Diario de Africa
Por Enrique Petracchi para Revista Aire Libre
Es extraño lo que nos pasa desde chicos, cualquier argentino de 4 años sabe lo que es un león, una jirafa o una cebra. Alguno quizá pueda reconocer un ñu, un cocodrilo o un leopardo. Sin embargo, casi ninguno conoce nuestra fauna autóctona. Incluso dudo que la gran mayoría de los adultos puedan reconocer un carpincho, un aguará guazú, una corzuela o un guanaco. Los que viven en las ciudades me dirán que es culpa de eso. Pero tampoco pueden diferenciar un chimango de un tero.
Creo que África está en todos nosotros desde niños y más aún en los cazadores. Todos soñamos alguna vez con ir a África, a fuerza de documentales viendo migraciones de ñus por la sabana y siendo acosados por leones o por cocodrilos cruzando los ríos y si no, gracias a los libros de Hemingway.
Estábamos Maxi, Sergio y yo comiendo unas pizzas y tomando unas cervezas hablando de caza como siempre hacemos.
-¿Vamos a hacer la próxima brama?
-No, el año pasado gastamos una fortuna y ya fuimos varias veces. Me parece que por esa plata nos vamos a África, dijo Sergio. Y nos quedamos callados.
Sí, la única razón válida para no ir a cazar a África es la económica. Hoy no debería haber otra. El viaje ya estaba en marcha.
El lugar de caza en África más accesible para primer viaje en cuanto a costos, idioma y facilidades en ese entonces era Sudáfrica. E incluso contaba con un vuelo directo. Nos dormíamos en Buenos Aires y nos despertábamos en Johannesburgo. La caza en Sudáfrica está tan desarrollada e integrada a su cultura que hace que todo sea sencillo.
La preparación duró unos ocho meses, en los que leí todos los libros de África que encontré, videos en youtube de cacerías en Sudáfrica y perfeccioné mi inglés en algunas palabras específicas (ram, herd, venue). Me compré un libro de mamíferos de África para estudiar y conocer bien sus características y comportamiento. Y busqué en Google Earth la región donde cazaríamos. Identifiqué el río Marico juntándose con el Crocodile para formar el Limpopo y hacer de frontera natural con Botswana. Allí iríamos. Me anoté en el gimnasio y traté de llegar en mi mejor forma física. No quería perderme de nada.
Averiguamos si convenía o no llevar nuestros fusiles y finalmente decidimos alquilarlos allá. “Si cobran por animal muerto no creo que los fusiles no anden”, dijo Maxi apelando a su conocimiento de los negocios.
Aterrizamos cargados con nuestras valijas y nuestra ansiedad. Enseguida identificamos a Tibor, nuestro contacto, que iba a llevarnos hasta el campo. Pasamos a saludar a un gran amigo de mi padre que fue indispensable para ayudarnos con todo. Queríamos estar ya en el campo, pero faltaban 5 horas de viaje en auto hasta Thabazimbi que es la localidad más cercana al campo. El viaje en auto se hizo corto ya que a las horas de salir empezamos a ver animales en el camino, facoceros cruzando la ruta, algún impala, y hasta jirafas en los campos. Después de perdernos un par de veces y parar a almorzar llegamos, para fastidio nuestro, al atardecer. Estábamos en mayo y el clima y la geografía (por desgracia no la fauna), son muy parecidos a la provincia de La Pampa. Teniendo temperaturas de 25 grados de día y 0 grados a la noche.
Al entrar al campo propiamente dicho empezaron a llenársenos los ojos de animales, impalas, blesbucks y ñus corriendo hacían que el atardecer fuera idílico.
El dueño del campo, de unos 35 años, nos saludó cálidamente y nos invitó a que pasáramos a nuestra cabaña. El complejo era de 4 cabañas para 5 personas cada una y nos tenía preparada una para cada uno de nosotros, incluido Tibor. Agradecimos, pero preferimos ir los 3 a una cabaña y Tibor quedó en la de al lado. El lugar estaba cercado por un alambre común con un parque de una hectárea aproximadamente y desde las ventanas se veían los waterbucks y las cebras a lo lejos.
Nos mostró los fusiles que teníamos para elegir. Maxi y Sergio se quedaron un 375 y yo opte por un .300. Luego usaríamos también un .270. George, el dueño, nos contó que preferían un 375 en esa zona debido a lo cerrado de la sabana arbustiva y en caso de tener que tirar entre algunas ramas no se producía tanto desvío, y si tuviéramos la mala fortuna de herir un animal era raro que no dejase rastro.
Nos sentamos a la mesa rodeados de trofeos de kudu, jirafas, hipopótamos, impalas etc. Comimos una especie de pastel de zapallo y kudu y unas salchichas de eland. Tomamos unas cervezas y después nos quedamos en el boma mirando el fuego encendido.
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Día 1
A las 5 AM nos despertamos, desayunamos y fuimos a probar los fusiles a un polígono muy bien improvisado en el campo. Tiramos apoyados y de pie con los shooting sticks (trípodes), y George nos preguntó si nos gustaba volar. Sí, contestamos sin saber si habíamos entendido bien a qué se refería. Nos subimos a la Toyota, hicimos unos km por el campo y llegamos a su casa en la que tenía un pequeño hangar con un avión con capacidad para 4 pasajeros. Nos subimos al avión y sobrevolamos su campo y la frontera con Botswana viendo jirafas y elefantes. Aterrizamos en un camino de tierra, nos subimos nuevamente a la Toyota y empezamos a cazar.
Maxi fue el primero en bajarse de la camioneta junto con su ph, después de recorrer algunos km se bajó Sergio y último quedé yo. Mi guía iba a ser el dueño del campo. Todo un lujo.
La primera mañana me la pasé mirando animales, era difícil verlos debido a los colores de la tierra y los arbustos. George me hizo señas para que caminara más despacio y me agachara. Nos colocamos detrás de un árbol bajo con millones de espinas y ahí con los binoculares logré ver las patas de unos antílopes sin lograr identificarlos. -Impalas- me dice, escucho un tosido parecido a nuestras ciervas y esos antílopes que me parecían 2 eran no menos de 10, junto a unos ñus y cebras que no logre entender dónde estaban escondidos. Así siguieron las primeras horas de la mañana sin tener a tiro ningún animal de los que quería.
Pasamos unos arbustos y se observaba una superficie de campo con pastos más bajos y a lo lejos veo un facocero trotar con la cola como una antena. Se lo señalo pensando ilusamente que no lo había visto y me dice: “no es bueno, primero ves los colmillos, luego el facocero. Si no se ven los colmillos de lejos es definitivamente malo”.
Y cuando el calor ya me estaba pegando en la frente, George me dice que me agache nuevamente. Me señala entre unos árboles y logro ver unas patas moverse y un color anaranjado. Me quedo observando con los binoculares y George me dice “Is a good ram”. Nos agachamos aún más y avanzamos casi reptando hacia nuestra derecha y nos quedamos mirando hacia una especie de pasillo de 2 metros entre los árboles, a unos 80 metros de donde estábamos. Nos paramos, abre el shooting stick y veo con la mira como el animal se va acercando lentamente al limpio. Se para, gira la cabeza para nuestro lado y disparo. El impala cae en el acto desplomado por un tiro en la paleta alta. Felicitaciones, tu primer animal africano me dice George seguido del “good shot”.
Me acerqué y observé la belleza del impala sobre la tierra colorada. Sacamos unas fotos y llamó a la camioneta para que nos busque, a nosotros y al impala. Ya en la Toyota y con el fusil descargado tomamos unas cervezas heladas. Eran las 12 del mediodía de mi primer día de caza en África.
Nos encontramos en la casa con Maxi que no había cazado nada aún y Sergio que también había cazado un impala. Comimos una especie de brunch tardío con jugos, tostadas, huevos, salchichas y cervezas. Una siesta corta tirados en el pasto al lado de la casa donde había dos eland casi como mascotas pastando a menos de 40 metros.
A la tarde salimos cada uno por separado. Maxi logró cazar un muy lindo impala que sería el mejor de los tres, Sergio tuvo a tiro un oryx gemsbock pero el resfrío que traía de Buenos Aires le jugó una mala pasada y no pudo contener la tos haciendo que el oryx, desaparezca en la sabana flameando su cola negra. Yo empezaba mi lucha por lograr un lindo oryx. Los tuve varias veces cerca pero cuando lograba verlos no eran un buen trofeo o eran hembras que, si bien también tienen cuernos y son muy valoradas, el dueño del campo prefería que no las cazáramos. A la noche volvimos a la cabaña y el frío en la caja de la camioneta se hacía sentir. Nos juntamos a comer otra vez en la mesa redonda contando cómo había sido el día de cada uno, pero previamente George proponía un juego de penalidades y agradecimientos. Nos servía un Jagermeister en vasos de tequila a cada uno y brindábamos con fondo blanco agradeciendo a los animales que habíamos cazado en esa jornada. La penalidad era para aquel cazador del grupo que había cometido una torpeza o un error y cada uno de los ph contaba el error de sus cazadores. Esa noche la penalidad fue merecidamente para Sergio quien tosió justo cuando tenía su oryx a tiro.
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Día 2
Apenas comenzado el segundo día la sensación era la de estar hacía un mes en África; y no debido al cansancio ni al aburrimiento, sino a la intensidad de las emociones vividas.
Empecé la mañana como había terminado la tarde anterior, buscando un buen oryx, pero no pude encontrarlo. Cuando estábamos agazapados detrás de un árbol en la búsqueda se nos acercó un steenbock, un antílope diminuto y nos pasó a menos de dos metros sin percatarse de nosotros.
Caminamos hasta un charco llegando al mediodía y logramos ver un grupo de impalas, unas hembras de facoceros con machos jóvenes y decidimos no tirarles. Ya de vuelta hacia el camino por el que habíamos venido vimos pasar 4 facoceros al trote y salimos a cortarles camino. George me señaló el mejor y puso el trípode para que dispare, estaba a menos de 50 metros y el poder del .300 lo dejó en el mismo lugar que estaba, pero ya sin vida. Me sorprendió lo distintos que son al jabalí europeo, ya que son casi exclusivamente de comportamiento diurno y mucho menos ariscos que los europeos, pudiendo acercarse (con buen viento), hasta menos de 50 metros.
Nos encontramos al mediodía con Maxi y Sergio. Maxi había errado a un facocero de manera inexplicable según sus palabras y Sergio había cazado un ñu. Lo había visto acercarse hasta un charco de agua y le había pegado en la paleta. La dureza de los animales africanos no dejaría de sorprendernos en todo el viaje. A partir de ahí empecé a mirar a los ñus de otra manera, comencé el viaje diciendo que no iba a cazar una vaca y me fui dando cuenta de lo duros y lindos que son.
A la tarde volvimos al campo, Maxi cazó un ñu también y ayudamos a buscarlo. Al encontrarlo y sacarme fotos supe que también quería cazar un “búfalo del hombre pobre” como le dicen allí.
Sergio cazó un lindo facocero y yo seguí en mi búsqueda infructuosa del oryx.
Al llegar a la casa ya sabíamos que Maxi debía cumplir la penalidad por errar a un facocero a 50 metros.
El nuevo integrante. Un relato de caza con receta de Enrique Petracchi.
Día 3
Empecé mi día nuevamente buscando un oryx, su belleza inigualable me cautivaba y no quería irme de África sin cazar uno. Pasamos por unos termiteros casi tan altos como una persona y seguimos caminando observando blesbucks y cebras, pero de los oryx no había rastros. Vimos unas hembras de kudu correr junto a un macho joven y perderse en la espesura. Al llegar cerca del río vimos un muy lindo waterbuck pero no estaba entre mis prioridades. Vimos unos monos verbet en la copa de los árboles cercanos al río. Y a medida que nos acercábamos al río se pudo escuchar a los hipopótamos haciendo su ruido característico.
Nos alejamos por precaución de la zona de hipopótamos, aunque por suerte estaban en el agua, y fuimos hacia una zona con vegetación muy cerrada que luego de pasarla se abría hacia una especie de pastura. Ahí George me marcó un red hartebeest, que no estaba entre mis prioridades, pero al ver la majestuosidad del animal decidí intentar cazarlo. Nos acercamos hasta el borde del monte y ya no teníamos cómo seguir avanzando sin ser descubiertos. Así que me apoyé en un árbol y le pregunté a George a qué distancia creía que estaban; 250 metros dijo. Me acomodé, respiré hondo y deje que el tiro me sorprenda. El red hartebeest cayó seco. En el camino a buscarlo, George me felicita y pregunta a dónde le había apuntado. Le señalo la paleta alta y al llegar vemos como tenía por lo menos 6 ingresos del proyectil en el cuerpo principalmente en la paleta.
“Esto es lo que te decía del calibre .300. Acá, al pegar en las ramas las esquirlas se abrieron como una roseta. Por suerte no había otros animales cerca sino podría haberlos herido”, me explicó.
Nos juntamos nuevamente al mediodía a descansar ya que los animales se ocultan en lo más cerrado del bushveld a esa hora. Mis amigos no habían cazado nada esa mañana. Sergio había visto un aardvark, un oso hormiguero muy diferente al nuestro y de apariencia prehistórica, y Maxi había estado siguiendo unos waterbucks sin tener ninguno lindo a tiro.
A la tarde yo seguí viendo oryx pero cuando parecía que los iba a tener a tiro desaparecían.
La penalidad de la noche fue para George y para mí por no poder tener un oryx digno a tiro.
Comimos unos guisos con carne de impala que estaban en fuentes en otra mesa y uno se servía como en un buffet con varias verduras y otras carnes de caza. Una heladera grande de bar estaba abierta a toda hora y el lugar era solamente para nosotros.
Brama en la Cordillera. Un imperdible relato de caza de Enrique Petracchi.
Día 4
Amanecimos y a las 6 ya estábamos listos arriba de la camioneta. La mañana era fría y estaba despejado como todos los días. Al mediodía el sol hacía que la temperatura llegara hasta los 29 grados algunas veces. Yo estaba decidido a buscar mi oryx pero no iba a dejar pasar un buen trofeo de ñu si lo veía y si encontraba un lindo bushbuck también quería cazarlo por lo huidizos que son.
Empezó a asomar el sol y nos cruzamos con una manada de cebras e impalas. Caminamos en dirección a un grupo de ñus azules que habíamos visto con los binoculares y en el camino dos nyalas saltaron de la nada y los ñus se sumaron a la estampida. Seguimos los rastros de los ñus por una hora y volvimos a encontrarlos en una zona con vegetación mucho más cerrada. Los seguimos, agachándonos sin que nos vieran hasta que una jirafa salió corriendo y otra vez los ñus alejándose. Parecía uno de esos días en que nada sale bien por más que lo intentemos.
Al almuerzo Maxi nos contó que había cazado un blesbock que, si bien no son demasiado ariscos, son animales muy lindos. Sergio no había tenido ningún oryx a tiro así que tampoco había cazado nada, había visto un antílope sable y le había sacado fotos solamente ya que cazarlo no estaba en sus planes ni presupuesto.
A la tarde las salidas se hacían más cortas porque el sol se ponía temprano y está prohibido tirar sin luz y menos aún con luz artificial.
Yo fui a otro lugar del campo que no habíamos ido todavía, para cambiar de suerte con los oryx, como me dijo George. Sin embargo, los oryx me seguían siendo esquivos.
Cuando estábamos caminando un grupo de facoceros salió corriendo prácticamente de nuestros pies y más adelante un grupo de ñus corrió unos 100 metros para reunirse de nuevo en manada. Teníamos el viento bien y era temprano, así que hicimos un arrime en una zona de arbustos altos llenos de espinas como casi toda la vegetación del lugar. Estaban muy juntos y no podía distinguir al mejor ni lograr un tiro limpio. Así que los rodeamos despacio y cuando empezamos a hacerlo un grupo de 6 se dividió. Nos agachamos y fuimos gateando para acortar distancia. Los ñus estaban nerviosos, atentos.
Llegamos hasta un lugar en el que no podíamos seguir avanzado sin hacer ruido por lo cerrado de la vegetación y un grupo de 3 ñus apareció por una ventana entre los arbustos. Yo estaba sentado y mi guía también. Me dijo que apoye el fusil en su hombro, no había posibilidad de abrir el trípode sin que nos vieran, “el que nos está mirando” me dijo. Apunté a ese y tiré. Se escuchó la estampida. No había sonado a pegado, pero estaba a 80 metros y se le veía solamente la cabeza y la parte alta del hombro derecho. Apunté unos cm abajo imaginándome la continuación de la paleta.
Fuimos al lugar donde había tirado, buscamos un buen rato y no había una gota de sangre, muchas pisadas. Luego de 10 minutos de buscar George me dice: no perdamos tiempo, llamemos a Samuel por la radio, si él no lo encuentra es porque sencillamente no está. Samuel, era un negro bajito de 20 años y sonrisa amplia que trabajaba como tracker en el lugar. Miro el piso. Me saludó, miró las huellas 20 segundos y me dijo “good shot”. Samuel empezó a caminar siguiendo una maraña de huellas en el suelo arenoso y a los 100 metros vimos una mancha de sangre grande en el piso y el animal muerto a unos metros.
Me saqué fotos y le agradecí eternamente a Samuel por su trabajo cuando aún no podía salir de mi asombro por su destreza. El ñu azul tenía muy linda cornamenta y unos bosses gastados mostrando que ya era un animal viejo.
Esa noche previa a la comida me tomé dos Jagermeister, uno agradeciendo al animal y otro a Samuel a quien invité a que tome, pero ninguno de los que trabajan en el lugar toma alcohol salvo el dueño.
Maxi volvió con la cara transformada. Le había tirado a un waterbuck con las últimas luces del día y no lo pudieron encontrar a pesar de llevar un Jack Russell para rastrearlo. Sólo los cazadores sabemos lo que significa esa sensación frustrante de la posibilidad de dejar herido un animal. No quiso comer, sólo se sentó a la mesa. No había ánimo para penalidades.
Antílopes en la madrugada. Otro relato de caza con receta de Enrique Petracchi
Día 5
Maxi empezó el día como lo había terminado, buscando al waterbuck con el perro. Sergio y yo fuimos en búsqueda de un oryx.
Yo cambié mi .300 por un .270 como para ver si cambiaba mi suerte.
Esa mañana fuimos a otra parte más alejada del campo en la que pude ver desde la camioneta rinocerontes, jirafas, elands y antílopes roan. Nos bajamos y empezamos a caminar costeando el río donde pude ver huellas de hipopótamos y también vimos de la otra orilla un cocodrilo zambullirse en el agua. Un grupo de 5 o 6 babuinos pasaron corriendo a toda velocidad muy lejos de nuestro alcance.
Hicimos el arrime a un lindo bushbuck pero desapareció de la nada. La mañana se me pasó volando observando animales que solo había visto en documentales y al llegar al mediodía pude ver una manada de búfalos a unos 200 metros. Nos retiramos despacio y sin hacer ruido ya que no tenía presupuesto ni arma para ellos.
Maxi estuvo toda la mañana con los tracker, Samuel incluido, y los perros buscando al waterbuck fantasma. Samuel (cuando no) encontró unas gotas de sangre a unos 100 metros de donde había sido el disparo, pero ni así pudieron hallar al animal.
Almorzamos y Maxi estaba decidido a seguir buscando su waterbuck a la tarde hasta que George lo convenció “si ni Samuel ni el perro pudieron encontrarlo hoy, solo un leopardo puede”.
A la tarde salí en búsqueda de un oryx, no me daba por vencido y menos aún George. Empezamos a caminar por el mismo lugar que habíamos visto los oryx el primer día. Nos cruzamos con un grupo de elands y pude observar el tamaño imponente de esos antílopes. Vimos algunas jirafas y nos cruzamos con impalas negros y más facoceros.
Yo seguía con mi .270 con silenciador, que era el fusil del dueño del campo, buscando un oryx. Nos encontramos una hembra kudu entre los arbustos que parecía pertenecer al árbol.
A unos 200 metros vimos unas cebras y junto a ellas un grupo de ñus azules corriendo. Luego de eso nos acercamos a un grupo de oryx pero el viento rotó y nos olieron, para desaparecer al instante.
Cuando el sol se estaba poniendo, el cielo cambiaba de naranja a rosa y veníamos caminando cansados ya casi rendidos, George me puso la mano en el pecho y me hizo la señal que me calle. Abrió el trípode y me indicó hacia adelante. Asomándome por un arbusto pude ver a un oryx solo, de espaldas a mí, comiendo. Esperé unos segundos que fueron interminables a que levante la cabeza, o se gire.
Estaba a tan sólo 90 metros del animal que más deseaba cazar en ese viaje y que tanto trabajo me había dado. Con mucha tranquilidad levantó la cabeza, y giró mirando hacia mi lado. La bala del 270 hizo que cayera desplomado en el lugar.
Lo había buscado de todas las maneras posibles por varios días, lo había tenido a 40 metros tirado en el piso entre las espinas, lo había visto correr, me habían venteado, me habían escuchado otras veces y otras tantas las cebras o los impalas les habían advertido de mi presencia y en una de mis últimas salidas lo encontré casi de casualidad. Así es la caza.
Nos encontramos en la casa. Maxi había cazado un impala más y Sergio no salía de su impresión por la dureza de los animales africanos. Jhonas, el ph de Sergio, sin mediar palabra se sirvió un Jagermeister e hizo fondo blanco ante la mirada atónita de su jefe. “Disculpa George, pero la penalidad es para mí hoy. Yo cometí el error de darle a Sergio una bala con punta sólida para su 375 de las que usamos en el primer tiro a los búfalos y por eso la bala le entró en la paleta al oryx y le salió por el glúteo opuesto”.
El nuevo integrante. Un relato de caza con receta de Enrique Petracchi.
ÚLTIMO DÍA
Yo empecé el último día de caza diciéndole a George que no iba a cazar, ya había cazado todo lo que quería y no tenía más plata. Nuevamente tuve que hacerle caso cuando me dijo “no sabes cuándo volvés a África. Toma mi fusil, yo te regalo un facocero o un impala, lo que elijas”. No pude resistirme y le hice caso. Esa mañana cacé otro impala y un facocero más que resultó ser realmente un trofeo importante.
Maxi que continuaba apesadumbrado se dio un gusto y cazó un kudu especial. Sergio cazó un blesbuck a la tarde.
A la hora de los brindis y las penalidades agradecimos por la atención del dueño y su grupo de trabajadores. Él nos cocinó unos churrascos de vaca a la parrilla porque quería convencernos que la carne vacuna en Sudáfrica no tiene nada que envidiarle a la nuestra y fue la primera vez que disentí. Si bien es cierto que solo estuvimos en un lugar pudimos sacar algunas conclusiones.
La cacería de los animales al rececho tiene características similares en cualquier parte del mundo, pero la posibilidad de encontrar tal diversidad de fauna es casi exclusiva de África.
La caza mayor en Sudáfrica es más accesible a los cazadores argentinos de lo que algunos creen. Aquellos que dicen que cazar en Sudáfrica es cazar en una jaula debido a que son campos cerrados probablemente sea porque nunca estuvieron ahí. Es probable que la cantidad de animales sea mayor que en un campo abierto y que sea más fácil encontrarlos, pero eso no significa que sea fácil ni que los animales no tengan escapatoria ya que los campos, o al menos este tenía una superficie enorme.
El respeto por los animales y por la caza que vivimos en esos días no se comparan con nada parecido con la práctica en nuestro país hasta donde conocemos. No teníamos permitido tirar desde el vehículo, tampoco a animales corriendo, o que no se les viera órganos vitales, no se puede disparar con armas semiautomáticas ni armas cortas. En ninguna circunstancia que hubiera un animal próximo del que teníamos que cazar podíamos disparar para evitar lesiones por rebotes o esquirlas. Tampoco se puede cazar cuando se pone el sol y menos con luz artificial.
Aquellos a quienes les guste la caza mayor deberían ir a África al menos una vez en su vida y les aseguro que luego de hacerlo, difícilmente sea la única.
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