“No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría”
Esta frase de Jean Cocteau – el polifacético poeta, dramaturgo, escritor, crítico de arte, pintor, director de cine francés, entre otras muchas cosas… – que encierra una gran verdad; fue el último de los estímulos que me alentó a compilar y ordenar, quizás arbitrariamente, una serie de notas sobre la caza.
Lo hago con contenidos que no son propios (surgen de libros, revistas, material audiovisual) pero que he adoptado como tales, por compartirlos intelectualmente de manera total y cabal. A esto sumo, inevitablemente, charlas con colegas y experiencias de recechos y acechos.
No obstante, debo reconocer la decidida influencia que en mí produjo el libro de mi amigo – una amistad tardía, pero intensa – Juan Campomar, “La mismidad de la caza”. Un profundo y exhaustivo análisis del prólogo de José Ortega y Gasset al libro “Veinte años de caza mayor” del Conde de Yebes. Un texto considerado por los cazadores como un clásico de la literatura venatoria, que ha despertado entre historiadores, antropólogos, etnólogos y aficionados a la caza un disparador permanente de emociones e ideas, sobre la esencia misma de la acción de cazar.
Recomiendo enfáticamente el libro de Juan, por la rigurosidad y amplitud de análisis aplicados a tan magna obra del filósofo y escritor español que, paradójicamente no cazaba, pero amaba esta disciplina tanto por lo que significa para el hombre como por lo que de él permite auscultar. En mi caso, dentro del mundo cinegético no tengo relevancia alguna, soy un humilde aficionado a la caza menor y, a la caza mayor, pero solo de jabalíes – por decisión propia -.
Aun así, me atrevo a escribir estas líneas por la calidad e intensidad de la conexión que he logrado, tanto con la naturaleza como con las personas con las que he compartido mis salidas de caza.
La caza en el centro de las miradas. Una nota del Libro del 80° Aniversario de AICACYP que no deberías dejar de leer.
Temo por el futuro de esta actividad, debido a que muchos de los que la practican, han decidido asumir una actitud de bajo perfil y no identificarse como cazadores. Una postura típica de quien no tiene convicciones ni argumentos suficientes para respaldar sus conductas. Esto no hace más que liberar el espacio para que lo ocupen aquellos que – en muchos casos por total desinformación – están en contra de su práctica, desencantando a los recién iniciados y desestimulando a quienes podrían sentirse tentados a hacerlo.
Por tal razón, decidí comenzar a escribir, no creando sino difundiendo contenidos sobre el tema y alentando también a que otros lo hagan, con el fin de que quienes practican la originaria actividad del hombre puedan nutrirse de argumentos para respaldar su decisión de seguir cazando, sin temor de carecer de respuestas ante la agresiva interpelación social.
Cacemos, hagámoslo dignamente, respetando los códigos del cazador y las disposiciones del marco legal vigente, teniendo particularmente en cuenta el alto nivel de sensibilidad que la muerte provoca. Si somos inteligentes en el uso de los argumentos y evitamos innecesarios exhibicionismos fuera de los ámbitos de nuestra actividad, no me caben dudas que podremos mejorar la percepción social de nuestro deporte, a la vez que hacerle un incalculable bien a nuestro planeta y a las especies que hoy lo habitan.
(En los próximos días publicaremos la primera de las cuatro entregas programadas)
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