Buscando pejerreyes en el Río Salado
La columna de Horacio Pascuariello en el DEPO de Crónica
Una temporada atípica en cuanto a las condiciones hídricas nos obliga a movernos, y buscar pesqueros alternativos que no siempre son los esperados en lo relativo al pique a veces nos entrega un relativo éxito si buscamos concretar una salida de pesca corta y de bajo coste.
Con este espíritu nos dirigimos al encuentro del rio Salado del cual teníamos datos que debido a los trabajos de dragado que se están llevando a cabo en algunos sectores, tiene zonas en donde no es posible acceder, y que incluso esta tan modificada su estructura por el movimiento del suelo que la pesca es nula.
Sin embargo amigos de Chivilcoy nos afirmaban que cerca de allí había zonas a donde conjugar una jornada de pesca con un buen momento entre colegas de las cañas, por lo cual no lo dudamos y después de coordinar fecha y horarios preparamos la escapada. Así partimos tempranito con las cámaras de Eduardo Piccone editor del programa “Aventura en las Dos Orillas” hacia Achupallas, también llamada Villa Grisolía, un pequeño pueblo de apenas 88 habitantes perteneciente al partido de Alberti, en la provincia de Buenos Aires, un lugar vestido de centenarios eucaliptos, sauces y la arquitectura típica de una pintura de Molina Campos.
Casi sin paradas y sin sobresaltos en dos horas hicimos los 178 km que nos separan de Caba a través de la autopista Luján – Bragado/RN5 para encontrarnos con nuestros anfitriones, Javier Geremia y Héctor Jaurena quienes al mediodía nos sorprenderían con un agasajo digno de un programa gourmet y en un escenario hermoso, al borde de un salto de agua, mezcla de Pampa y Patagonia.
El pesquero está ubicado a la derecha del puente de acceso al pueblo sobre el rio Salado, el que aunque no recibe el caudal habitual de agua genera un sector con bajos, saltos y remansos con la profundidad suficiente para albergar distintas especies, y por ende un pique aceptable que por momentos es muy entretenido.
Hacia la izquierda se ven grandes montículos de tierra que hacen de contención al caudal, generando pequeños diques, que nos dieron mucha curiosidad en probar, preferimos no acercarnos. Improvisamos un pequeño campamento a donde no faltaba nada, especialmente para comer, ahí el sol del invierno a la vera del rio parecía disfrutarse más, y mucho mejor si era esperando el pique, como dato vale destacar que todos los intentos de flote fueron vano, el pejerrey no estaba, pero si moncholos, bagres y grandes dientudos que tomaban firme la mojarra viva, como la salada.
Las líneas que mejor funcionaban eran el barranquin y el paternóster anclado con una plomada de apenas 40 gramos, en distintas profundidades se daba el pique que por momentos era uno tras otro, y nos reclamaba toda la atención. De fondo y con masa saborizada de apoco se empezó a dar el pique de carpas, en general medianas, pero de gran porte y energía, las cuales comen de una manera muy sutil, por lo que nos llevo errar muchas clavadas hasta lograr algunas capturas, mientras tanto un disco tomaba temperatura en un rincón de piedra para hacer del mediodía campero un momento especial.
El inigualable almuerzo a la vera del rio fue el broche perfecto para ir cerrando la visita a este hermoso espacio que disfrutamos sobremanera, y en compañía de nuevos amigos con el mismo espíritu que nosotros por la naturaleza, quienes propusieron un brindis con la promesa de volver a repetir este encuentro más adelante.
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