Norteando
Un par de meses y de viajes concretados, ni mis deseos de seguir descubriendo rincones de nuestro país, ni la avidez de mi ojo de fotógrafa estaban saciados, así que decidí poner la brújula rumbo al norte. Tal vez de haber escuchado hablar durante años sobre su mística, su gente, sus paisajes, sus rituales tan particulares, es que no pude resistirme a descubrirlos.
Ni bien llegué a Salta alquilé un auto y recorrí el camino de las yungas hasta llegar a Jujuy. Inmersa en un zigzag de curvas infinitas me vi envuelta por el verde de la vegetación mientras la marea de oxígeno entró rápidamente a mis pulmones. Cada tanto me detenía a observar lagunas, precipicios y diques con vistas que no había tenido ni en sueños. Llegando a Jujuy las nubes hacían tierra en la carretera al compás del viento. Los paisajes mutaron del verde al terracota y a la policromía de los cerros.
Cuando creía que ya estaba hipnotizada, apareció Maimará, una pequeña localidad de Tilcara, ubicada de espaldas a los cerros multicolores que forman Paleta del Pintor, donde las tonalidades se tornan especialmente atractivas. Allí tomé contacto con el primer cementerio del norte, Nuestra Señora del Carmen, decorado con coloridas flores hechas de papel. Los mismos suelen construirse en lugares altos para estar más cerca del cielo, reflejo de la profunda espiritualidad del pueblo jujeño, donde la cultura y los ritos ancestrales fusionados con el aporte de los colonizadores conforman una liturgia muy particular.
Siguiendo la carretera llegué a Tilcara y la magia de esta ciudad me atrapó por completo. Casas de colores, su plaza, su Iglesia y montones de cholas con sus niños que recorren de arriba a abajo las calles de tierra. Allí conocí a Aurora, una mujer de 94 años, a quien sus padres habían entregado a una familia cuando tenía 7. Vivió en Ramos Mejía hasta los 25, cuando regresó a su lugar en el mundo, Tilcara.
Antes de abandonar Tilcara, La Garganta del Diablo se impuso como visita obligada. Una cascada de 18 metros ubicada a 5 km del pueblo, trekking con unas increíbles vistas de altura, cactus gigantes y colores cobrizos que embellecen el trayecto.
Continuando con el viaje y camino hacia Humahuaca, paré en Uquía y recorrí la Quebrada de las Señoritas. Fantásticas formaciones rocosas de color rojo conformadas por cavernas y grietas donde podemos perdernos como si estuviéramos en laberintos naturales.
Ya en Humahuaca y luego de visitar el monumento a los Héroes de la Independencia, me dirigí al mirador de las Serranías del Hornocal, un cerro de 14 tonalidades que es parte de una formación calcárea, que va regalando colores desde Perú hasta Salta pasando por Jujuy.
Lo increíble del norte de nuestro país, es que cuando uno cree que ya no hay nada que pueda asombrarnos o impactarnos más, aparece un lugar nuevo que renueva nuestras expectativas. Estar allí, en medio de la nada, rodeada de cerros coloridos iluminados por los rayos del sol, escuchando el sonido del viento y el canto de las aves, frente a la imponente naturaleza, es una experiencia única e irrepetible.
Desde allí emprendí un camino de 4 horas de curvas y contracurvas impresionante. Al final, Iruya conquista desde las alturas, un pueblo perdido entre montañas a 2780 metros de altura, fundado en 1753 por descendientes de los incas. Es mágico y pintoresco, sus habitantes, vestimentas, costumbres y viviendas han mantenido su tradición a lo largo de los años. El pueblo conserva sus calles angostas y empedradas, con casas de adobe, piedras y paja.
Mi próximo destino y para completar mi recorrido: Purmamarca, un pueblo ubicado en la base de un espectacular cerro multicolor llamado Cerro de los Siete Colores. Para retratarlo, amanecí muy temprano y trepe a un cerro para poder ver cómo, al compás del amanecer, el sol iba descubriendo cada uno de los siete colores del cerro principal que enmarca la villa.
Luego camine desde la plaza, el sendero Paseo de los Colorados, un sinfín de paisajes desérticos circundantes donde hay vistas de las montañas de un rojo furioso.
En el pueblo las casas de adobe bordean las calles y son sede de un mercado de artesanías, donde desbordan colores por todos lados. Los bares y restaurantes musicalizan las noches estrelladas y nos invitan a probar y deleitarnos con tradicionales comidas sabrosas.
Desde Purmamarca y subiendo un camino sinuoso atravesando la Cuesta de Lipan llegue a las Salinas Grandes, un salar infinito e incandescente. Kilómetros y kilómetros de blancura y salitre, un espectáculo de la naturaleza.
En este punto concluí mi primera visita a este fascinante lugar con la promesa de volver y repetir esta mágica experiencia: el contacto con la naturaleza, la cultura y las tradiciones de uno de los rincones más hermosos de nuestro país. Cada día “agradezco” a la pandemia que me impulsó a descubrir mi propia tierra. Y no me arrepiento de este amor…
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(*) Carola Montero es fotógrafa profesional y está a punto de editar su primer libro, sobre paisajes icónicos de nuestro país. Pueden ver algo de su trabajo en: IG @caromontero.ph
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