La caza como herramienta de la ciencia
Personajes como Charles Darwin, Alexander Wilson, John James Audubon y Aldo Leopold, demuestran suficientemente la histórica relación entre la actividad cinegética y la propia ciencia.
Se ha escrito y hablado tanto en los tiempos que corremos de la caza como actividad que debe desaparecer del mapa por diversos motivos, casi todos ellos relacionados con el ‘bienestar’ y ‘sentimiento’ animal, y de los argumentos contrapuestos basados fundamentalmente en la consecución de la deseada ‘sostenibilidad’ animal y en las arraigadas costumbres humanas que da como pereza abordar el tema.
Así que no lo voy a hacer, únicamente quiero poner de manifiesto apoyándome en la ‘memoria histórica’ la íntima vinculación que la caza ha tenido con varias parcelas de la ciencia, no solo las dedicadas a la propia naturaleza (estudios de animales y/o plantas) sino también a otras dedicadas a estudios en los que los animales tienen un papel principal (ciencia forestal, bromatología, etcétera).
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Ciertamente, en dicha memoria hay numerosos ejemplos de personas que demuestran suficientemente esa relación entre la actividad cinegética y la propia ciencia. Elijo a cuatro de ellas: Charles Darwin, Alexander Wilson, John James Audubon y Aldo Leopold.
Charles Darwin (1809-1882), naturalista inglés, padre de la teoría de la evolución, relata en su ‘Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo’ innumerables anécdotas de caza. Valga como ejemplo la de su estancia en la isla de las Galápagos: «Las aves se acercaban a menudo suficientemente para poderlas matar con una varita, y a veces intenté hacerlo con una gorra o sombrero». Y la de su estancia en la ciudad argentina de Bahía Blanca cuando describe la caza del avestruz mediante el acoso de varios jinetes dispuestos en media luna.
Alexander Wilson (1766-1813), poeta, naturalista, ornitólogo e ilustrador estadounidense de origen escocés, publicó una colección de ilustraciones de todas las aves de Norteamérica (‘Ornitología americana’, compuesta por nueve tomos), cazándolas para a continuación dibujarlas.
John James Audubon (1785-1851), francés nacionalizado estadounidense, naturalista e ilustrador, es considerado como el primer ornitólogo de América. Magnífico dibujante, al igual que Wilson cazaba los ejemplares para reproducirlos en láminas. En su ‘Diario del río Misisipi’ relata los acontecimientos vividos desde que sale de Cincinati el 12 de octubre de 1820 para estar siete meses cazando por el río y sus inmediaciones dibujando y describiendo los ejemplares abatidos. También tenía arte especial como taxidermista, hasta tal punto que Daniel Henry Drake, médico, editor, químico y comerciante, lo contrató en 1820 para naturalizar especímenes en el Western Museum de Cincinati.
Y por último, para mí el más significativo, el escocés nacionalizado estadounidense Aldo Leopold (1887-1948), ingeniero forestal graduado en Yale. Él fue el que llevó a efecto el primer plan de manejo integral para el Gran Cañón, la redacción del primer manual de caza y pesca del Servicio Forestal y la propuesta del primer espacio salvaje protegido a nivel nacional en Gila. Está considerado como el precursor de la ética ambiental moderna y un ferviente defensor de la conservación de los espacios naturales. Practicó la caza durante mucho tiempo adquiriendo grandes conocimientos de la vida de los animales salvajes, lo que le valió para ser nombrado profesor de gestión de caza en la Universidad de Wisconsin. Escribió muchos libros, pero el más importante, el que ha vendido más de dos millones de copias, es ‘A Sand County Almanac’, traducido hace bien poco, en 2019, al español con el nombre de ‘Un año en Sand County’.
Animo a los cazadores a que lo lean pues sus páginas están repletas de anécdotas cinegéticas y, sobre todo, de profundas reflexiones sobre la vida en la naturaleza que han propiciado el ser catalogado por algunas personas como «una figura mítica del ecologismo contemporáneo», tal como figura en las primeras líneas de la presentación del libro; lo que, a lo mejor, provoca rechazo por parte de otras personas. Estén tranquilas dichas personas, hagan caso omiso de ello pues está muy lejos de la realidad que propuso Leopold.
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Finalizo. Solo señalar que se me podría argumentar, probablemente con cierta razón, que la historia es historia y que actualmente no hace falta matar animales para ilustrarlos, describirlos o investigar sus costumbres. No digo que no. Sin embargo, pienso que hay que respetar esa historia (más hoy en día, muy de moda en la esfera política) y poner de manifiesto lo que ella nos enseña, bueno, malo o regular. No ocultarlo ni tergiversarlo, que también está muy de moda.
FUENTE: Nota de Antonio Gomez publicada en ABC.ES
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