Vuelta a la Ruta 80
Por Claudio Ferrer para Revista Aire Libre
Fue como un regreso a la adolescencia, eran los primeros años de los ’70, cuando con un grupo de amigos llegamos en tren primero y a dedo después hasta un pueblo hasta entonces desconocido para nosotros, Juan N. Fernández. Éramos todos compañeros en la escuela secundaria y soñábamos con grandes cacerías. Uno de ellos dijo un día, “mis primos trabajan en el campo y podemos ir” Así conocimos éste lado sur de la provincia de Buenos Aires, y por muchos años fuimos temporada tras temporada estrechando vínculos con mucha gente del lugar, hasta que sin saber la causa dejamos de ir a ésta zona hace casi 40 años. El grupo de caza se desintegró y aunque seguimos viéndonos como amigos, solo yo continué con la pasión por la caza.
Hace un mes comenté que recorrí con un amigo la ruta 80 y tuve un encuentro con la patrulla rural, donde verificaron toda mi documentación y permisos del dueño del campo, en la conversación surgieron nombres de ese querido pasado, y así me enteré del estado de los viejos conocidos y quedé en regresar en corto tiempo para volver a ver a esos viejos y entrañables amigos, el Mayor Pontacq sería el nuevo nexo con ellos. Así que esta vez llegamos hasta la vieja y querida ruta 86, muy cerca del llamado “Puente Blanco”.
Otro muy querido amigo, Christophe Bermont, me dijo que vendría a cazar con su hijo Matthias y otros 2 amigos, pero que al contrario de lo que suele hacer cada año, que es ir a organizaciones de operaciones cinegéticas, querían hacer una cacería tal como las hacemos nosotros, entre amigos, sin tantos protocolos, así que me pareció una buena idea reemplazar a aquellos amigos que me acompañaban hace casi 40 años, por éstos simpáticos caribeños.
Coordinamos fechas y alquilamos una cabaña en la zona para alojarnos. Un llamado a Juan (Pontacq) y me comenta que ya habló con mis viejos conocidos, y que me esperaban con alegría.
Pido las coordenadas de la base de la patrulla rural para encontrarme con ellos y de ahí organizar todo, pero me encuentro con una escuela, la número 20 Esteban Echeverria.
Algo anoté mal pienso, cuando veo salir a nuestro anfitrión por la puerta principal, ¿qué es esto?
Juan me comenta que la escuela cerró sus puertas hace muchos años por alta de matrículas, y el municipio decidió donarla en manera compartida para el cuartel y el CEF 63 (Centro de Educación Física), ésta es una entidad que se ocupa de llevar al lugar a los chicos de la zona para hacer campamentos y actividades estilo “boy scout”, también coincidimos con una reunión para la organización de la “fiesta de la soga gaucha” evento tradicional de Juan N. Fernández.
Esperamos a que terminen las reuniones tomando unos mates con Claudia, la esposa de Juan, quién nos ilustró de todas las actividades que se desarrollan en éste predio y nos va anticipando que hablaron ya con mis viejos amigos, los que ya no están trabajando en los campos donde yo los visitaba, pero nos dieron los nuevos destinos. Cosas del campo, estancias que cambian de dueños, encargados que cambian de destino o se jubilan, 40 años es mucho tiempo pienso.
Nos tocó un clima complicado, mucho frío para los amigos del Caribe y lluvias intermitentes, pero el entusiasmo no declinó jamás. Teníamos permiso en hermosos campos de cría, bien empastados y con buenas poblaciones de perdices, contábamos con 2 de los mejores ejemplares de Deutsche Drahtaar que hay en el país, nada podía salir mal.
Luego de saludos y más saludos, nos sugieren un lugar donde podemos cazar sin molestar a la hacienda, y donde hay un viejo galpón a cuyo reparo podríamos armar un lugar para comer al mediodía.
Nos dividimos en 3 grupos para poder cubrir el campo y sin posibilidad de cruzarnos, desde luego, algunos caminarán más que otros buscando poner el viento en la nariz de los perros. A mi me tocó la peor zona, viento de cola, así que coloqué la correa en el perro y tranquilamente caminé hasta el otro lado del potrero, aprovechando para ver bien la superficie del terreno y calculando por donde tendría mejores resultados cuando pusiera el viento de frente, y no me fue mal, completé el cupo en menos de una hora, como casi todos los compañeros.
Dije antes que pensaba que nada podría salir mal, pero me equivoqué, Sebastián en un descuido, olvido en casa la parrilla y el carbón, ya que descontábamos encontrar toda la leña mojada.
En mi camioneta siempre tengo un pequeño asador, pero no sería de utilidad sin buena leña, revolviendo chatarra en el derruido galpón, encontramos una vieja y oxidada pala ancha, esto va a servir, dijo con una sonrisa cómplice mi amigo, me di cuenta que su intención era sorprender con su creatividad a los turistas, así que me sumé a sus intenciones así que lavamos y quemamos bien la pala para utilizarla a modo de plancha. La carne aún estaba muy fría, así que la colocamos en mi asador para que vaya tomando temperatura y poco a poco la pasamos a la pala, unos cardos y un par de varillas de alambrado rotas que encontramos en el galpón, nos dieron la “candela” necesaria para sortear el inconveniente ante la atenta y asombrada mirada de mis amigos.
Por la tarde solo Matthias empuñó la escopeta, había un monte cercano y mientras nosotros decidimos conversar, él fue a tirar unas palomas, cuyas pechugas degustamos como aperitivo antes de cenar. Sartén, manteca y pimienta negra machacada, no molida, unas vueltas, junto a una cerveza negra y después me cuentan.
Por la tarde visitamos a un artesano en cuchillos, donde los amigos compraron varios para llevar de recuerdo y luego a la cabaña, ducha, charla, un buen whisky, y mientras nuestro cocinero oficial, Sebastián, preparaba unos tremendos sorrentinos con salsa rosa de los que no quedó ni el olor.
En la mañana siguiente, el viejo amigo Tití Milano, ya había hecho unos contactos para abrirnos la tranquera en otro campo que tenía una cantera en el fondo, lo que le otorgaba al suelo un movimiento muy particular, entre ondulaciones y pequeños cerros rocosos, lo que me hizo intuir que aquí se fallarían más disparos de lo habitual, como ya he comentado, el carecer de un horizonte plano, podemos pensar que la perdiz vuela en línea recta, cuando en realidad está subiendo o bajando. Pero el campo estaba tan bien poblado que aún entre fallos y aciertos completamos los cupos fácilmente.
Demás está decir la excelencia del trabajo de los perros, logrando muestra tras muestra un vuelo de perdiz y aportando a la mano una a una sin haber perdido ni una sola.
Christophe me pidió expresamente “tal como salis con tus amigo”, así ese fue el plan, y esta vez usamos el disco de arado para hacer a pleno campo un impresionante arroz con pollo, ésta vez éramos 7, Sebastián cocino como para 12, y no quedó ni para pasar el pan en el fondo. Jocosamente, Michel, otro de los turistas, me comenta que tiene más fotos de comida que de cacería.
Tal como la última visita a la zona, cazamos por la ruta 80, pero tuvimos mejores resultados y muy buena voluntad de parte de los campos por la ruta 86, como referencia, digamos que ésta ruta une el partido de Benito Juárez con el de Necochea. Sobre ésta misma ruta se encuentra el cuartel de la policía rural, que como dijéramos trabaja mucho y muy bien en la zona, así que por favor no intente cazar sin el permiso del ocupante legal del campo o sin su licencia de caza, puede ser pasible de fuertes infracciones, la época en que el encargado ensillaba su caballo para venir a sacarlo quedó en la historia, hoy toman el celular, lo denuncian y en 10 minutos tiene a la patrulla al lado de su auto.
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Carlos Hugo Nesci
Muy linda nota, me hizo participar un rato de la salida por los sensoriales detalles descriptos…viento, llovizna, herrumbre y gastronomía. Felicitaciones al autor!