Oficios de la época dorada
Además de sus atractivos naturales, los destinos turísticos bonaerenses tienen historias, personajes pintorescos, oficios y personas que los hacen únicos y definen su identidad.
Villa Epecuén, partido de Adolfo Alsina, fue el destino pionero en turismo de salud durante la primera mitad del siglo XX en la provincia de Buenos Aires. La gran afluencia de bañistas, dispuestos a sanar sus dolencias, impulsó oficios específicos de este segmento turístico: los embarradores y los masajistas.
“La gente venía convencida de que se iba a curar. Muchas personas llegaban a Epecuén porque sus padres ya lo habían visitado”, relató Gastón Partarrieu, director del Museo Regional Dr. Adolfo Alsina, donde hace más de veinte años comenzó a trabajar y también a indagar sobre la historia de esa villa termal.
El 23 de enero se cumplieron cien años de la habilitación del primer balneario en el lago Epecuén. Para Gastón fue el momento indicado para plasmar en el libro “Epecuén, historias de sus años dorados (1921-1956)”, muchas horas de investigación sobre esta joya turística y “la oportunidad de revertir la idea de pueblo trágico”.
Este destino termal se inició a partir de un espigón de madera y con la llegada del ferrocarril se generó una importante afluencia de visitantes, movimiento que impulsó el crecimiento del sector hotelero de Carhué, ubicado a 20 kilómetros del lago.
Desde los establecimientos, partían taxis y colectivos que transportaban a los turistas hasta Epecuén, los dejaban allí y luego pasaban a buscarlos para regresar a los hoteles.
Por las limitaciones que generaba la distancia, el legislador bonaerense Arturo Vatteone proyectó generar infraestructura turística alrededor del lago. En 1921, formó una sociedad anónima con personas de su entorno, montó un balneario y luego realizó el loteo de las tierras.
“En menos de diez años el sitio pasó de ser una laguna con yuyos a un pueblo, algo inédito para el lugar. Se construyeron importantes hoteles, pensiones y casas de familia. Además, se había levantado la iglesia y una escuela”, detalló Partarrieu.
En las décadas del veinte y del treinta llegaron muchas inversiones europeas a este destino del oeste bonaerense.
Entre 1927 y 1928 se construyó el complejo hidrotermal con capacidad para seiscientos baños, convirtiéndose en el más importante de Sudamérica.
En esta etapa incipiente y pujante, donde las estadías duraban un mes, surgieron oficios propios de esta villa turística.
Expertos en barro
Epecuén, según se decía por aquellos tiempos, era el único lugar del país en el que se encontraba esta actividad que tanto alivio producía en los cuerpos de los bañistas. “No era esnobismo, los turistas lo practicaban porque les generaba bienestar”, afirmó Gastón Partarrieu.
Los embarradores conocían en qué sector del lago se hallaban vetas de fango milenario con gran cantidad de minerales. Lo filtraban y mejoraban a través de un minucioso proceso de limpieza. En cambio, quienes decidían utilizar el barro de la costa, enseguida se encontraban con las plumas de los flamencos que dificultan la aplicación.
Actualmente, esas mismas técnicas son las que se implementan para el tratamiento del barro que se comercializa en Carhué.
Los expertos llevaban a cabo sus sesiones en modestos cubículos de madera resistentes al salitre que, en verano, se convertían en lugares preciados para refugiarse del sol y de las horas de mayor calor.
Los turistas solían tomarse fotos cubiertos de fango junto a su embarrador, todos querían presumir con esa imagen, aunque, por ese entonces, la fotografía era una tecnología de acceso limitado.
Especialista en bienestar
Alfredo “Maravilla” Rodrigo, con su altura de 1,95 metros y sus manos de gigante, hizo “milagros” en aquellos visitantes que llegaban con dolores musculares insoportables. Complementaba su trabajo como embarrador con la profesión de kinesiólogo.
“Maravilla” nació en Buenos Aires en 1915, a los cinco años se mudó con su familia a Epecuén y a los ocho años comenzó a trabajar con Otto, un masajista alemán. A los dieciséis ya se ocupaba de los pacientes mientras su maestro lo supervisaba. Su pasión lo llevó a estudiar kinesiología en la ciudad de La Plata y en 1952 obtuvo el título.
Por entonces, montó un consultorio con solárium y una sala con aparatología para tratar dolores articulares, óseos, cervicales y de columna, entre otros. Llegó a atender 150 personas en una jornada y trabajaba dieciséis horas por día.
Con la inundación de 1985, su consultorio quedó bajo el agua y erigió otro espacio en la ciudad de Carhué.
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