“No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría”
Nota 1 de 5. Por Carlos Nesci
La confrontación entre 2 sistemas sensoriales, uno guiado por el puro instinto y el otro, por la razón y lo que queda del instinto. Tal lo que dice Ortega y Gasset, al hombre del instinto le quedan muñones de lo que otrora fueran sus sentidos raigales.
Los instintos humanos no desaparecen, se archivan en lo más profundo del subconsciente. El hombre ha cazado – fundamentalmente herbívoros – durante toda su existencia, gran parte del tiempo lo hizo para alimentarse y poder sobrevivir. Recolectar y cazar fue su primer y más prolongada ocupación a través del tiempo. Durante millones de años fue un predador omnívoro.
El hombre tuvo transformaciones físicas e intelectuales, pasó de ser cuadrúpedo a bípedo y de tener un cerebro a tener 3 – el cerebro reptil durante 500 millones de años, el mamífero 200 millones de años y el neocórtex 100.000 años – el primero es el del instinto, el segundo de las emociones y el último de la razón. El hombre tiene sobre la tierra, desde sus albores como cuadrúpedo, casi 6 millones de años, como bípedo algo menos de 4, pero tal como lo conocemos hoy alrededor de 300.000 años, aunque su cerebro siguió evolucionando.
Hay una memoria de todo lo hecho por el hombre a través del tiempo, que se archiva en nuestro subconsciente y resurge ante determinados estímulos. No es fácil armonizar el accionar de los 3 cerebros, de allí que, a veces resultemos criaturas conflictivas. O como dice Ortega y Gasset, el hombre actual es solo racional… de a ratos.
Instinto viene de instigar, esto ya da una pauta del sentido de su función, irreflexivo e involuntario, no es electivo y esto es así porque el animal actúa sin intelectualizar sus necesidades. Los instintos más importantes son el de reproducción, supervivencia, materno y gregario. Si bien la vida comienza con los instintos incorporados, aparecen luego las necesidades que el instinto demanda, pero no suple. Comienza entonces el juego de lo probable y el manejo de la incertidumbre.
La caza en el centro de las miradas. Una nota del Libro del 80° Aniversario de AICACYP que no deberías dejar de leer.
Posteriormente, la intelectualidad del hombre lo lleva a crearse necesidades adicionales o falsas necesidades, cosa que no ocurre en los animales.
La palabra emoción proviene del latín y significa perturbación motivadora. La mente motiva, impulsa, memoriza y se perfecciona, pero lo hace muchas veces escapando al control de la razón.
La caza recorrió todo ese largo periplo llegando hasta nuestros días. El no entender el amplio y decisivo rol de la naturaleza refuerza nuestro sentimiento de egocentrismo antropocéntrico y nos expone a pensar todo desde el ombligo del hombre actual.
Dice un viejo adagio: Conoce al animal y conocerás una gran parte del hombre. Frase que armoniza con el consejo que una antropóloga española de la Universidad de Salamanca brindaba a sus alumnos: además de leer, estudiar e investigar sobre el tema de la caza y su relación con los seres humanos actuales, debemos aprender a escuchar lo que sugiere el hombre del paleolítico que llevamos dentro.
Es un error definir a la caza como una persecución razonada, la caza llegó antes que la razón, los homínidos no la inventaron, la recibieron de su antepasado prehumano.
La caza es esencialmente emocional, ya que inicialmente sentimos la necesidad de hacerlo y luego tomaremos las decisiones racionales de cómo hacerlo.
La caza es una acción entre 2 seres vivos uno agente y otro paciente. Uno cazará y el otro resultará cazado. Así lo es en el gran espectro de la naturaleza, donde en términos generales, los carnívoros atacan y los herbívoros huyen.
Otra característica de la caza es que, en esa confrontación, siempre se plantea un manifiesto y adecuado desequilibrio dentro de márgenes que permiten el error de la especie cazadora o el acierto de la cazada. Por tal razón decimos que no hay caza, cuando la superioridad del cazador es absoluta.
Las formas no han cambiado, sólo los instrumentos lo hicieron. Si observamos esa evolución, en la medida en que las armas se perfeccionaron, el hombre se impuso limitaciones, para que hubiera paridad en el lance, y allí alcanza total protagonismo la razón humana, para respetar la esencia de la caza y estar más cerca del predador que del depredador. Por eso, cuando la superioridad del hombre se hace casi absoluta, el papel de la razón se invierte, ocupando el rol de un imaginario árbitro para equilibrar las chances. Es el propio cazador el que se juzga a sí mismo, según los mandatos de su propia conciencia.
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El hombre no se hizo cazador, heredó este quehacer del primate en que la humanidad brotó. Cuando ese hombre – que ya cuenta con destellos de intelección – caza, advierte que no cuenta con la velocidad de los cuadrúpedos ni la potencia muscular, las garras y colmillos de los carnívoros y se vale de la acción grupal – que contribuye a la socialización y división del trabajo – para arrear, arrinconar y despeñar, así como entrampar, capturar y luego sacrificar a la presa.
El arma y la muerte a distancia aparecen mucho después.
Pudo haber comenzado con la piedra impulsada solo por el brazo al principio y luego con la debida articulación de movimientos que trasladaban al proyectil la energía del cuerpo en movimiento. Así pasamos a la lanza y el propulsor, un palo largo que servía para lanzar otro palo, más corto y fino, con cierto parecido a una flecha, que era el proyectil y llevaba incrustada en uno de sus extremos, una piedra afilada cuyo propósito era atravesar el grueso cuero del animal.
Seguramente, el arco y la flecha han sido la evolución natural del propulsor, aunque convivieron durante mucho tiempo. De más está comentar el éxito y la difusión global del arco, arma que se transformó en un icono de los pueblos originarios.
Luego ya vinieron las armas de fuego, cuya evolución continúa hasta nuestros días, al igual que lo hacen los sistemas de puntería.
El hombre, con el correr del tiempo, satisface sus necesidades alimenticias de otra forma, se hace sedentario y relega a la caza como una actividad deportiva, como un mero pasatiempo.
Pero cazar es más que eso, le permite volver a desempeñar aquel antiguo rol que lo acompañó durante casi toda su existencia planetaria, incentivando su predisposición gregaria y generando a la vez, un fuerte sentido de pertenencia con la naturaleza y todo lo bueno que eso conlleva para su bienestar.
Hasta la próxima semana con la segunda entrega ¿Por qué cazamos?
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