El “comedor de hombres”
Relatos del yaguareté en los tiempos de la colonia.
En el libro “La mismidad de la caza” de Juan Campomar, leemos que la historia conocida de los comedores de hombres en el Río de la Plata comienza, precisamente con la primera expedición que realizó don Pedro de Mendoza en el año 1535, cuyo desembarco se produce en la loma del actual Parque Lezama. Allí se fundó el primer fuerte de lo que después se volvería el Virreinato del Río de la Plata y, posteriormente, la actual ciudad de Buenos Aires.
Como el lugar elegido por los conquistadores no era un puerto de aguas profundas, se enviaron marineros en botes para que exploraran el terreno. Dicen las crónicas de la época que tan pronto desembarcaron fueron atacados por los tigres, que dieron muerte a un número no precisado de hombres. Así y desde el primer momento comienza la historia de los tigres comedores de hombres, de los que hace mención Ruy Díaz de Guzmán en su libro Anales del Descubrimiento, Población y Conquista del Río de la Plata, más conocido como La Argentina publicado en 1612.
Escribe Ruy Díaz Guzmán: “Una plaga de leones y tigres los comían saliendo del fuerte”. Durante un año y medio, de los 2.500 hombres que partieron, sólo quedaban 560. Los españoles que permanecieron en el puerto, descontando las hambrunas que padecieron y las hostilidades que debían sostener con los indios querandíes, fueron además, continuamente acosados por los tigres que habitaban las pampas y los terrenos anegadizos y boscosos de la orillas del Río de la Plata, y del vecino arroyo que llamaron el Riachuelo, cercano al fuerte“.
José María Rosa en el primer tomo de su Historia Argentina, hablando del asedio que sufrían los españoles en el fuerte escribe: “Se hizo arriesgado salir a ballestar, no solo por los indios sino por los muchos jaguares que se escondían entre los juncos o totoras del Riachuelo y cuya acechanza mortal no sabían evitar los españoles: pues atraídos por los caballos, que no sabían defenderse de ellos, los tigres llegaron a ser tan numerosos en las inmediaciones del Buen Aire que impusieron un sitio al real tan temible y más constante que el hecho después por los indios”. “Una de las peores condenas que podía sufrir un delincuente era dejarlo en medio del desierto para que el hambre y los tigres se hicieran cargo de él”.
Algunos rasgos distintivos del jaguar
Campomar escribe que “En lo que al jaguar se refiere, podemos destacar una característica única y singular que posee: es el felino que más cómodo se siente dentro del agua. Gran nadador, cruza sin dificultad grandes ríos o extensas lagunas. La segunda costumbre que caracteriza a este animal es que es el único felino pescador, ya que los peces forman parte también de su dieta. Es opinión de casi todos los cronistas que el tigre frecuenta asiduamente las costas frondosas de los ríos en busca de tales animales“.
Valga para ello una cita del Padre Thomas Falkner(SJ) quien en 1752 nos dice: “Cuando los españoles querían llegar a lo que hoy son los acantilados de Mar del Plata lo hacían por mar y no por tierra debido dos razones: Las numerosas partidas de indios “boleadores” que acudían a la zona a bolear caballadas salvajes y a la abundancia de tigres “pescadores”.
Félix de Azara>, militar español, vino al Río de la Plata como funcionario y formaba parte del grupo de embajadores que confeccionaron el Tratado de Tordesillas. Fue el primer y gran naturalista de la fauna del Río de la Plata, a punto tal que algunos lo llaman el Darwin español.
En su libro publicado en 1802 titulado >Viajes por la América Meridional, describe al jaguar de la siguiente forma: “Los guaraníes le llaman yagua, pero como aplicasen este nombre al perro traído por los españoles, mudaron el nombre del felino llamándolo yagua – ete que significa el verdadero perro: otros lo llaman yagua- que para esto significa perro manchado. Los españoles lo llaman tigre, y los portugueses onza pintada. Habita este animal desde las costas patagónicas y las pampas de Buenos Aires hasta lo más norte de Paraguay y sin duda en las dos Américas. No hay animal tan feroz y formidable como el yaguareté. Es fiera nocturna, rara vez anda de día, y pocas se interna en el campo raso…. Caza en las orillas capibaras y lo que puede…. No es ligero en su carrera; es solitario y caza o pasea durante la noche…. Nada teme: a cualquiera que sea el número de hombres que se le presente, se acerca, agarra a uno sin siquiera tomarse el trabajo de matarlo y se lo lleva al bosque para comerlo. Lo mismo hace con los perros y otros animales….Es pues el tigre enemigo de todos los vivientes”
El joven Charles Darwinllega al Río de la Plata en 1833 unos años después -más o menos treinta- luego de que Azara publicara su libro. Visto desde esa perspectiva, es remarcable una diferencia: Azara es hombre de la colonia y Darwin es testigo de nuestro período independentista con las diferencias que ello trae aparejado.
Darwin llega en carreta hasta la actual Santa Fe y luego cruza el Paraná para llegar a la que hoy es la ciudad de Paraná. Su intención era seguir hacia el norte pero por razones de salud decide retornar a Buenos Aires en una balandra -pequeño barco de un solo mástil-; navega río abajo y hace noche en una de las islas de lo que yo supongo que es el Delta entrerriano y es ahí donde nos habla del jaguar.
Dice Darwin: “Estas espesuras están llenas de capibaras y jaguares. El miedo a los últimos ha dado al traste con todo el placer que me prometía internarme en el bosque…Esa tarde no bien me había internado en el bosque, halle señales ciertas de la reciente presencia del tigre, viéndome obligado a retroceder. En todas las islas se veían rastros, y como en la precedente excursión -el motivo de la conversación eran los indios- así ahora al regreso fue la del tigre… Su presa más común es el capibara de modo que, al decir de la gente, donde abunda el capibara no hay que temer a la fiera… En el Paraná han matado a numerosos leñadores y hasta han asaltado barcos por la noche… Cuando las crecientes inundan las islas, estos animales son peligrosísimos. Me contaron que pocos años antes, un enorme jaguar había penetrado en una iglesia de Santa Fe; dos padres que entraron fueron muertos por la fiera y un tercero, escapó por milagro.”
Los jesuitas
Al igual que Azara, nos dejan una valiosísima información de los jaguares de su época. Pero si retrocedemos aún más en el remoto período colonial, la abundancia de citas es sorprendente. Las que se transcriben a continuación corresponden a las citadas en el libro “La caza del tigre” del Padre Pedro Grenon.
Así, el Padre José Peramás (SJ), según cuenta Grenon, escribía en 1768: “Hállanse en estas provincias, todos los animales que conocemos en España… Los tigres son mucho mayores, más crueles y nocivos y mucho más si se llegan a cebar en carne humana”.
Y el Padre Domingo Muriel, refiriéndose al mismo tema, agrega al respecto: “Los indios tenían cercados hechos para defenderse de los tigres que familiarizados con las chozuelas, entran y salen de ellas y arrebatan las criaturas hasta del seno de sus madres, sobre todo de noche.”
En 1745, el Padre Pedro Lozano (SJ), refiriéndose a los tigres de las misiones de Córdoba comenta: “Si el tigre, estimulado por el hambre o logrando oportunidad asalta a los racionales, ataca al que tiene las peores carnes. Juntos español, indio y negro embiste contra el negro si es que están juntos”.
El Padre Ruiz de Montoya en su descripción del Paraguay nos cuenta lo siguiente: “Han conocido los naturales que huye este animal de la orina humana como de la muerte. “Siguió un tigre a un indio por un monte cerca de mi alojamiento, y aunque dio voces, no le pudimos oír. Subióse a un árbol y el tigre se echó al pie esperando que bajase. Arrojábale el indio ramas para que se espantase, pero no se meneaba, usó de este remedio – la orina – y al punto que el tigre lo olio se alejó”. El libro de Campomar menciona varios relatos similares de este método.
En 1644 el Padre Cristóbal Altamirano (SJ)de las misiones del Paraguay escribe: “Pone horror contar las crueldades que han hecho los Gualachos sobre los pobres Caayguas. Y no menos espanto causa el oír la pila de cadáveres que hay entre nuestro río Uruay y el territorio de los Gualachos y las manadas de tigres, que cebados, despedazan a los indios vivos que andan descarriados por aquellos montes”.
Esteco fue una ciudad fundada en 1567 en el límite entre Catamarca y Santiago del Estero y destruida por un terremoto en 1692. El francés Acarette de Biscay, en sus memorias Relación de un viaje al Río de la Plata, publicadas en Londres en 1698, relata: “Este pueblo antiguamente tan grande como la ciudad de Córdoba, hoy está arruinado no habiendo quedado en él no más de treinta familias pues los demás emigraron por causa de los tigres”
Las crecientes de los ríos
Para Campomar, una de las causas que motivaban las incursiones de tigres en los poblados eran las frecuentes crecientes del Paraná que cubrían con las aguas vastas superficies de sus territorios. Tales inundaciones ponían en marcha a toda la fauna, la cual se veía obligada a refugiarse y agruparse en las zonas no inundadas para protegerse del agua, del frío y de la escasez de comida.
Estas bajantes del Paraná arrastraban consigo troncos, ramas y camalotes, y montados sobre ellas “navegaban” río abajo peligrosos pasajeros como serpientes y jaguares hambrientos. Esos episodios y muchos otros forman parte de los relatos de los cronistas que los presenciaron.
Tal es el caso de tres tigres que, llegados en un camalote, entraron en la ciudad de Montevideo matando a un pulpero e hiriendo a varios más hasta que finalmente lograron matarlos.
Un caso similar sucedió en Buenos Aires, específicamente en el convento de los recoletos, en lo que hoy es el coqueto cementerio y parque de la Recoleta: Un tigre hambriento desembarcó en el lugar e hirió a una persona, y como la gente se empezó a reunir sin que nadie supiera qué hacer, fue atacado por los perros de la zona y apareció un corajudo carnicero que lo mató a puñaladas.
En la ciudad de Santa Fe en 1825 hubo una creciente espantosa. Rodeada de ríos, pantanos y bañados, la ciudad quedó parcialmente inundada. Sigamos aquí el relato del padre Grenon: “Sucedió que en el convento de San Francisco, en la mañana del 18 de abril de 1820 se hallaba en la sacristía el cura, un lego y un pintor: cuando de pronto apareció un tigre flaco y hambriento que se les echó encima bramando y en pocos instantes destrozó el cráneo del Padre que luchaba heroicamente con él, quebró el espinazo al lego y mató a un andaluz que corrió en su ayuda. Arrancando el cráneo al lego, arrastró el cuerpo por el interior del templo donde lo devoraba, hasta que el alcalde acudió con varios cazadores y soldados, poniendo en riesgo la propia vida del alcalde, antes que la fiera fuera muerta”.
Frente a este desafío, el indio, el gaucho y el hombre blanco, ya no cazaban solo para comer sino también como legítima defensa con métodos que requerían mucha audacia de los cazadores.
El yaguareté en nuestros días
El yaguareté se encuentra categorizado a nivel nacional como “Especie En Peligro” y como Monumento Natural Nacional y también como Monumento Natural Provincial en las provincias de Misiones, Chaco y Salta.
El sitio web del Ministerio de Ambiente de nuestro país señala que “el yaguareté es el mayor felino de América. Su altura a la cruz (lomo) oscila entre los 70 y 90 cm, y su largo varía entre los 110 y 180 cm (sin contar su cola), y pesan alrededor de 80kg los machos y 60kg las hembras. Su cuerpo es ancho y compacto, y su cabeza robusta con potentes mandíbulas”.
“Históricamente, hasta finales del siglo XIX y principios del XX, se distribuía desde el Sur de los Estados Unidos hasta el Norte del Río Colorado en la Patagonia Argentina. Se estima que en nuestro país la especie habitaría sólo entre un 15-20% de su rango original, encontrándose sus
últimas poblaciones distribuidas en las ecorregiones de la Selva Paranaense, la Región Chaqueña y la Selva de las Yungas”, señala el informe respecto de su distribución geográfica.
Hace poco, cámaras trampa fotografiaron un ejemplar en el Parque Nacional Calilegua, un lugar donde repetidamente aparecen. A mediados de octubre también se detectaron ocho ejemplares en el Parque Nacional Iguazú y hace unos días la vicegobernadora Analía Rach Quiroga anunció que se registraron dos nuevos ejemplares de yaguareté silvestre en la provincia del Chaco.
Entre aquellos tiempos y los actuales hay muchas diferencias, pero algo no cambia, el yaguareté no es un animal asilvestrado, es un felino peligroso.
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