari como un juego de final incierto y abierto)––, la intención original de su colocación había sido de carácter científico. El resultado del hibrido entre ciencia y placer es el casi seguro encuentro con el majestuoso rey de la sabana.
*Santiago Legarre es Autor de los libros: Un profesor suelto en África y El safari de la vida.
Impactos: 66