“No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría”
Para quienes ya han leído ¿Qué es la Caza? presentamos la Nota 2 de 5 que ha preparado Carlos Nesci para revista Aire Libre
Lo hacemos desde los albores de la humanidad. Probablemente no podamos evitar hacerlo porque somos, en última instancia, la herramienta final de un equilibrio biológico que demanda nuestra intervención. Caminar, rastrear, vistear, explorar y emboscar son un conjunto de acciones coordinadas que el hombre ha practicado desde los comienzos de su existencia y que hoy sigue haciendo en los ambientes rurales.
¿Qué secreta pulsión, eleva nuestras emociones al punto de llevar las pulsaciones al borde de la taquicardia? Un síntoma al que los cazadores americanos denominan “buck fever”.
Cazar está en el repertorio de nuestros instintos primarios. La caza comienza desde la noche de los tiempos, ya que siempre hubo seres vivientes que se alimentaron de otros seres vivientes para sobrevivir, una suerte de caza biológica. Pero, la caza del animal no solo proveía alimento sino también un conjunto de materias primas – cueros, tendones, colmillos, cuernos y grasa, entre otros – indispensables para la supervivencia, confort y entretenimiento, en aquellos lejanos tiempos. Respecto de la alimentación, incorporar al animal dentro de la cadena trófica de predación resultó de vital importancia. Para el hombre, la ingesta de esas proteínas resultó esencial en su evolución como especie.
Dice Carl Jung, padre de la psicología profunda, el hombre actual todavía siente en su interior la violencia de sus impulsos instintivos y la impotencia ante sus emociones autónomas, esto significa que todavía no ha logrado desprenderse plenamente de su naturaleza animal, de la cual es en cierto modo dependiente. La diferencia está en que el animal no puede prescindir de lo que está dentro de la Naturaleza, pero el hombre ya logra construir sus propios mundos. Hoy la Revolución Digital lo pone en evidencia, como nunca hasta ahora.
La transmisión cultural de la caza, en sus orígenes fue oral, se iba pasando a través de “relatos de fogón” que se repetían de generación en generación – Desde hace 2.5 millones de años se supone que nuestros antepasados ya dominaban alguna forma de lenguaje elemental, básico que luego se expande por símbolos pictográficos en cavernas, pinturas y escrituras en muros, tumbas y palacios, donde se relatan las hazañas de reyes y nobles cazadores, a continuación, a partir de la Edad Media en escritos y libros a los que se agrega material audiovisual en los últimos 2 siglos. Esto hace que la caza vuelva a ser popular y democrática.
La caza en el centro de las miradas. Una nota del Libro del 80° Aniversario de AICACYP que no deberías dejar de leer.
Lo que resulta llamativo es que en nuestros días todavía, a pesar del largo tiempo transcurrido, luego de una jornada de caza, en el fogón del campamento o el hogar de la casa de campo, se sigan intercambiando entre los cazadores los relatos de lo acontecido con la misma intensidad y entusiasmo de hace miles de años atrás. Ese rito es un testimonio viviente, una clara evidencia de que la caza es un componente esencial de la cultura del hombre.
Tal como decía Ortega y Gasset, la caza es una actividad felicitaria y, por lo tanto, nuestra química y su circuito de recompensa – serotonina & dopamina – deben estar estrechamente vinculadas con nuestro deseo de repetir el acto venatorio. Posiblemente, esta sea la respuesta al hecho de que tanto el burgués y pudiente como el carenciado, han solido hacer de la caza su más feliz ocupación.
Pero, como en todo, siempre hay desviaciones y cuando la felicidad de cazar es superada por el placer de un gran trofeo, cuando las habilidades venatorias y las dificultades del lance son minimizadas por el fácil acceso a una gran cantidad de puntas o a colmillos de gran tamaño es cuando todo se corrompe y lo mucho y bueno que han hecho miles de cazadores se ve sometido al escarnio público y al descrédito de la actividad.
Damos por sentado que el cazador actual debe cumplir con todas las obligaciones que establecen las regulaciones vigentes, constituyentes del marco legal que rige la actividad venatoria.
No se puede dejar sin chances a la presa, pero sí proporcionarle una muerte limpia, sin sufrimiento.
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La razón, el conocimiento y experiencia del cazador, deben asociarse para determinar si es correcto o no ejecutar el disparo, el cual sólo debe hacerse si cumplimentadas las normas éticas, está seguro de proporcionarle a la presa una muerte instantánea, sin sufrimiento.
Las presas disponen de un gran arsenal sensorial defensivo, buena vista, agudo olfato y oído, a la vez que musculosos y alargados miembros anteriores y posteriores que los dotan de gran velocidad de fuga. Lo mismo puede decirse de las aves que tanto se desplazan a gran velocidad, como pueden permanecer echadas para evitar el encuentro.
Las presas de caza por la presión que se ejerce sobre ellas están siempre en estado de alerta. Dentro de su estrategia, está lo que los anglosajones llaman el “distance flight” o distancia de huida. Nada más ni nada menos que lo que la presa entiende que le permitirá no ser alcanzada. En la medida en que los predadores se vuelven exitosos las presas se harán más desconfiadas, intensificarán su estado de alerta e incrementarán la distancia de huida, iniciando su carrera de escape mucho antes de lo que solían hacerlo.
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Cuanto más lejos de la naturaleza, más se nos atrofian los primitivos sentidos. Pero, cuando el hombre caza, debe rápidamente recuperar las habilidades perdidas, debe sentir y pensar como el animal para poder tener éxito en el lance. El cazador en el acto de cazar debe estar en permanente estado de alerta. Debe saber sentir el viento, caminar con sigilo, percibir los sonidos, aguzar la vista y hacerlo integrándose al escenario, tratando de no destacarse, valiéndose de las sombras y la mimetización.
Cazar no puede resultar una actividad facilista. La caza deportiva debe ser incierta, la certeza absoluta le restaría todo encanto y degradaría su esencia. Cazar es el proceso, mucho más que el resultado. Cazar no es cazar sino se aplican las reglas del buen cazador, si no ponemos la cuota de esfuerzo, ética y baquía. Después será el azar o los designios de San Huberto los que nos permitirán tener éxito con mayor o menor esfuerzo en su logro.
Somos tránsfugas de la naturaleza, tenemos un ADN casi idéntico al del chimpancé, también compartimos genes con algún insecto y con pequeños mamíferos – como los ratones – lo cual, genéticamente hablando, nos hace mucho más antiguos de lo que pensamos.
Por eso y como dice Ortega y Gasset, somos tránsfugas de la naturaleza, porque venimos de la zoología y comenzamos a apartarnos de la misma. Seguramente, ese sea el origen de nuestra relación conflictiva con el mundo animal.
Dicen que el mono se hace hombre, no cuando baja del árbol sino cuando toma conciencia, cuando sabe que sabe.
Si pudiésemos comprimir la historia del hombre en un año, 260 días hemos sido cazadores y recolectores, 90 labradores y recién comenzamos a ser civilizados hace tan solo 15 días.
“No podemos amputar nuestro ADN, por más que tratemos de hacerlo – dice el escritor e historiador israelí Yuval Harari – nuestro ADN siente que aún opera en la sabana africana.”
Hasta la próxima semana con la tercera entrega ¿Cómo debemos practicarla?
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Eugenio Rivademar
Excelente articulo !!
Transmite a la perfeccion lo q experimentamos -como especie- al cazar. No cazo hace mucho tiempo. Me he abocado a otro instinto basico -y ancestral- de supervivencia: la pesca. Con mosca ; que es mucho mas exigente en cuanto conocimiento y habilidades. Este es otro instinto maravilloso que nos llega de tiempos primigenios.
Congrats al autor !!
Carlos Nesci
Hola Eugenio, muchas gracias por tus palabras. Te cuento que he descubierto que sos hermano de Daniel, a quien considero un amigo y con quien he trabajado en algunos proyectos. Soy cazador, tirador, arquero y pescador “multidisciplinario” – aunque nada me gusta más que castear una mosca -. Respecto de lo que has leído, forma parte de una serie de notas con contenidos que no son propios (surgen de libros, revistas y material audiovisual) pero que he adoptado como tales, por compartirlos intelectualmente de manera total y cabal. A esto sumo, inevitablemente, charlas con colegas y mis experiencias de recechos y acechos. En caza mayor soy cazador de jabalíes. Divulgo esta información porque me preocupa la actitud de muchos cazadores que ante la crítica de ciertos sectores de la sociedad, evitan la confrontación de opiniones y adoptan bajo perfil, como sino tuvieran argumentos para sostener su posición. Ante esto mi amigo, Juan Campomar, me ha alentado para que lo hiciera. Él ha escrito un libro formidable, “la Mismidad de la Caza”, sobre el prólogo que el filósofo español Ortega y Gasset escribiera para la biblia de los cazadores “20 años de caza mayor” del conde de Yebes. Gran parte de los contenidos de estas notas se originan en el libro de Juan. Por otro lado la revista Aire Libre siempre ha sido una tenaz defensora de las actividades que se practican en el corazón de la naturaleza. Ojalá sirva! Te mando un cálido saludo.