La Permacultura
Hace poco más de 40 años, en 1978, mientras los argentinos que ya éramos derechos y humanos nos convertíamos en campeones del mundo, en la misma latitud pero al otro lado del globo terráqueo, dos australianos se dedicaban a inventar una nueva palabra: “permaculture”.
Uno era Bill Mollison (quien pasó de ser el hijo de Molli al quedar en la historia como “el padre de la permacultura”) y el otro se apellidaba Holmgren que se puede traducir como “columna verde”. O sea que Bill asumió la paternidad de la idea y David aportó los cimientos.
Pero lo cierto es que más allá del vocablo “permacultura” que significa: “cultura de la permanencia de la naturaleza”, en lugar de inventar algo nuevo estos dos muchachos tuvieron la gran idea de reunir antiguos saberes campesinos y armar con ellos un sistema que nos enseña a vivir en armonía con los procesos naturales.
Tan bueno fue su trabajo que, cuatro décadas más tarde, esa palabra no sólo se ha difundido en todo el mundo, sino que se ha vuelto invencible. En el mismo tiempo hemos visto como se ha corrompido y tergiversado por completo el adjetivo: “ecológico”. A tal punto que, por ejemplo, un megabarrio cerrado que se llevó puestos dos millones y medio de años de desarrollo geológico, en los humedales del río Luján que pertenecen a Escobar, por arte y magia del marketing hoy se presenta como: “ciudad ecológica”.
Algo peor le cabe al apelativo: “sustentable” con el cual, los creativos del garketing, nos quieren convencer de que los millones de litros de venenos que se vuelcan cada año en la tierra, para producir monocultivos transgénicos, son parte de las “buenas prácticas de la agricultura sustentable”. Y también tenemos a la “minería sustentable”, la “arquitectura sustentable” y otros versos similares que intentan disfrazar al lobo para que se parezca a la abuelita.
Pero nadie se mete con la palabra permacultura. No hay modo alguno de arruinar o pervertir su uso. Es un concepto irrompible, inoxidable, imposible de comprar, de ser secuestrado o de sucumbir al poder de los mercaderes. No hay manera de decir que algo es permacultural cuando no lo es. Es un concepto tan poderoso que está siendo usado para fundar un mundo nuevo. Tan es así que, les guste o no, quienes se dedican a los negocios deberán aprender a producir de acuerdo a los postulados de la permacultura o perderán su capacidad de generar ganancias.
La soberbia, la codicia, la falta de sensibilidad y sabiduría, la brutalidad y la ignorancia de los ámbitos académicos que sirven al sistema patriarcal de negocios y se autocalifican como “científicos”, en suma; el abandono de los valores femeninos, ha llevado al hombre a creerse superior a la naturaleza. Lo cual -como predijo hace tiempo Miguel Grinberg en su libro “Somos la Gente que Estábamos Esperando”- ha puesto a la Humanidad frente a una disyuntiva que nunca antes se le había presentado: evolucionar o desaparecer.
Sería bastante absurdo pensar que tantos millones de factores y delicados equilibrios se conjugaran en la historia del universo y dieran como resultado el surgimiento de una especie inteligente como la nuestra, sólo para desaparecer… Por lo tanto estamos obligados a evolucionar. Y el manual de la evolución es todo el conjunto de técnicas y el estilo de vida que nos propone la permacultura.
Lo que viene en el mundo es la civilización de la abundancia biosostenible. Muchos lo llaman el nuevo paradigma. La naturaleza nos enseña que la ley principal es la abundancia. Si seguimos esa premisa, nos daremos cuenta de que vivimos en la falsa ilusión de la escasez y que debemos dejar atrás esa forma de leer la realidad. Las más avanzadas teorías de la física aseguran que lo que entendemos por “realidad” no es otra cosa que la materialización de nuestra creencia colectiva. El axioma es: “creo lo que creo”. Donde creer y crear asumen, en el instante presente, no por casualidad el mismo vocablo. Se trata entonces de creer algo nuevo para poder crearlo.
El mundo del nuevo paradigma se basa en la permanencia de los procesos naturales de la vida y contiene una serie de conceptos que fundan la civilización de la abundancia biosostenible. Una cultura que nace, no en contra de lo anterior, sino inspirada en la maravilla que viene… Todo esto es apenas empezar a hablar de permacultura.
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