La pandemia disparó la venta de embarcaciones.
Producto del control de capitales y de la mayor capacidad de ahorro para un cierto sector de la sociedad, volvió a crecer el interés por la náutica.
La pandemia y la brecha cambiaria revivieron la demanda de un sector que había quedado golpeado en los últimos años por la caída del poder adquisitivo. Se trata de la compra de lanchas, cruceros y veleros que, desde junio pasado, comenzó a crecer de forma sostenida como un activo de reserva de valor. Si bien todavía no hay datos oficiales de Prefectura, que se encarga de registrar las matriculaciones, los astilleros coinciden en indicar que hay tiempo de espera de entre 60 y 90 días para entregar nuevas embarcaciones por el mayor interés.
En 2019, último dato disponible, se matricularon 4742 embarcaciones, de las cuales 3262 fueron lanchas, 140 cruceros, 41 veleros, 397 motos de agua y jet ski, 514 botes y canoas y 388 semirrígidos (gomones). Todavía se está lejos del pico de matriculaciones de los últimos años, que fue de 9370 unidades en 2011, pero se cree que, a partir de 2020, comenzó a repuntar la demanda nuevamente.
“El año pasado y este se está vendiendo relativamente bien. Hay mucha gente que tiene una capacidad de ahorro superior, porque por la pandemia no tuvo tantos gastos; por ejemplo, no pudo viajar. Por otro lado, también incide el factor de que las embarcaciones se adquieren a un dólar oficial, que en algún momento podría subir. Todos los astilleros estamos, no sobre vendidos, pero le pegamos en el poste”, dice César Zazzali, presidente de la Cámara Argentina de Constructores de Embarcaciones Livianas (Cacel) y del astillero Nautiglass Yacht.
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La cámara agrupa a 141 astilleros en el país que, según destaca Zazzali, son casi todos empresas familiares que abastecen el 97% del mercado. “La industria naval argentina tiene una larga historia. No han llegado capitales de afuera, son casi todas empresas familiares o locos que se nos ocurrió hacer un astillero. Y es una industria que sufre mucho los golpes económicos. Somos considerados una industria para superpudientes, pero no es así, en la náutica hay mucha gente que no es adinerada”, indica.
Roberto Regnícoli, del astillero Regnícoli, coincide en que aumentó el interés por invertir en la náutica en el último año. “Hay mucha gente que, ante la imposibilidad de poder viajar o ver que podría enfermarse gravemente, decide darse el gusto ahora. Además, es un sector que vende con el dólar oficial y, como no se pueden comprar divisas, se decide invertir en una embarcación que sirve también como refugio de valor”, explica.
“Ha sido un año muy bueno, a pesar de la pandemia y de la dificultad que tuvimos para tener la habilitación como industria para poder reiniciar nuestra actividad”, agrega. Su astillero fue fundado hace 97 años por su abuelo, en 1924, y luego continuado por su padre hasta que, en la actualidad, la tercera generación familiar tomó la posta.
Con relación a las exportaciones, la industria tuvo posibilidad de posicionarse como un fabricante internacional, pero los astilleros coinciden en que el flete es muy caro (la ubicación geográfica de la Argentina tampoco ayuda) y que las recurrentes devaluaciones del país hacen difícil mantener una continuidad.
“Para exportar tenemos que tener un precio competitivo y a nosotros nos termina matando el flete. Hemos exportado en varias oportunidades, embarcaciones a Estados Unidos y algunas a Emiratos, pero son ventas puntuales en momentos muy esporádicos”, explica Regnícoli.
Jorgé Farré, director de la casa de accesorios de náutica Barón, señala que la demanda igualmente todavía está lejos de sus mejores años, pero que hay “un interés razonable dada la circunstancia”. “La compra de una embarcación es un refugio de valor contra la inflación, para aquellos que tienen cierto poder adquisitivo. También es un escape a la cuarentena, una alternativa de recreación ante el cierre de un montón de otras opciones, como viajar”, indica.
El sector tiene varios insumos importados, que varían su valor según la cotización del tipo de cambio. La mayoría de los accesorios son comprados al dólar oficial ($100), pero hay otros que, ante la imposibilidad de acceder al mercado de cambios, se compran al financiero ($155). “Tenemos diseños industriales, matrices y productos finales nacionales. El 95% del parque de matriculados es de producción nacional, porque somos competitivos, por más que haya algunos accesorios importados. Es una lástima que en los últimos años hayamos perdido el mercado externo, pero para eso se necesita continuidad”, dijo Farré.
Manuel Pércaz, de Bermuda Lanchas, explica que la fabricación lleva un mix de productos valuados al dólar oficial y otros al financiero, pero aclara que igualmente están en precios más económicos teniendo en cuenta la brecha cambiaria. Además señala que en el verano 2020 había stock de lanchas para entrega inmediata, pero que en la temporada pasada hubo que esperar entre 60 y 90 días.
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Según datos del mercado, adquirir una lancha o un velero con cabina puede costar desde US$15.000 y US$18.000, el más económico, aunque los valores dependen mucho de la eslora (longitud) y del motor. Una buena lancha cero millas de 23 pies de eslora (siete metros), por ejemplo, puede costar entre US$30.000 y US$50.000.
A estos valores luego hay que sumarle el costo de mantener la embarcación por mes. Por ejemplo, el alquiler de una amarra puede valer desde $12.000 hasta $18.000, según el servicio que ofrezca la marina (electricidad, agua corriente, baños cerca). Sumado a esto están los costos del seguro de la embarcación y el pago de los impuestos provinciales (ABL).
“Las personas que adquieren veleritos tienen más idea del deporte, mientras que el crucero es más para el que quiere algo para placer”, recomienda Zazzali.
Fuente: LA NACION
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